Cali
La historia de María Alejandra Arango, la mujer que con acupuntura salva vidas de animales en Cali
En el Hogar de Paso del Dagma, donde cada semana llegan animales silvestres atropellados o lastimados, los médicos trabajan contra el reloj y el escepticismo.

13 de jul de 2025, 11:49 a. m.
Actualizado el 13 de jul de 2025, 11:49 a. m.
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Una mujer llamó al Dagma el 25 de junio para alertar sobre un pájaro postrado en inmediaciones de la Universidad Javeriana de Cali. Era un milvago chimachima, comumente conocido como pigua. La policía acudió al lugar y lo recogió. El ave no podía caminar y requería alimentación asistida.
Ya en el Hogar de Paso, cuando María Alejandra Arango, médico veterinario y zootecnista que maneja la medicina integrativa, lo revisó, detectó algo importante: respuesta a estímulos en sus patas.
“Aquí llegan animales atropellados, huérfanos, lastimados. Para estos casos, se trata de dar una opción de tratamiento adicional. Ahí es donde entra la medicina integrativa. No se trata de apartar la medicina convencional, que es la que nos enseñan en la universidad, sino de ofrecer un acompañamiento”, precisa.
La acupuntura, explica Arango, suele utilizarse en animales con lesiones osteoarticulares o en condiciones críticas, cuando la cirugía representa un alto riesgo. En esos casos, ofrece una alternativa terapéutica que no compromete la vida del paciente. Para ella, vale la pena intentarlo. Si hay respuesta, se abre la puerta a una posible recuperación, y si no, al menos se agotó una vía más antes de optar por la eutanasia.

“Yo pienso que hay posibilidades. Si estuviera postrado y con mala coloración en sus miembros, no tendríamos paciente”, dice mientras observa al piguaco con atención.
Le inserta cuatro agujas en la parte lumbar. Luego conecta dos pequeñas pinzas caimán y enciende un electroacupuntor. Este dispositivo transmite impulsos eléctricos leves a través de las agujas para estimular los puntos energéticos.
Ella lo agarra por la cola. El ave no silba ni emite sonidos, pero mueve la cabeza y dirige la mirada hacia los lados con suavidad. Su reacción al contacto de las agujas es tenue, casi imperceptible, pero suficiente para confirmar que aún hay sensibilidad.
A los diez minutos, Alejandra saca un rollo compacto de hojas de artemisa secas y lo prende con un encendedor. Es la moxa, una planta utilizada en la medicina tradicional china que, al quemarse cerca del cuerpo, transmite calor terapéutico.
“Esto es calor profundo”, dice. “Después de las agujas viene la moxibustión. Son terapias complementarias. Sirve para aliviar el dolor, la inflamación, para ayudar a la cicatrización. Uno coloca la moxa y el animal se relaja”.
Las eutanasias en fauna silvestre herida son comunes. No se pueden evitar en casos extremos, cuando hay traumas crónicos o múltiples fracturas. En esas condiciones, reconoce, “definitivamente no hay nada que hacer”. Pero ella insiste en mirar más allá. María Alejandra se considera una veterinaria dada a dar segundas oportunidades. A veces se detiene a observarlos detenidamente y propone a sus jefes: “Déjeme. Y miramos a ver qué pasa”. Para ella, es difícil no agotar otras vías. “Ya en el camino que lo decida él”, dice, refiriéndose al propio animal.
Con la moxa realiza movimientos en espiral sobre la columna del paciente, trabajando la zona lesionada en ciclos de tres. “Me voy de tres en tres porque maneja la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo en lo católico, por ejemplo”, explica.
Este tipo de terapia, dice, es especialmente útil cuando hay hematomas o lesiones como la de este caso, y se puede aplicar en todo el organismo si el animal no es muy grande. Sin embargo, tiene contraindicaciones: no debe usarse en heridas contaminadas, en casos de presión alta ni en la cabeza, pues allí se concentra la energía yang.

“Esto —la moxa— es fuego, es calor. Y lo más yang del organismo es la cabeza, así que no son compatibles”, aclara.
Al completar seis vueltas, se concentra en el punto más afectado y cuenta hasta nueve.
“Nueve en medicina tradicional china es un número importante”, menciona sobre el dígito asociado a la culminación de un ciclo y la plenitud de la energía.
Realiza los giros en sentido contrario a las manecillas del reloj, lo que, según dice, sirve para disolver la lesión.
“Si lo hiciera en el otro sentido, la potencializaría, y eso no es lo que busco. Necesito que se consolide para que se mejore”.

“Cuando los animales ingresan, están muy graves. En esa primera terapia uno puede utilizar muchas herramientas, poner muchas agujas, dejarlos máximo media hora y ellos están tranquilos. A medida que van respondiendo, la terapia se hace más compleja, pero eso es bueno porque está saliendo adelante”, relata. Para ella, cada mínima señal cuenta: si un animal permite siquiera diez minutos de tratamiento sin angustiarse, eso ya es señal de que puede recuperarse.
El caso de la pigua no es la excepción. Aunque la respuesta es leve, ella la interpreta como una señal esperanzadora. “Que él voltee, que él sienta, sé que tiene una respuesta. Si estuviese con poca sensibilidad, ahí no tendríamos nada que hacer”.
Las terapias se realizan día de por medio, tanto por el estrés que sufren los animales silvestres como por el volumen de pacientes que atiende en el Hogar de Paso.

María Alejandra habla de energía, de meridianos, de órganos que se reflejan en puntos específicos de la columna. Su práctica es tan técnica como espiritual. “Yo me burlaba de Delio —Delio Orjuela, coordinador del Hogar de Paso del Dagma— cuando él hacía reiki”, confiesa.
El reiki es una técnica japonesa que busca canalizar una ‘energía vital universal’ mediante la imposición de manos para armonizar y ayudar en procesos de sanación físicos o emocionales.
“Uno es muy incredulo. Uno como medico siempre esta pensando en lo tangible, en la evidencia científica”, afirma.

En su consultorio privado, donde tiene más tiempo y menos urgencias, también practica comunicación intuitiva.
“La radiestesia trabaja con las vibraciones del ambiente y de los seres vivos”, comenta.
Con una piedra amatista que lleva en su collar y usa como péndulo pregunta cosas al animal. “Hay radiestesia para buscar agua, pozos de petróleo, hasta para saber dónde construir tu casa. Y también hay radiestesia medicinal”.
Aunque esta práctica es considerada una pseudociencia por la falta de respaldo científico, para ella funciona como una guía sutil para conectarse con sus pacientes. Cree que la comunicación intuitiva es una habilidad disponible para todos, pero que requiere fe, meditación y apertura. “Es cuestión de reconocer lo que (los animales) nos están diciendo”.
Su interés por la medicina integrativa surge por una experiencia íntima y acumulativa, tanto profesional como personal. “A lo largo de mi carrera han pasado muchas cosas donde la medicina convencional ha generado estragos en mi familia”, cuenta.
La pérdida de su padre por diabetes a los 52 años fue uno de los episodios que más la marcó. Desde entonces, empezó a preguntarse si había otras formas de sanar a sus pacientes.
“Ni siquiera las he buscado. Todo ha ido llegando. Una cosa trae a la otra”. Así fue adoptando herramientas poco a poco, durante los últimos diez años, hasta formar un enfoque amplio y flexible.

En su visión, esta medicina no busca reemplazar a la convencional, sino acompañarla: “La medicina integrativa apoya desde lo emocional hasta el trauma, lo físico”.
También ha tratado animales domésticos, e incluso ha practicado acupuntura en humanos. Según explica, los canales energéticos están presentes tanto en personas como en animales, y muchas veces los síntomas se reflejan entre sí.
“Tenemos que cuadrar primero la parte emocional del humano responsable para que a uno le pongan cuidado y puedan entender qué es lo que está pasando con el animal”.

Asegura que las mascotas absorben nuestras emociones y cargas energéticas.
“Son como nuestros angelitos. Si nosotros estamos mal, ellos absorben todo eso”. Por eso, a veces antes de tratar al animal, le pone agujas, esencias florales o aceites esenciales a la persona.
Hace unos meses, en Buga, su ciudad natal, conoció a una perrita postrada que había sido abandonada en la calle.

La cirugía era costosa, así que María Alejandra empezó con las terapias.
“A la tercera sesión, la perrita empezó a pararse. En la quinta, salió corriendo a recibirme”, recuerda. “Con pocos recursos pudimos salvar a ese animalito y le están buscando hogar”.
Historias como estas la animan a seguir apostando por la compasión y el detalle. “Al médico veterinario le falta ser un poquito más compasivo y observador. Los animales nos hablan con la mirada. Si yo veo que comen, que se animan, que responden al entorno, como que piden auxilio para darles una segunda oportunidad”.

Antes de seguir en terapias con otros animales, observa de nuevo a la pigua. Busca ese movimiento mínimo, ese gesto que le dice que todavía hay algo. Que la vida, aunque frágil, todavía puede abrirse paso entre el dolor. Que creer —a veces— es el primer paso para sanar.
Periodista web en elpais.com.co, comunicador social y periodista, con énfasis en reportería para distintas fuentes de información.