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Medardo Arias Satizábal

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Tejadita Superstar

Tejadita creó así a Teresa, La Mujer Mesa; Rosario, La Mujer Armario; Abigaíl, la Mujer Atril; Paula, la Mujer Jaula, Sacramento, la Mujer Asiento. Trabajaba la madera como un iluminado.

1 de febrero de 2024 Por: Medardo Arias Satizábal

Si el autor del Gato del Río, Hernando Tejada, viviera, estaría cumpliendo hoy 100 años, rodeado del cariño de una ciudad que mucho lo quiso y lo llamó siempre ‘Tejadita’.

El suceso, no obstante, no pasará desapercibido, pues este 3 de febrero se inaugura su museo a las 5:00 p.m. en la Ave. 4 Oeste, en El Finestral Gallery. Ahí será posible ver fotos, películas, muebles y parte de su obra, en la compañía de familiares y amigos; su sobrino, el escultor Alejandro Tejada y sus sobrinos nietos Sebastián y Mariana Valencia Sayin, lo acompañan además con una canción: ‘Tejadita Miau Miau’, creación de Sebastián, músico hoy reconocido en Alemania, junto a su amigo de infancia, Tomás Correa.

Tejadita nació en Pereira en 1924 y junto a su hermana Lucy protagonizó uno de los momentos artísticos más notables de Cali, a través de obras que hoy están en colecciones de Colombia, Estados Unidos y Europa. Miembro de una familia de cinco hermanos, hijos de José Tejada e Ismenia Sáenz, pasó sus primeros años en Manizales. La familia llegó a Cali en 1937. Hernando Tejada realizó estudios en Bellas Artes, con la tutoría de Jesús María Espinosa, y se graduó luego en la Escuela Nacional de Bellas Artes en Bogotá. En Cali recibió los vientos poderosos que venían del muralismo mexicano y dejó para la posteridad el mural de la estación del ferrocarril, en 1953, en el cual planteó toda la saga del mestizaje en un relato de colonizadores, nativos y esclavizados. El mural fue restaurado hace unos años con el soporte del Ministerio de Cultura.

Me acerqué al artista hace unos 40 años, cuando sus exposiciones planteaban una mirada nueva al arte, con un fuerte componente escultórico. Tejadita creó así a Teresa, La Mujer Mesa; Rosario, La Mujer Armario; Abigaíl, la Mujer Atril; Paula, la Mujer Jaula, Sacramento, la Mujer Asiento. Trabajaba la madera como un iluminado. Durante muchos sábados compartimos mesa en torno a un sancocho de pescado en un restaurantito de El Peñón. Creo, ‘Pacífico’ era su nombre. Me reveló que este lugar le traía los mejores recuerdos de Tumaco y Bocagrande donde vivió un tiempo.

A Bocagrande, la playa a la que cantó Faustino Arias Reinel, Tejadita llevaba lápices, muchos cuadernos para dibujar esos trozos de madera que deja el mar después que la ola se aleja. Maderos caprichosos que en sus formas le cantaban al oído historias de naufragios o de lejanas aldeas del mar donde la noche se iluminaba con lámparas de petróleo. Era invitado ahí en la casa de Marta Hoyos, morada marina visitada también por quien fuera directora de La Tertulia, Maritza Uribe de Urdinola. Entre un almuerzo y otro me comunicó que deseaba realizar una exposición dedicada exclusivamente al manglar. Así, con fotografías de Silvia Patiño, publicamos en la revista Diners lo que por mucho tiempo caracterizó su arte: El ManglArt, nombre con el que mencioné esa galería de peces furtivos entre raíces, cangrejos felices que ascendían por ramas de colores, garzas dubitativas en lo alto de cuángares, camarones de madera que jugaban a enamorar cormoranes, tocado todo por las manos mágicas de Tejadita.

La primera vez que lo entrevisté fue por sugerencia de Beatriz López, entonces Jefe de Redacción de El País; me habló de un artista fuera de serie con un comportamiento también sui generis. Me indicó que en los cócteles, después de unas copas, Tejadita iba hacia los floreros y saboreaba las astromelias con fruición, cosa que él no negó.

Me tocó el momento en que Germán Patiño, entonces secretario de Cultura de la Gobernación del Valle, le propuso en La Tertulia hacer un gato grande para situar en la ribera del río. Tejadita dudó un instante, pero su sobrino Alejandro lo animó con un “yo te ayudo” en esa técnica de la cera perdida, y fue así como un día el gato que hoy es símbolo de la ciudad, viajó desde un taller en Bogotá, atravesó el Túnel de La Línea y llegó a Cali con los ojos alegres, amarrado con cables de acero para evitar su fuga por los montes, donde ninguna novia encontraría. El río Cali lo volvió coqueto y hoy está acompañado por muchísimas gatas.

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