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Trece policías asesinados por cuenta del Gobierno

En una democracia y en un Estado de derecho no es aceptable que, tras ser capturados, se libere a asesinos que, como Calarcá y Chejo, tienen cada uno más de tres décadas de historia criminal...

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Rafael Nieto Loaiza
Rafael Nieto Loaiza. El País. | Foto: El País.

31 de ago de 2025, 01:52 a. m.

Actualizado el 31 de ago de 2025, 01:52 a. m.

Trece policías asesinados en Amalfi. El Gobierno estaba advertido sobre la situación de violencia en la zona. El 4 de junio, la Gobernación de Antioquia elevó al Ministerio de Defensa “una solicitud urgente y prioritaria frente al deterioro progresivo y alarmante del orden público en Amalfi [y pidió un] despliegue inmediato y reforzado de tropas”.

A los sobrevivientes al ataque no les brindaron apoyo. Siete de los uniformados murieron abandonados y esperando la asistencia, que no llegó sino en la mañana del día siguiente. “Se fueron muriendo poco a poco”, dijo el Secretario de Seguridad de la Gobernación. ¿Cobardía? ¿Incapacidad? Inexplicable.

Además, parte sustantiva de la responsabilidad es de Petro y de la política de ‘paz total’: durante este Gobierno el clan del Golfo y las Farc han crecido un 60 % y un 70 %, respectivamente. Peor, los jefes de los asesinos, Calarcá y Chejo, comandante del Bloque Jorge Briceño y del Frente 36 de las disidencias de las Farc, están libres y tienen suspendidas las órdenes de captura porque el Gobierno los designó “negociadores de paz”.

Ambos habían sido capturados por el Ejército el año pasado, cuando se movilizaban con armas y municiones en camionetas de la UNP, pero fueron dejados en libertad por orden de Petro y de la Fiscal General. Como si no bastara, el Gobierno se sentó otra vez a conversar con Calarcá al otro día del asesinato. Para rematar, Petro ni siquiera fue capaz de ir al entierro de los asesinados.

No es la primera vez que lo digo, ciertamente, pero es inevitable repetirlo, en otro país y con otro gobierno el escándalo sería mayúsculo y hubiera cobrado la cabeza de los responsables. En una democracia y en un Estado de derecho no es aceptable que, tras ser capturados, se libere a asesinos que, como Calarcá y Chejo, tienen cada uno más de tres décadas de historia criminal; no lo es tampoco que se les dé el carácter de “negociadores de paz” y por eso no se les pueda perseguir; y no lo es que después de asesinar trece uniformados el Gobierno siga hablando con esos homicidas. Esos trece muertos, su sangre y el llanto de sus padres, sus parejas y sus hijos, son culpa y responsabilidad de Petro, su gobierno y la Fiscal.

Tres policías asesinados por unos homicidas liberados por el Gobierno y acá no pasó nada y nada va a pasar. Se ha asumido que está bien, que es correcto, dejar en impunidad a los asesinos si tal cosa se hace con pretexto de la paz. Y que tampoco es reprochable que esos asesinos sigan matando. El daño cultural es inconmensurable.

No puede seguir siendo así. El próximo gobierno, el de la reconstrucción, debe parar con esta especie de tradición maldita que no solo no ha traído paz alguna, sino que constituye un incentivo perverso para seguir delinquiendo y para seguir asesinando. La paz solo es resultado de la justicia y del imperio de la ley, del castigo para el bandido y el premio para el ciudadano de bien.

Abogado socioeconomista, especializado en derecho constitucional e internacional y derechos humanos. Fue viceministro de Justicia.

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