Colombia
42 años del terremoto de Popayán | Desgarradores relatos de tres sobrevivientes: “Quedamos sepultados”
Tres payaneses recuerdan cómo vivieron esta emergencia, registrada un 31 de marzo de 1983.

Hace 42 años se movió la tierra en Popayán, cambiando por completo la historia de la capital del Cauca. A pesar del paso del tiempo, tres payaneses recuerdan esa tragedia, porque la misma quedó grabada en sus corazones.
Era alrededor de las 8:12 de la mañana de ese Jueves Santo 31 de marzo, cuando los payaneses desprevenidos y cientos de feligreses expectantes por las celebraciones religiosas de ese día fueron sorprendidos por un evento que marcó su historia, sus corazones.

Un sismo de magnitud 5,6, con profundidad superficial de 15 kilómetros, destruyó gran parte de la capital del Cauca, causando alrededor de 250 muertos y más de 1.500 heridos.
“Tenía veinte años de edad, vivía en la casa materna en el barrio El Recuerdo y esa mañana me despertó ese remezón, cuando me levanté de la cama, la biblioteca de mi cuarto se vino encima, de ahí que terminé sepultado por una cantidad de libros, en un principio pensé que era un ataque o algo así, después de esos largos segundos escuché los gritos de desesperación de mi familia, los vecinos, ya me enteré de que era un terremoto”, recuerda el periodista José Ignacio Quijano Bravo, al conmemorarse un año más de ese fatídico día.
Y es que esa tragedia aún está en el corazón y en la memoria de aquellas personas que, para esa época transitaban por la niñez o la juventud, al punto que cuando se registra esta clase de fenómenos naturales en esta zona del país, vuelven a sentir el mismo nerviosismo que esa mañana de Jueves Santo de 1983 vivieron cuando la tierra bramó. Vuelven a sentir el miedo, la desolación que vivieron hace 42 años.
“Tengo 55 años de edad y en mi memoria aún está ese duro momento, nunca se me va a olvidar que esa mañana mi mamá, que estaba en embarazo, se despertó, se sentó en la cama para orar y darle gracias a Dios por ese nuevo día, después ya salió hacia el patio para lavar la loza de la cena de la noche anterior y claro, ese momento escuchamos como bramaba la tierra, traté de pararme de la cama, pero no pude, claro, ya después se nos cayeron las paredes, el techo, las ventanas, quedamos sepultados”, rememora Luisa Cardona, ama de casa que para la época de los hechos tenía 13 años de edad.

Para esta mujer, cuya familia no quiso salir de la ciudad a pesar de la tragedia, dice que la noche anterior su mamá les leyó un capítulo de la Biblia, donde decía que Dios podía castigar a sus hijos con el chasquido de los dedos. Al día siguiente, Luisa Cardona asoció ese pasaje bíblico con la cantidad de muertos que le tocó ver en medio de los escombros, las ruinas que vio cuando estaba ya en la calle, completamente arropada de polvo y escombros.

“Siempre asocio el terremoto con esas palabras o enseñanzas de mi mamá, de ahí que en mi corazón quedó esa creencia de que se trató de un castigo divino, más cuando me tocó salir entre varios pedazos de paredes para buscar a mis hermanos, a mi mamá que terminó en piso, en medio de una cantidad de pedazos de platos, como niña viví ese momento de esa manera, de ahí que siempre que se presenta un temblor, no dudo en salir corriendo a refugiarme, incluso hasta llorar porque me acuerdo de ese terremoto”, agrega Luisa Cardona.

Similar historia la comparte Carlos Alberto Urrea Gutiérrez, periodista que recuerda cómo vivió ese momento, a pesar de que ahora su vida transcurre en el municipio vecino de El Tambo, donde emite su programa de radio durante la semana y este lunes 31 de marzo de 2025 fue inevitable no recodar ese momento que lo marcó como niño y que aún como persona adulta siente ese dolor de ver derrumbarse todo.
“Mis padres me llevaron a vivir a Popayán. Donde pase parte de mi niñez hasta los 8 años de edad, en el barrio la María Occidente. Estaba muy niño, 5 años de edad, cuando se dio esa tragedia. En esa mañana del Jueves Santo con mis hermanos estábamos desayunando y mirando dibujos animados, no recuerdo muy bien si era al Conejo de la Suerte Bugs Bunny o Tom y Jerry, solo que era un pequeño televisor. En un momento sentí moverse la tierra, pensé que era la máquina gigante de abrir carreteras que me gustaba mucho ver. Salí a la calle para mirar la máquina, pero no, lo que me tocó ver fue caer postes de energía y las casas de los vecinos, asustado, grité: mamá, mamá, las casas se están cayendo, todo se está cayendo”, recuerda este periodista, uno de los más queridos de El Tambo.

Después, este periodista recuerda que a su mamá le tocó sacar a todos sus hermanos hacia la calle, mientras que su casa terminaba convertida en escombros en cuestión de segundos. Luego se formó en su corazón esa sensación de desolación que aún nace cuando su memoria trae de nuevo esos momentos.
“En lo que fue mi casa en ese barrio, quedó la mitad de ella, mi padre en ese entonces trabajaba como policía, llegó a casa un poco tarde, ya que estaba atendiendo otros barrios más golpeados por el temblor. Las viviendas de María Occidente, todas, se desplomaron, varios días después ya edificaron cambuches, donde pasamos el día y la noche. Fue un momento que aún recuerdo con mucha claridad a mis 46 años, ya próximo a cumplir 47. Y con mucha, mucha tristeza, porque viví cómo todo se acaba en segundos… ver caer las casas y ver morir a mucha gente, a uno como niño eso lo marca mucho a uno”, dice este periodista.

Por eso, al cumplirse 42 años de registrado este terremoto, payaneses como José Ignacio Quijano Bravo, Luis Cardona y Carlos Alberto Urrea Gutiérrez optan por compartir esos recuerdos con sus amigos y descendientes, porque consideran que desde entonces su ciudad cambió por completo, porque nacieron nuevos barrios, llegó gente de otros lados y les tocó seguir la vida después de retirar los cadáveres de las calles, avenidas.
Los cambios tras el terremoto
Las consecuencias devastadoras de este evento natural impulsaron la primera normativa obligatoria de diseño y construcción sismo resistente en Colombia. Desde el Servicio Geológico Colombiano indicaron que aun los ciudadanos deben respetar estas normas y a utilizar el conocimiento geocientífico que se ha generado al respecto para evitar víctimas por la ocurrencia de sismos de gran magnitud.

A partir de esa emergencia, los esfuerzos tectónicos que generaban los eventos sísmicos en Colombia, eran consideradas comúnmente por los geólogos colombianos como “compresivos”, pero a partir de esa fecha, empezaron a considerar posible que existieran otro tipo de esfuerzos: los transcurrentes.

Eso, en palabras simples, significa que el evento permitió que los geocientíficos detectaran la posibilidad de que hubiera otros tipos de esfuerzos tectónicos, y no solamente los que se habían considerado como dominantes, buscando por ejemplo, establecer áreas un poco más seguras para la construcción.

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