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Andrés Gil es filósofo de la Universidad de Antioquia y magíster en educación de
la misma universidad.
Andrés Restrepo Gil es filósofo de la Universidad de Antioquia y magíster en educación de la misma universidad. | Foto: El País

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Yo conozco a esa señora

Lo cierto es que la brutalidad de la guerra demarca, en los niños que la padecen, unos referentes violentos y despiadados.

1 de noviembre de 2024 Por: Andrés Restrepo

“¿Ustedes pueden encontrar en este mundo, en esta realidad de ahora, alguna mujer parecida a esa? Preguntó la profesora. Habían acabado de leer la última página del libro La Peor Señora del Mundo del escritor mexicano Francisco Hinojosa, y la maestra, tentando a sus alumnos, les preguntó si acaso la protagonista ficticia del cuento tiene un correlato palpable en la realidad.

-”¿Alguien conoce a La peor señora del mundo?”. Según el relato de la propia maestra, siempre tuvo a su cargo grados de primaria y, en aquella ocasión se encontraba impartiendo sus clases de español en un grado segundo en un municipio cerca de Cúcuta, Norte de Santander.

“Yo conozco a esa señora” -respondió un niño y, según la versión de la maestra, lo declaró con seguridad y contundencia: -”Esa señora no está lejos, profesora. Está allá. Donde yo viví. Donde yo viví está esa señora”.

En este libro, Hinojosa nos dibuja, escena tras escena, el carácter terrible de una mujer cuyo único regocijo se hallaba en el dolor ajeno y cuya única felicidad se encontraba en el sufrimiento de los otros: en el de sus hijos, en el de sus vecinos, en el de los animales.

Por ello, los animales, los vecinos y sus hijos deciden, cansados y temerosos, salir del pueblo. Temiendo por su propia vida, son desterrados de sus casas. Así explicó el niño su respuesta: “Profesora, La Peor señora del mundo es una señora que llega y lo saca a uno y le quita a uno. Y lo saca con todo, sin nada. Váyase, váyase y esa es esa señora”.

Con escasas semanas en la escuela, el niño había llegado, junto a su familia, de un departamento al sur del país: Caquetá. Como hay preguntas que no se hacen, la maestra nunca indagó por la razón. Pero, despejando toda duda, las aseveraciones del niño, carentes de toda ingenuidad, confirmaron las sospechas de la maestra: desterrados, el niño y su familia fueron obligados a dejar su casa, su tierra y a desplazarse entre un departamento y otro.

Creo que la respuesta del niño es tan reveladora, como preocupante; tan diciente, como lamentable.

Quienes han leído el cuento ‘La Peor Señora del Mundo’ comprenderán que no es fácil imaginar una mujer como la que allí se nos describe. Alcanza tales grados de crueldad e inhumanidad; tales niveles de insensibilidad y sadismos, que, espero yo, para un lector común es difícil sospechar que una persona así, embelesada por el dolor ajeno y fascinada con el sufrimiento de los demás, pueda existir realmente.

Lo cierto es que la brutalidad de la guerra demarca, en los niños que la padecen, unos referentes violentos y despiadados. La realidad en la que ciertos niños habitan, conviven y crecen les inducen a creer con certeza que personajes como la protagonista de La peor señora del mundo sí existen, basando su convicción en los sufrimientos a los que ciertas personas, por medio de las armas y la guerra, les hacen padecer.

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