Columnistas

Álvaro, Álvaro

Álvaro Gómez Hurtado tuvo el privilegio -para él- de ser hijo de Laureano Gómez. Ese fue su orgullo y al mismo tiempo su punto débil.

GoogleSiga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

Armando Barona Mesa. Columnista.
Armando Barona Mesa. Columnista. | Foto: El País.

7 de nov de 2025, 03:48 a. m.

Actualizado el 7 de nov de 2025, 03:48 a. m.

Treinta años pasaron como si hubieran sido el vuelo de un moscardón. Lo mataron gentes que aún no se conoce. Calcularon su muerte y tal vez la ensayaron, en el ejercicio brutal de sus armas y posiciones, después de haber estudiado su ruta, saliendo de la Universidad Sergio Arboleda, de la que él había sido fundador junto con Rodrigo Noguera Laborde. Le dispararon al vidrio con la dirección de su rostro. Sí, duele esa muerte, como duelen las muertes de los cientos de colombianos que caen como espigas dentro del campo de la vida. También cayó su chofer de tantos años.

Álvaro Gómez Hurtado tuvo el privilegio -para él- de ser hijo de Laureano Gómez. Ese fue su orgullo y al mismo tiempo su punto débil. Y por cierto, él Siempre sospechó cuál habría de ser su muerte, violenta, por ser el hijo de Laureano. Pero a decir verdad, no era ni un retrógrado ni un antiliberal encerrado en su propia codicia. Era un demócrata. Lo digo yo con pleno conocimiento de causa y veamos por qué:

A la sazón yo era el presidente de la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes. Álvaro escribió un editorial en El Siglo en el que acusaba al Procurador, Jaime Serrano Rueda -de Bucaramanga-, de haber prevaricado en un asunto. Esos editoriales suyos eran poderosos, bajo el peso de su visión y personalidad.

Como se trataba de un delito perseguible de oficio, lo cité para que bajo juramento sostuviera tales afirmaciones. El asistió a la Cámara en pleno y yo, un pobre primíparo, le sostuve un debate, al cual se volcó el Senado. Fue un discurso de él muy duro y cáustico contra mí, que me había atrevido a tanto. Yo le contesté con otro discurso que aún conservo en la memoria, duro, muy duro. Se levantó la algarabía de unos miembros de mi partido, que odiaban a Álvaro. Y después de este hablar, se fue y yo me quedé diciendo mi fuerte discurso que me dio entrada valerosa al Congreso, como si fuera un parlamentario veterano. En realidad nada más pasó, salvo la investigación que emprendió la Corte Suprema de Justicia, que absolvió a Serrano.

Mas ocurrió algo insólito. Al otro día me encontré con el senador Hugo Escobar Sierra, el gran amigo de Álvaro, sacando copia de las grabaciones del debate. Y yo le dije: Hugo, ¿Álvaro está muy bravo conmigo? Hugo contestó: No hombre, que va. Te admira por tu talante. Y unos días después me mandó a decir con Hugo que yo era su candidato para Contralor General de la República. ¡Vaya, vaya! Pero pasado un buen tiempo, fuimos buenos amigos con Álvaro, a quien un día nombraron Embajador de Colombia ante el gobierno de Estados Unidos.

Fue entonces cuando el propio Álvaro nombró director de El Siglo a un gran hombre del Valle del Cauca, Gerardo Bedoya Borrero, al que lamentablemente también mataron. Y me ofreció este una columna en el periódico de Laureano y Álvaro Gómez. Yo me sonreí y le dije al nuevo director, recordando aquel debate: Ni pienses que Álvaro te va a permitir eso. Gerardo se rio y me soltó esta frase: Pues ni lo digas, porque fue él quien me dijo que te nombrara.

Bueno, escribí siete años en ese periódico, que después vendieron, y mi columna se llamó desafiantemente Bandera Roja. Por cierto, en mi primer artículo, expliqué algunas cosas, acerca de que un liberal como yo estaba escribiendo en el periódico godo del Monstruo -así lo llamaban- Laureano Gómez. Y en la parte final de tal artículo anoto: “Disfrutemos entonces de esta nueva civilización; y para comenzar digamos, como por ver si cuaja en este domingo, los versos del Tuerto López: “Soledad de necrópolis, severo / y hosco mutismo. Pero/ de pronto en el poblacho / se rompe la quietud dominical / porque grita un borracho/ feroz: ¡Viva el Partido Liberal!”

Quiero entonces decir que Álvaro, sacrificado por asesinos sin nombre, no era más que un colombiano que amaba el pensamiento libre. Porque era en verdad un libre pensador... Ah, y además, sabía cocinar en un programa de televisión que llevaba el título de... ‘Con Álvaro en la olla’. Sí, es un triste recuerdo el de su muerte y un golpe a la democracia que no ha podido borrarse.

ha desempeñado puestos públicos como juez del Circuito, Conjuez del Tribunal de Cali, Secretario de Gobierno de Cali y alcalde encargado, embajador de Colombia en Polonia y en la ONU. Ha sido delegado a varias conferencias internacionales como la OIT en Ginebra

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

AHORA EN Columnistas

Jorge Restrepo Potes

Columnistas

Arthur Koestler