Cali
Convento La Merced: 500 años de historia y el desafío del relevo generacional de sus monjas
Las hermanas Agustinas Recoletas, primera comunidad religiosa femenina de Cali, cumplen 200 años. Durante dos siglos han resguardado el convento La Merced, amenazado de demolición por la “modernización”. Hoy, la comunidad enfrenta un desafío: la falta de nuevas vocaciones pone en riesgo la continuidad de las monjas en Cali.
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21 de ago de 2025, 10:16 a. m.
Actualizado el 21 de ago de 2025, 06:58 p. m.
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La hermana Myrian del Carmen Neira, superiora del convento La Merced, me conduce hasta lo que se considera el muro más antiguo de Cali. Es una pared de piedra que forma parte de la capilla de la iglesia La Merced, la primera de la ciudad, construida en 1541, hace casi 500 años. Hoy, ese muro es una de las paradas del recorrido por el Museo Religioso del convento.
—El cuidado del templo es uno de nuestros aportes a Cali como Misioneras Agustinas Recoletas. A lo largo de la historia, está documentado, el convento sufrió los embates de la modernización: quisieron tumbarlo, como sucedió con el edificio del Alférez Real y tantos otros. Si no estuviéramos aquí, la iglesia y el convento de La Merced, tal como los conocemos, habrían desaparecido —dice la hermana, mientras una cadena con un dije de Cristo en la cruz cuelga de su cuello.
Este agosto de 2025, las Misioneras Agustinas Recoletas cumplen 200 años de haber llegado a Cali. Fueron la primera comunidad religiosa femenina de la ciudad. Por eso, el Concejo les ha rendido homenaje y se han realizado diversos festejos durante el mes. Pero también —y aquí surge el riesgo— podrían ser las últimas monjas de Cali, en medio de la crisis global de vocaciones religiosas. La hermana Myrian hablará de ello más adelante.

Su llamado a la vida consagrada lo descubrió siendo estudiante del colegio Nuestra Señora de la Consolación, fundado por la misma congregación. Antes de ingresar, estudió Ciencias de la Educación, con especialización en Física y Matemáticas. Pero en su interior sentía que su destino no estaba en los números, sino en la fe.
—Aquí funcionó un orfanato para niñas. Las hermanas las cuidaban, y varias de ellas terminaron siguiendo la vocación religiosa. En épocas de intensas lluvias o sequías, nos reuníamos en rogativas para pedir por el clima. Aún lo hacemos —dice Myrian.
La iglesia La Merced fue construida por los mercedarios, orden católica fundada en 1218 por san Pedro Nolasco en Barcelona. Su misión original era la redención de los cautivos: cristianos prisioneros de musulmanes durante las Cruzadas y la Reconquista. Por eso, su patrona es la Virgen de la Merced, redentora de los presos. De ahí el nombre de la orden.

Según la leyenda, fue en esta capilla donde se celebró la primera misa en la historia de Cali, con la Virgen como testigo. Myriam lo relata justo frente a su efigie. El complejo fue declarado Monumento Nacional en 1975.
—La Virgen de la Merced es conocida también como la Gobernadora de Cali. Tiene bastón de mando, el mismo del teniente y gobernador Cayzedo y Cuero. Nosotras la recibimos y seguimos su legado —explica la hermana.
Las primeras monjas que llegaron hace dos siglos seguían los preceptos de san Agustín, quien promovía el amor al prójimo y la educación como un derecho universal, para ricos y pobres. En 1955, la comunidad se fusionó con otra congregación llegada de España, y asumieron el nombre de Agustinas Recoletas.

Como misioneras, recorrieron Colombia evangelizando. Una de ellas fue Olivia Quintero, monja taxidermista que vivió en este convento. Otra, la madre Gregoria Ayala, de quien Myriam dice que, con una investigación rigurosa, podría postularse a la canonización por su entrega. Hoy la congregación tiene dos religiosas en proceso de beatificación: Cleusa Coelho, brasileña asesinada en 1985 por defender indígenas del Amazonas, y Esperanza Ayerbe, misionera española que predicó en China. Actualmente, las Agustinas Recoletas colombianas realizan misiones en lugares remotos como Bocas del Pauto, en Casanare.

Nos detenemos ahora frente a otra efigie: la Virgen de los Remedios, también presente en la iglesia La Merced.
Cuenta el mito que apareció en las montañas de Anchicayá, esculpida en piedra, y fue hallada por indígenas, quienes la llamaron la Montañerita Cimarrona. Al traerla a la ciudad, debieron cortar con cuidado la roca para no dañar la figura. La Virgen carga un niño que sostiene un chontaduro. Hoy es la patrona del Valle del Cauca, de la Arquidiócesis, y protagonista de varios sucesos misteriosos.

Dicen que desapareció dos veces en 1580. Tras su llegada a Cali, fue vista de nuevo en el sitio donde fue encontrada. La segunda vez ocurrió lo mismo. Fue entonces cuando alguien propuso construirle una capilla para evitar que volviera a irse. Desde entonces permanece en el convento, en pleno centro de Cali. A diario, muchos se acercan a ella en busca de sanación, como en este mediodía de lunes.
La hermana Myrian, en voz baja para no interrumpir las oraciones, comenta que pocos notan que el convento La Merced alberga dos presencias divinas: la patrona de Cali, la Virgen de la Merced, y la del Valle, la Virgen de los Remedios.
—Además, somos las únicas en el departamento que producimos hostias para las misas. Algunos las compran en Medellín, pero en cuanto a producción, no hay nadie más. Es otro de nuestros aportes a Cali y al Valle —dice, justo mientras pasamos junto a la Pila de Crespo, la única pila pública antigua que se conserva en la ciudad, ubicada en uno de los patios del convento.

Originalmente, en el siglo XIX, la pila estaba en la calle Quinta, pero cuando fue amenazada por una obra de ampliación, una familia la rescató y tiempo después la donó a La Merced.
Cada día, continúa Myrian, en el convento se elaboran las hostias para las misas del Valle. La receta es harina de trigo y agua, nada más. Se mezcla en batidoras de cocina y se vierte en una plancha caliente, con moldes que imprimen la figura de Cristo.
Durante la Semana Santa, las hermanas producen cerca de 950 mil hostias para unas 100 parroquias de Cali y otros municipios, como Palmira.

—El convento, sin embargo, no se sostiene con la producción de hostias ni con las ofrendas de la Iglesia. Gran parte del funcionamiento lo subsidia la congregación —aclara la hermana Myrian, quien luego aborda una de sus mayores preocupaciones.
La crisis de vocaciones religiosas afecta no solo a Cali, sino al mundo. En el convento viven actualmente 12 monjas. La más joven tiene 60 años. Hace varias décadas que ninguna caleña ha tocado la puerta para convertirse en religiosa.

—Podemos llamarlo crisis, eso es innegable. Hay menos ingresos y más retiros. En Europa, muchos monasterios han tenido que fusionarse o cerrar. Es parte de un cambio global. Hoy la mujer tiene muchas más opciones: antes se casaba, era religiosa o ama de casa. Ahora puede elegir entre múltiples caminos. También hay menos interés por los compromisos a largo plazo, lo vemos incluso en el trabajo: antes se duraba 20 años en una empresa, hoy no. Las familias ya no son tan católicas como antes, ni fomentan la vocación desde la infancia. Y se suma la baja natalidad: las familias tienen uno, máximo dos hijos. Son signos de los tiempos. Se ha delegado demasiado en los sacerdotes y religiosas la tarea de promover nuevas vocaciones, y lo estamos haciendo —afirma la hermana.
Le pregunto entonces si cree que las Misioneras Agustinas Recoletas podrían ser las primeras, pero también las últimas monjas de Cali. Myrian sonríe, como si esa posibilidad le pareciera remota.
—Yo no lo creo. Tengo fe en los milagros.