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Fernando Posada | Foto: El País

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El otro pueblo

El presidente Petro se ha atribuido un rol que evade los debates al argumentar de manera falaz que como ‘el pueblo’ pide una medida, esta no debe ser discutida ni debatida, ni tampoco vigilada por las autoridades competentes.

13 de mayo de 2024 Por: Fernando Posada

Son muchas las preguntas que surgen en el país cuando el presidente Petro habla de ‘el pueblo’ en sus discursos cotidianos, cada vez de una manera más homogénea y simple. El mandatario insiste en monopolizar su lectura del país y de su situación, mientras se cierra ante un debate público lleno de miradas diversas.

Pero esa lectura que ahora Petro presenta como revolucionaria e innovadora en realidad ha sido trillada por cada uno de los gobiernos populistas de derecha e izquierda de América Latina, sin demasiada originalidad ni progreso. Y aunque en un principio pueda parecer un concepto surgido desde la preocupación por entender las realidades sociales de una nación desigual y diversa, basta con oír los pronunciamientos de Petro para entender que se trata de todo lo contrario.

Porque su lectura del concepto de ‘el pueblo’ es profundamente personalista y cerrada a cualquier debate. El presidente Petro se ha atribuido un rol que evade los debates al argumentar de manera falaz que como ‘el pueblo’ pide una medida, esta no debe ser discutida ni debatida, ni tampoco vigilada por las autoridades competentes. Así, el presidente asume que muchas de las reformas que han salido de su círculo político y no han sido discutidas plenamente por cuerpos representativos de toda la diversidad política de la nación colombiana, automáticamente merecen ser aprobadas sin mayor discusión porque él representa “al pueblo”.

Es así como en su discurso cada vez más encerrado y radical, el presidente parte de una premisa anacrónica y, sobre todo, verdaderamente antidemocrática: que solo su mirada representa al ‘pueblo’. Él, a pesar de los innumerables escándalos y errores de su gobierno, insiste en que es el único que aún sabe leer lo que conducirá al bienestar del país entero, según esa lectura –y en contra de toda la evidencia de la realidad en los últimos dos años–.

Pero cuando el presidente Petro argumenta que las reformas que propone representan al ‘pueblo’, desconoce algo que cualquier demócrata debería reconocer: que también el mismo pueblo eligió a un Congreso legítimamente constituido y a unas autoridades territoriales, todas con agendas, propuestas y programas ideológicos. Por eso resulta esencial el valor del diálogo, la discusión y la comunicación. Pero parece que en su narrativa discursiva diaria el presidente Petro prefiere un camino de encierro y de estigmatización ante todos los sectores que no aplaudan sus palabras.

Sin embargo, en su narrativa llena de generalizaciones cargadas de la misma estigmatización que antes decía combatir, el presidente desconoce uno de los mayores principios democráticos universales: que existen opositores buenos y que quizás pueden tener la razón. No todo el que se opone a su liderazgo, así él insista en señalarlo, es un oligarca, ni un ‘defensor del capital’ (lo que sea que eso signifique), ni busca tumbarlo del poder. Cualquier demócrata debe estar listo para reconocer a sus críticos como contendores con argumentos y convicciones válidas. Sin embargo, Petro cae en el error de muchos dirigentes de su tiempo: asumir que todos sus críticos son golpistas, malos y corruptos. Y eso dice mucho del débil sentir democrático de un dirigente.

Pero existe un pueblo amplio, diverso y numeroso, como en cualquier democracia del mundo, que con total legitimidad y razón no aplaude las iniciativas del presidente. Es hora de que lo reconozca y que busque escucharlo, sin las mismas etiquetas y generalizaciones que durante décadas pidió que no fueran utilizadas contra su propio sector.

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