Colombia no se rinde

Poco antes del inicio de las marchas ciudadanas de este domingo, en su más reciente alocución televisada, el presidente Petro aseguró que ahora sí moderará su tono. El complejo clima político del país necesita con urgencia que todos los actores de la arena nacional se comprometan con la reconciliación y con bajarle al tono de los discursos que le apuestan a la división deliberada.

Pero está lejos de ser suficiente que el presidente Petro de una manera tardía se comprometa con dejar de dividir con palabras de odio y con alusiones directas a la violencia luego de tres años de llamar a diario a sus críticos con etiquetas tan deshumanizantes como ‘nazis’, ‘vampiros’, ‘HPs’ y ‘esclavistas’, y a la vez llamar a la ciudadanía a “borrar de la historia” a los congresistas y a desenvainar espadas contra el Senado. No podemos normalizar que durante tres años el tono de nuestro mandatario haya incitado tantas veces a la violencia y al odio entre sus conciudadanos.

Petro argumenta que su retórica desatada, que de tantas maneras representa una ruptura con la dignidad que requiere su cargo, es una respuesta ante la fuerte oposición que su gobierno ha enfrentado. Sin embargo, gobiernos como los de Santos y Duque enfrentaron una oposición mucho más radical, y en ningún momento eso llevó a que vulneraran los derechos políticos de sus críticos. Petro está lejos de ser el primer presidente en enfrentar una oposición contundente, pero sí es el primero en varias décadas en responder a sus críticos con una línea narrativa tan violenta y cargada de odio.

Durante varios años me he dedicado a denunciar las irresponsabilidades cometidas por cada gobierno. En su momento cuestioné cuando el expresidente Uribe tildaba a sus críticos de auxiliadores del terrorismo. Así mismo, creo que el expresidente Santos se equivocó profundamente al separar el país político entre amigos y enemigos de la paz en tiempos del plebiscito. A su vez, critiqué la manera en que Duque llevó al país a una profunda crisis, en gran parte por gestos absurdos y provocadores como sus objeciones a la JEP y la entrega del Centro de Memoria Histórica al negacionismo del conflicto.

Sin embargo, ninguno de estos ya conocidos gestos de irresponsabilidad de parte de nuestros gobernantes se acercan a la explícita y recurrente llamada del Presidente al enfrentamiento desde términos que abiertamente hacen alusión a la violencia. Debe decirse a estas alturas que la historia no evaluará a nuestros dirigentes únicamente por sus palabras, sino por sus consecuencias lamentables y por la gravedad de los hechos que puedan traer como resultado.

Cuando se elige a un incendiario, nadie puede mostrarse sorprendido ante los incendios. Ya es un poco tarde para la repentina moderación que ha ofrecido el presidente Petro, que caería muy bien en el país, pero con la que no deberíamos ilusionarnos demasiado.

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Posdata. Las manifestaciones de ayer fueron multitudinarias y contundentes, con un mensaje de repudio al atentado sufrido por el senador Miguel Uribe. La ciudadanía colombiana dejó claro, siempre con respeto y apego por los valores democráticos, que se cansó del lenguaje de violencia y división del presidente Petro. Las principales plazas del país reportaron un lleno total desde la tolerancia y el respeto entre varias orillas políticas, en respuesta al complejo clima político del país. En medio de la tristeza que nos embarga como nación, recordamos que nos merecemos un país reconciliado, en paz y con garantías democráticas.