Judicial
Dentro del equipo antiexplosivos: así opera la unidad que enfrenta el miedo para salvar vidas en Cali
El País acompañó una práctica controlada con los equipos antiexplosivos y caninos de la Policía. Lo que sigue es la mezcla de técnica y humanidad que vimos y escuchamos.
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2 de nov de 2025, 11:37 a. m.
Actualizado el 2 de nov de 2025, 11:37 a. m.
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El silencio de la mañana se rompe con el rugido de una camioneta que frena frente a una zona acordonada. En segundos descienden los uniformados: unos descargan maletas, mientras otro abre el guacal y libera al canino que salta alerta, moviendo la cola con nervios contenidos. El guía le habla en voz baja —“eso, muchacho, vamos a trabajar”— mientras ajusta la correa y revisa el entorno.
Hoy no hay un llamado real: es una simulación invitada para El País, en la que los equipos muestran cómo actúan cuando la ciudad los necesita.

Notificación y salida
La patrulla antiexplosivos no descansa ni improvisa; “permanece disponible las 24 horas, los 7 días de la semana, pendiente de la llamada de emergencia en el momento en que se recibe el aviso por parte de la central de comunicaciones de la Policía Nacional”, explican los encargados del área, que mantienen una base con laboratorio y equipos listos para el despliegue.
El técnico realiza una lista de chequeo del equipo y del vehículo —un procedimiento que puede tardar hasta diez minutos— antes de salir hacia el lugar. Esa verificación incluye revisar los trajes de protección, los sistemas de comunicación y las herramientas especializadas que se usarán en el terreno.
El tiempo de llegada depende de la distancia y las condiciones del desplazamiento, como el tráfico urbano.
Antes de entrar en la zona, la coordinación con el cuadrante es ineludible: los primeros en llegar realizan el acordonamiento del perímetro para proteger a la gente y adelantan las primeras entrevistas para entender el escenario.
El binomio: el guía y su compañero olfato
El corazón de la búsqueda muchas veces no es humano.
En la simulación, el guía abre el guacal con cuidado. Saca al perro con cariño; lo llama en voz baja, lo acaricia y lo anuda a la correa.
Una orden breve —“trabajo”— marca el inicio. El canino se sienta, se concentra y espera la siguiente instrucción. “Speed”, dice él, y el perro sale a correr por el área en busca de posibles objetivos: husmea vehículos, maleteros y rincones.

Cuando, en este caso, encuentra una moto, da una señal pasiva: se sienta. El guía lo llama con su nombre —“Octo”— y el perro regresa.
Esa coreografía parece simple, pero contiene horas de entrenamiento y confianza.
La señal es deliberadamente pasiva. Como explican los guías, la respuesta del perro puede ser “sentado” o “echado”, nunca una señal activa que implique rascar o manipular un objeto, porque eso podría provocar una detonación.

Preparación para lo inevitable
Como el binomio dio señal positiva, entra en acción el técnico en explosivos.
La escena cambia. Primero, se viste con el traje EOD, un equipo que lo protege frente a la onda explosiva, la fragmentación y el efecto térmico; una vestimenta que convierte a una persona en una burbuja móvil contra lo peor.

Varios compañeros lo ayudan a colocar cada pieza. Entre ellos hay conversación, comprobaciones y silencios. La coordinación es milimétrica y, al mismo tiempo, humana: saben que cualquier error puede costar caro. Con la ubicación ya señalada por el guía canino, el técnico avanza con prudencia hacia la posible amenaza.
Si la situación lo requiere, se coloca una contracarga o se emplea otro equipo técnico para controlar la desactivación.

El objetivo es siempre el mismo: “neutralizar o desactivar lo que esté armado por parte de algún terrorista para minimizar los daños de forma controlada, salvaguardando la integridad tanto del técnico en explosivos como de la ciudadanía en general”, dice uno de los Técnicos Profesionales en Explosivos de la Policía Nacional.
Lo que no se ve: el miedo, la familia, la vuelta a casa
Hablar de procedimientos y equipos es necesario, pero no cuenta todo. Entre los técnicos hay una frase que se repite con honestidad: “El miedo sigue siendo el mismo”.
Uno de ellos lo dice con crudeza: después de diez años, “va aumentando”. Es una confesión que choca con la imagen fría del traje y la precisión: la profesión obliga a la normalización del riesgo, pero nadie abandona lo que le quita el sueño sin consecuencias.

La vida familiar está siempre presente en la charla previa y posterior al operativo. Los técnicos reconocen la preocupación de madres, parejas e hijos: reciben llamadas, están pendientes de noticias, comparten una ansiedad contenida.
Aun así, nadie entra por obligación; todos lo hicieron por decisión propia. “Uno inicia en esto de forma voluntaria... El interés es el bien de los demás, hacer algo que salve a otras personas de algún dolor, de alguna tragedia”, dicen. Esa declaración no es retórica: está tatuada en las historias que cuentan sobre escenas donde minimizaron daños y salvaron vidas.
Escenas que quedan en la retina
Algunos episodios los marcan para siempre. Uno de los técnicos recuerda una intervención en una base aérea con imágenes de destrucción y personas afectadas.
El guía canino, por su parte, rememora una experiencia vivida en 2009, en Samaniego, Nariño. Era nuevo en el equipo cuando recibieron el reporte de un cilindro explosivo que bloqueaba una vía.
“Tu corazón empieza a latir a mil, y aprendí que eso se le transmite al perro”, cuenta. Al enviar a su compañera canina, esta dio la señal sentándose sobre la carga, lo que provocó la detonación. “La perra salió lesionada y unos compañeros también, pero logramos salvar muchas vidas en ese momento”. La perra sobrevivió, pero años después, en otro atentado, no corrió con la misma suerte. “Es un amigo. Uno genera un vínculo y un cariño muy especial por los animales —dice—; es tu compañero de trabajo”.
Técnico Profesional en Explosivos que pidió mantener su identidad reservada.El equipo está conformado por varios técnicos. Un día entra uno, al siguiente día entra otro. No existe una jerarquía que determine que siempre deba entrar el de menor rango. En los técnicos en explosivos todos tenemos el mismo valor y realizamos los mismos procedimientos.
Los recuerdos se mezclan: “mucha destrucción, mucha desolación”, dice uno de los técnicos en explosivos, y la satisfacción profesional coexiste con las cicatrices emocionales.
El trabajo exige una estabilidad emocional que no es automática: entrenamientos, cursos, tiempo de descanso, gimnasio, lectura. Todo suma para sostener la tensión de la intervención.

Además, subrayan que la buena relación entre compañeros es vital: la confianza en el equipo puede determinar quién entra o no en una fase crítica del operativo.
“El trabajo en equipo es muy importante... saber qué está pasando en la cabeza de los compañeros, para que en algún momento uno también los pueda ayudar o, si es el caso, que no proceda y entre otro técnico”.

Periodista web en elpais.com.co, comunicador social y periodista, con énfasis en reportería para distintas fuentes de información.
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