Columnistas
Diálogo y unidad entre diferentes
Las normas y conductas a seguir por un servidor público deben ser ajenas a los vaivenes ideológicos y atender al principio de imparcialidad y a los códigos éticos que deben regir la gestión de lo público.
En la vida cotidiana de los pueblos y de manera especial de las personas que tienen responsabilidades políticas, estatales, empresariales y sociales lo más fácil y común es promover la política del unanimismo y, por lo tanto, negar con su práctica la riqueza integral de la diferencia.
Ese modo de pensar y obrar, tanto en Colombia como en otros países, ha sido muy negativo para la convivencia pacífica entre los diversos sectores políticos y sociales de la población, así como para la armonía y entendimiento que siempre debe existir entre los Estados y pueblos del mundo.
Por ejemplo, en el proceder habitual de un Estado no se puede obligar a que todos sus servidores públicos, piensen igual que el presidente o primer mandatario, ni que las personas que piensan de manera distinta a los gobernantes hayan de sentir temor de ser señalados o maltratados por tal motivo. Las normas y conductas a seguir por un servidor público deben ser ajenas a los vaivenes ideológicos y atender al principio de imparcialidad y a los códigos éticos que deben regir la gestión de lo público.
No olvidemos que con el cuento de defender la unidad del pensamiento ideológico tanto a nivel político, social y religioso se han cometido muchas barbaridades contra los seres humanos y los patrimonios culturales y universales de la humanidad.
A fin de evitar que esas realidades prosperen en Colombia, o en cualquier parte del mundo, lo mejor es promover desde el Estado y desde los diversos sectores políticos y sociales, la cultura del diálogo y entendimiento entre diferentes, la cual pasa necesariamente por el derecho que tienen las personas a pensar y expresarse de manera diferente, de aspirar a vivir bien y en paz, pero, ante todo, a entender que su derecho no es el derecho del otro y que vivir en un Estado significa tener siempre el sentido del respeto y colaboración entre diferentes. Lo importante es que seamos capaces de darnos cuenta de que, en medio de la diversidad, coincidimos en la necesidad de superar los problemas exhaustivamente identificados y señalados y unamos esfuerzos trabajando juntos para su superación.
Solo así podemos entender la importancia de la existencia de las autonomías regionales dentro del concepto del derecho a la unidad territorial de todo Estado, lo mismo que la importancia de la existencia de relaciones laborales fraternas, de cooperación y respetuosas de los derechos democráticos entre empresarios y trabajadores.
De igual manera, en toda democracia la gente tiene derecho a elegir libre y soberanamente a sus gobernantes y estos tienen derechos, pero también deberes presididos por nortes éticos, entre ellos, el respeto de las personas a pensar diferente y a tener cero tolerancia con la corrupción, el despilfarro, la violencia, el narcotráfico y demás actividades ilegales, o con las desigualdades sociales y la contaminación ambiental que tanto daño le hacen al derecho de los pueblos a la convivencia pacífica y a vivir dignamente.
Esos mínimos propósitos éticos, que no son propiedad de la izquierda, ni del centro, ni de la derecha, sino de la democracia, en mi opinión deben ser una especie de guía para quienes aspiren a ocupar la presidencia de la República en Colombia en el año 2026 o a cargos de gobernabilidad en otros países del mundo o en los diversos organismos de carácter internacional.
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