Columnistas
Al rescate de la melancolía
Es posible convivir con la melancolía sin caer en el desasosiego.

Carlos E. Climent
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.
30 de mar de 2025, 12:46 a. m.
Actualizado el 30 de mar de 2025, 12:46 a. m.
La melancolía (Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, RAE) es, entre las personas normales y sensibles, una expresión emocional que se experimenta en mayor o menor grado en una infinidad de circunstancias:
*El decaimiento natural que se siente después de un logro largamente esperado. Por ejemplo, el final de un proyecto, un grado académico, el triunfo deportivo, la superación de una larga enfermedad, la licitación tan competida, cierre de un negocio, terminación de una sociedad, etcétera.
*La tristeza indefinible e inexplicable de muchos domingos en la noche, cuando se acaban las actividades del fin de semana y empezamos a prepararnos para la semana laboral con sus infaltables mortificaciones.
*Cuando decidimos mirar con ojo crítico nuestra vida, hacemos un balance de lo que ha sido nuestro papel como hijos, padres, hermanos, parientes, amigos, profesionales o ciudadanos, y concluimos que se nos quedaron muchas cosas “dentro del tintero”, o que hubiéramos querido hacer las cosas de manera diferente.
*Cuando nos enfrentamos a decisiones trascendentales, como el rompimiento de una relación afectiva o la salida de un hijo de la casa.
*Cuando nos sentimos solos, y nos damos cuenta de que nuestra soledad se debe a que no hemos sido capaces de comunicar nuestros verdaderos afectos en el momento oportuno, con lo cual se hubieran abierto caminos llenos de esperanza.
*Cuando aceptamos que nuestro aislamiento social tiene mucho que ver con nuestra intolerancia y rigidez, características no muy fácilmente modificables.
*Cuando aceptamos nuestros infortunios sin echarle la culpa a nadie.
El melancólico puede superar su decaimiento y negativismo, es capaz de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas de la vida, y su sensibilidad lo hace especialmente receptivo a los momentos gratos de belleza y placer. Está consciente de lo imperfecta y difícil que es la vida, entiende que ni él, ni nadie, tienen la felicidad asegurada. Y por supuesto, tiene muy clara la diferencia entre lo real y lo ideal.
Un factor que no ha permitido el manejo efectivo de la melancolía es que hoy en día vivimos en una sociedad dominada por el consumo donde se supone que todo el mundo debe ser feliz. Pero en rescate de la melancolía hay que decir que no es amargura, ni resentimiento, ni rabia, ni paranoia. Tampoco es depresión.
La melancolía es una forma de enfrentar las dificultades diarias que tenemos todos los seres humanos en algún momento. Es ese período de tristeza, que nos acompaña cuando nos enfrentamos a las imperfecciones, injusticias y realidades inmodificables de la vida. Es un estado probablemente temporal del cual podemos salir, cuando logramos sacar lo mejor de nosotros mismos y acallamos el negativismo que no es sino la voz de la parte más enferma de nuestro yo.
Fe de erratas: Con relación a mi columna anterior, “José Fouché”, un acucioso lector, a quien mucho agradezco, me informó de un Lapsus Digiti: no es Luis XIV sino Luis XVI.
Carlos E. Climent
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.
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