Columnistas
Anatomía de una injusticia
Es difícil liberarse de un cónyuge narcisista, maltratador, y con poder.
Liliana, 40 años, trabaja en una empresa de propiedad raíz, tiene una niña de seis años y se está divorciando del esposo, un exitoso y reconocido comerciante, con quien no pudo seguir conviviendo pues su vida se había convertido en una verdadera pesadilla por la infidelidad y el maltrato. La gota que rebosó la copa, y la llevó a la decisión de separarse, fue la violencia física de la cual fue víctima una noche en que el esposo llegó borracho e intentó, a la fuerza, tener relaciones sexuales con ella.
En el momento en que tomó la decisión de recobrar su libertad, empezó a vivir el tortuoso camino de las enormes injusticias que todavía subsisten contra las mujeres en los ámbitos sociales, legales, y económicos, a pesar de los logros recientes en defensa de sus derechos.
Las declaraciones sobre las conductas maltratadoras del hombre y las explicaciones a jueces y comisarios de familia, invariablemente se enfrentan al escepticismo, la insensibilidad, y el desconocimiento del “establecimiento” que prefiere creerle al hombre porque no puede (o no quiere) cuestionar la fachada de quien ostenta el poder.
Las razones de la incredulidad son diversas y operan de manera muy efectiva:
*Esta sociedad, se quiera o no, sigue siendo machista. Le sigue dando más crédito al hombre poderoso que se presenta ante la justicia como una víctima de una mujer “poco equilibrada, celosa, histérica o ventajista o una feminista en plan de liberación”.
*Por regla general la gente tolera, o hasta celebra, los rasgos narcisistas y sociopáticos del seductor hipócrita (1). En consecuencia, casi nadie reconoce su capacidad para fingir, ni su habilidad para seducir. Esto les permite identificar las debilidades de los demás y explotarlas a su favor.
Su descomunal habilidad para manipular es invisible. Son agresivos e impulsivos, pero sus actos nunca son lo suficientemente evidentes para los observadores externos (ante quienes pasan como unos príncipes). Las agresiones más directas y obvias siempre ocurren en el hogar y de puertas para adentro. Son verdaderos profesionales para generar sentimientos de culpa, para responsabilizar a los demás por sus falencias, para mentir y negar descaradamente su responsabilidad en todos los hechos y para jamás aceptar críticas de ninguna clase. Sus asociados y amigos comparten características similares y no infrecuentemente sirven de testigos viciados en su favor. Cada vez que pueden, utilizan su posición para intimidar. Todos estos factores en conjunto los hace imbatibles ante los estrados sociales y judiciales.
*Así se lo pretenda negar, la justicia no suele prestar oídos francos al testimonio más valioso: la sagrada voz del niño. En todos los casos en los qué me ha tocado participar como perito, siempre me ha sorprendido que el niño que ve con claridad la situación, no es tenido en cuenta, cuando debería constituirse en la prueba reina para relatar las circunstancias que se viven al interior del hogar.
Recomiendo a mis amables lectores la extraordinaria película “Anatomía de una caída”.
(1) Climent, C “La locura lúcida” 2014