Columnista
Barbie Vanessa
¿Qué tienen que ver sus gustos y sus publicaciones en redes con el dolor y la suerte de su niño?

27 de may de 2025, 03:01 a. m.
Actualizado el 27 de may de 2025, 03:01 a. m.
Cuando vimos el rostro de Angie Bonilla sonreír con sus ojos llenos de lágrimas, nos alegró inmensamente porque el drama del secuestro de su pequeño hijo, Lyan, estaba llegando a su fin tras 18 días de incertidumbre.
Un sentimiento general de solidaridad se apoderó de las redes sociales en apoyo a esta familia de Jamundí. Pero no fue sino que aparecieran las sensuales fotos de Angie posando de manera sugestiva en escenarios idílicos de Europa y al lado de lujosos vehículos para que se convirtiera en la culpable del secuestro de su hijo.
Comenzaron a publicarse informaciones sobre su pasado con un peligroso líder mafioso y empezó el linchamiento en las redes sociales cobrándole viajes, los carros y las joyas. “claro quién la veía con esa cara de angelito, ella se lo buscó, quién la manda”, por mencionar solo algunos de los comentarios más suaves de las plataformas.
Como si su dolor fuera menos que el de otras madres, como si no tuviera derecho a la angustia. ¿Acaso hay que tener cierta estética para sufrir por el secuestro de un hijo? ¿Qué tienen que ver sus gustos y sus publicaciones en redes con el dolor y la suerte de su niño?
El tratamiento de los medios ha sido completamente misógino, juzgándola por haber estado casada con un supuesto mafioso, como si la vida de ese niño, de un momento a otro, valiera menos por ser el hijo de un criminal, desestimando el dolor de un secuestro y el secuestro mismo. “Con razón se lo llevaron, con esa mamá tan ostentosa, con ese papá traqueto, ahí está, ahora lloren”.
Esto me lleva a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos cuando publicamos algo en nuestras cuentas de redes sociales. Todo tiene unas consecuencias: una foto, un comentario, un emoji. El escritor y semiólogo Umberto Eco decía que “Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”.
Dejemos a la mamá de Lyan vivir su dolor sin ser juzgada porque posó para una foto de una u otra manera y dejen que sea la Justicia, que hasta ahora parece no tener nada en su contra, la que actúe.