Columnistas
El legado de Federico Botero Ángel
Porque, aunque no nació en esta tierra, él mismo decía con orgullo que era “más palmirano que los dulces de las Córdobas”.

Óscar Guzmán Moreno
26 de abr de 2025, 01:45 a. m.
Actualizado el 26 de abr de 2025, 01:45 a. m.
Hay vidas que no se apagan con el último suspiro, sino que se expanden en el tiempo, transformadas en obras, en caminos abiertos, en nirvanas que enseñan. Federico Botero Ángel fue uno de esos seres excepcionales que llegaron a dejar huella donde se detuvieron, que eligieron vivir con propósito y sembrar con generosidad.
Nació en Antioquia, sí, pero fue el Valle del Cauca quien lo abrazó y lo hizo suyo desde los ocho años, cuando pisó por primera vez la hacienda El Vergel, en Pradera. Allí, el paisaje lo marcó: la flora exuberante, la fauna libre, los colores del campo y el sonido del agua bajando por las montañas. Fue un niño que se enamoró del territorio y un hombre que le devolvió ese amor multiplicado.
Palmira fue su casa, su escuela y su destino. Se formó como bachiller en el Colegio Cárdenas en 1949, y luego como jurista en la Universidad de Antioquia en 1955. Desde entonces, su vida estuvo siempre guiada por la vocación de servicio, esa que no se aprende en los libros en ningún pregrado, sino que nace del alma, es innata.
Federico, militante y líder conservador, no entendía la política como un ejercicio de poder, sino como un compromiso con la gente. Su vida fue ejemplo de esto: inspector de trabajo, juez, personero, alcalde de Palmira, concejal, diputado, representante a la Cámara, senador y secretario de Educación del Valle. Siempre con una misma premisa: servir con integridad, sin sectarismos, y con una actitud que inspiraba, que permitía avanzar y construir. Porque más allá de los cargos, Federico fue un referente humano, un hombre que supo construir puentes, liderar procesos y sembrar confianza en la gente.
Pero su legado no se detiene en lo público. En 1967, fundó la Caja de Compensación Comindustria, que más tarde sería Comfaunión y, finalmente, parte de Comfandi. Desde allí trabajó por el bienestar de los trabajadores, con la premisa de dignidad y equidad en lo laboral.
Y como si todo esto fuera poco, cuando muchos pensarían en el retiro, él pensó en seguir sembrando. En 1994, junto a su esposa Teresita Vélez y su hija Maruzzela que en paz descansen y sus hijos Sergio, Jaime, Lorena, sus nietos y su yerno Silvio, convirtió su finca cafetera en un santuario natural: la Reserva Natural Nirvana. Una joya ecológica de más de 100 hectáreas, que no solo cuida el agua, las aves y los árboles, sino que educa, inspira y transforma. Hoy, Nirvana es un laboratorio vivo de conciencia ambiental, un destino imperdible para quienes entienden que el desarrollo también se mide en árboles que se siembran.
Federico supo que la familia es la primera empresa, la más exigente y la más noble. Fue un patriarca amoroso, un guía discreto, pero firme, un ‘coach’ -como diríamos hoy- que supo sacar lo mejor de cada uno de los suyos. Y ese espíritu vive en la manera como hoy Nirvana se sostiene: con arte, ecología, gastronomía, ciencia, y mucho amor.
Hoy, Palmira despide a uno de sus más grandes hijos. Porque, aunque no nació en esta tierra, él mismo decía con orgullo que era “más palmirano que los dulces de las Córdobas”. Y tenía razón. Sus obras, su ejemplo y su amor por el Valle del Cauca son ahora patrimonio de todos.
Gracias, Federico, por tanto.
Óscar Guzmán Moreno
Presidente Ejecutivo Cotelvalle
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