Cultura
La historia de Ariel Alarcón: el psiquiatra que sobrevivió a la tragedia de Armero y hoy ayuda en la sanación de traumas
El médico estuvo dos días enterrado bajo el lodo y debido a las heridas tuvieron que amputarle una pierna.
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13 de nov de 2025, 11:20 a. m.
Actualizado el 13 de nov de 2025, 11:20 a. m.
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Ariel Alarcón Prada era un médico bogotano de 25 años, quien mientras hacía su año de rural en el Hospital Mental Isabel Ferro de Buendía, del municipio de Armero, la segunda población más próspera del Tolima, empezó una relación con la psiquiatra Amelia Anzola Beltrán.
Una noche, Ariel y Amelia discutieron. No fue una ruptura, la conversación continuaría cuando él pensara mejor las cosas y —tras una disculpa— ella seguramente lo escucharía, ambos eran jóvenes y confiaban en que habría muchas segundas oportunidades.
Pero no, a la noche siguiente, el 13 de noviembre de 1985, la erupción del cráter Arenas, del volcán Nevado del Ruiz, desencadenó una avalancha de lodo que tomó rumbo por el río Lagunilla de Armero, desbordándose por toda la población.
Durante los siguientes días se fue conociendo la dimensión de la tragedia: 25.000 personas muertas, la mayoría desaparecidas bajo capas y capas de lodo, por lo que solo 500 cuerpos fueron hallados.
Entre los 1000 sobrevivientes identificados —hay cientos de niños que quedaron huérfanos, pero no todos están reconocidos en las cifras oficiales— está Ariel, quien fue rescatado después de soportar dos días enterrado en el lodo y por causa de las heridas perdió su pierna izquierda. Amelia no tuvo la misma suerte, jamás la encontraron.
Han pasado 40 años de la tragedia de Armero, un trauma inolvidable en la memoria colectiva de los colombianos que, en particular, los sobrevivientes y las familias de las víctimas debieron enfrentar para hacer sus duelos, sanar y tratar de continuar sus vidas, incluso cuando los cuerpos de sus seres queridos desaparecieron.

La historia de este proceso de trauma y sanación está narrada en ‘Amar el volcán’, el testimonio del médico psiquiatra Ariel Alarcón, quien en carne propia profundiza en la dimensión psicológica que tiene esta catástrofe y cómo —después de un largo esfuerzo— encontró el sentido para perdonarse las culpas, abandonar los miedos, volver a caminar y recobrar la esperanza.
Por este poderoso motivo, el doctor Alarcón decidió especializarse en terapia EMDR, mindfulness y autocompasión, convirtiéndose en una autoridad para los tratamientos de superación del estrés postraumático.
En conversación con El País, el psiquiatra de 65 años, explica cómo superó sus propios traumas para ayudar a otros con los suyos, incluso a otros sobrevivientes de Armero.
-¿Por qué decidió compartir su testimonio 40 años después?
Varias cosas me llevaron a esto. Una es que después de salvar mi vida y comenzar a hacer una rehabilitación en Alemania, yo pensaba “Dios mío, la gente tiene que enterarse de lo difícil que es esto, para que se puedan prevenir catástrofes como estas y, al mismo tiempo, demostrar que de situaciones como las que yo viví, estar ahí en terrado en el lodo y luego estar muy grave físicamente y tener que ser amputado, también se puede aprender, crecer como persona y lograr un nivel de bienestar.
Creo que de pronto mi testimonio puede inspirar a otros a buscar ayuda, para ir a terapia y afrontar sus dificultades, porque al aliviar su dolor van a ser mejores.
-¿Qué importancia tuvo la escritura en su proceso de sanación?
Ahí tengo una especie de sesgo profesional, porque yo hice mi formación en psiquiatría y me he dedicado en los últimos años tratar los traumas de situaciones adversas que afectan la vida de las personas. Entonces, un elemento para abordarlos es la escritura.
Yo recomiendo muchísimo la escritura terapéutica, que en mi caso me ayudó muchísimo.
También escribí en este momento, que coincidió con los 40 años de la catástrofe, pensando en que mi hija me pudiera leer. Muchas cosas que están ahí escritas, nadie las supo fuera de mis terapeutas. Por eso era importante que mi hija no las supiera prematuramente cuando ella era una niña o una adolescente.
-¿Cómo fue volver a los recuerdos de Armero para escribir este libro?
Es difícil volver a visitar partes de mi vida que ya había elaborado hace unos años. Pensar sobre esos recuerdos y volver a sentir las emociones para sentarse a escribir requiere un poco de acompañamiento.
En este sentido, tuve la asistencia de mi terapeuta, porque yo sigo asistiendo a terapia, él apoyó muchísimo y me animó, al igual que mi esposa y mi hija.
Necesité de mucho coraje, aunque no quiero pasar por arrogante, pero así fue, y no hubiera sido posible sin el apoyo de otras personas que estuvieron a mi lado y me facilitaron este proceso de revisitar aspectos muy dolorosos de mi pasado.
-¿La tragedia de Armero puede considerarse como un trauma colectivo?
De hecho fueron dos traumas colectivos en el lapso de una misma semana. Primero fue la toma y retoma del Palacio de Justicia, y cuando la gente estaba aturdida por esa situación tan violenta, ocurre semejante catástrofe de unas dimensiones tan brutales.
La catástrofe de Armero creo que es la tercera a nivel mundial más terrible, ocasionada por la erupción de volcán, con el mayor número de víctimas. Creo que hubo un par de mayores en Indonesia antes y luego en tercer lugar aquí, y la más devastadora en el continente americano. Es la tragedia natural más grave que hemos vivido en Latinoamérica, y ni hablar como colombianos.
Presenciar simultáneamente tantas escenas de dolor, 25.000 personas murieron, pero las cifras todavía no están claras, pueden ser 27.000 que desaparecieron de un tajo. En un instante murieron toda esa cantidad tan increíble de seres humanos.
Entonces quedaron una cantidad increíble de deudos, de hijos huérfanos, de padres sin sus hijos, y eso generó un dolor colectivo impresionante.
Luego el símbolo que hubo de con la muerte de Omaira, una niña de 13 años que no pudo ser salvada a pesar de que los socorristas hicieron todo su esfuerzo, y verla prácticamente morir en la pantalla de un televisor generó una conciencia colectiva de dolor terrible.
La gente pensaba: “¿Cómo es posible todo esto? No puede ser que seamos como humanidad tan pobres que no podamos salvar a una niña llena de vida y que podía haber tenido un futuro, pero no se pudo. Eso generó un trauma muy complicado.
Ahora, la pregunta es ¿qué hacemos como sociedad? Porque no podemos quedarnos en el dolor, la ira y la impotencia. Y en parte, esa fue una de las razones por las cuales escribí este libro, para mantener la memoria, pero no la memoria de un modo culposo.
Es posible aprender como sociedad y como país a prevenir que situaciones de esas no se vuelvan a presentar, pero es necesario incluir ese dolor como parte de nuestra historia y elaborarlo para que nos motive a ser mejores personas y a tener una mejor sociedad, a construir bienestar y protección y cuidado a los mayores niveles posibles.
El trauma colectivo claro que se vivió, claro que hay que tenerlo en cuenta, claro que hay que conmemorar los aniversarios con toda la atención posible, pero a través de la reflexión para que la experiencia no se olvide y sea generadora de bienestar. Es que no podemos dedicarnos a escarbar en la herida otra vez y otra vez, sino a sanar, pero de modo consciente y constructivo. A caminar de nuevo aun si perdimos una pierna, con la cojera pero hacia delante.

Periodista y escritor, entre sus publicaciones destaca el volumen de ensayos ‘Libro de las digresiones’. Reportero con experiencia en temas de cultura, ciencia y salud. Segundo lugar en los Premios Jorge Isaacs 2022, categoría de Ensayo.
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