Habla la casa
Todas las casas hablan de lo que pasa en las ciudades y de estas mismas, de sus habitantes, y de sus ciudadanos pues no todos los que habitan en ellas se vuelven ciudadanos que opinan sobre su ciudad
Aunque no emiten palabras, todas las casas hablan: dicen muchas cosas de las personas que las mandaron a levantar, de los que las concibieron y construyeron, de los que las habitaron antes, y de los que las habitan después. También del campo del que forman parte, como es el caso en Iberoamérica de las casas de hacienda; o de las calles, vecindarios, barrios de todos los pueblos y ciudades en la que están emplazadas y de los paisajes suburbanos, rurales y naturales que rodean las casas urbanas, e igualmente los apartamentos, que son viviendas, unas encima de otras, mas no siempre verdaderas casas, a excepción de los de los últimos pisos cuando son proyectados a manera de una casa.
Y por supuesto todas las casas hablan de lo que pasa en las ciudades y de estas mismas, de sus habitantes, y de sus ciudadanos pues no todos los que habitan en ellas se vuelven ciudadanos que opinan sobre su ciudad y la vida en ella y en consecuencia votan inteligentemente por sus dirigentes. Y sobre todo su vivienda dice mucho de los que habitan las casas y las disfrutan; de sus conocimientos, valores, creencias, gustos y experiencias, los que en ellas por supuesto son evidentes, aunque la mayoría de las personas no sean suficientemente conscientes de ello, lo que les dificulta vivir y gozar mucho más de su arquitectura, a lo que les podría ayudar la lectura de algún libro al respecto.
El caso es que todas las casas afectan permanentemente todos los cinco sentidos: ver, oír, tocar, oler y saborear y, a través de estos, la vida cotidiana en ellas: estar, cocinar, comer, dormir y limpiar; también las diferentes actividades que allí se llevan a cabo: estudiar, leer, escribir, comunicarse; las emociones que su arquitectura permite: mirar, callar, intimidar, pensar y soñar; las sabrosas celebraciones que ocasionalmente se brindan en ellas: cenar, beber, charlar, jugar, bailar; y las diferentes sensaciones que generan todas las casas: tranquilidad, alegría, regocijo, curiosidad, seguridad, las que no todos los días siempre serán las mismas al salir o al entrar en ellas al regresar.
En conclusión, es un grave error el de esas historias de la arquitectura basadas sólo en los monumentos y no al mismo tiempo en la de las casas que los acompañan, y cómo convertían un sitio rural en un lugar urbano, aun cuando este fuera apenas el conjunto de una casa de hacienda junto con su capilla, una pesebrera, un pequeño trapiche y las habitaciones de los peones. O cómo las casas (ya sean casas propiamente dichas o edificios) conforman en las ciudades las fachadas urbanas de las calles que integran vecindarios que ‘hablan’ y en los que los ciudadanos hablan; y estos a su vez los barrios, los que caracterizan a las ciudades más que sus monumentos que sólo las identifican.
Lo dicho en esta columna sobre las casas y las ciudades lo dijo poco a poco una casa, tanto en su anteproyecto inicial como en su larga construcción sin planos, y durante su habitación y disfrute parciales por casi una década, lo que obligó a hacer después su levantamiento, pero no definitivo, y que al describirlo se amplió y profundizó en muchos diálogos con la casa al caer la tarde después de haberla vivido al paso del día, y escritos al amanecer después de haberlos soñado por la noche. Y por supuesto los cambios han continuado, corrigiendo errores, agregando valores y programando más cambios para algún día, pues como lo dijo Rafael Moneo “el destino de los edificios es cambiar”.