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Romance norte-sur

Los escolares anhelan la llegada del ‘Spring Break’ (El descanso de primavera) que antecede al reinicio de clases, para escapar a México.

Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal. | Foto: El País

Medardo Arias Satizábal

10 de abr de 2025, 02:48 a. m.

Actualizado el 10 de abr de 2025, 02:48 a. m.

Desde aquellos días de 1513 cuando Ponce de León avistó las costas de Florida y encontró semejanza de la bahía contigua al Lago Wyman, con una boca de ratón, quizá Estados Unidos de América estuvo signada a convivir con la cultura hispana.

De hecho, el lugar descubierto por los españoles que acompañaban al conquistador, que también buscaba ‘la fuente de la eterna juventud’, es conocido hoy como Boca Ratón y ahí se juegan los torneos más importantes del tenis mundial.

Pero basta subir por toda la costa de California, entre pequeños collados y carreteras blancas que dan a un mar de espuma, para saber que los designios de la colonización española eran una tarea que abarcaba todo el continente americano, el sur y el norte, con la cruz del catolicismo por delante; todos los pueblos y ciudades aquí, tienen nombres de santos, denominaciones dadas por la misión de frailes jesuitas y franciscanos que catequizaron estas tierras y levantaron templos de calicanto entre 1697 y 1822, siguiendo el camino del sacerdote Juan María de Salvatierra; fue el pionero de las 16 misiones de California. San Francisco, Santa Bárbara, San Diego, San Juan Capistrano, San Carlos de Borromeo, San Pedro, San Juan Bautista, son nombres que figuran hoy como herencia de aquellas misiones católicas; este último pueblo, San Juan Bautista, se ha convertido en atracción turística en California, pues tiene el mayor número de gallos silvestres por kilómetro cuadrado. Ni el alcalde ni los mismos habitantes saben desde cuándo los crestudos personajes están por aquí, y aunque organizan brigadas para corretearlos y cazarlos con mallas, los gallos ocupan las calles, los árboles, el atrio de la iglesia, y los automovilistas deben frenar a menudo para evitar arrollarlos.

Los gallos de San Juan Bautista en California están ahí desde tiempos de la colonización española. Sus tatarabuelos gallos quizá oyeron hablar de las hazañas de Cortés, de las aventuras de Pizarro, de la tozudez del tuerto Blas, el de Lezo, aquel que con una pierna de madera se enfrentó en Cartagena a la armada más poderosa de todos los tiempos, y la derrotó con un solo ojo. Quizá por ello los gallos siguen cantando por las calles de San Juan Bautista, dándole al aire un tono campirano de aldea mexicana, entre la exuberancia de magueyes gigantes.

Cuando todo está perdido para el héroe o el villano de la película, casi siempre hay una salida: México. Así, hemos visto en innumerables ocasiones cómo los protagonistas de historias fílmicas, dejan ‘el norte’ atrás y avanzan por el estereotipo hacia carreteras interminables, hacia una nueva vida que espera entre ‘lindas señoritas’, tequila y comida picante. Normalmente, el protagonista deja sonar, pianísimo, algún corrido de esas tierras. Esto, que tiene toda la estructura de un folletín, o si se quiere, del lugar común, es en Estados Unidos una palpable realidad.

Los escolares anhelan la llegada del ‘Spring Break’ (El descanso de primavera) que antecede al reinicio de clases, para escapar a México. El tiempo que precede a la primavera da origen a fiestas orgiásticas en Cancún, Cozumel, Puerto Vallarta, Playa del Carmen; otros, menores de edad, cruzan la frontera para beber botellas enteras en Laredo o Tijuana.

El Gobierno de México debió adoptar medidas para controlar a miles de adolescentes que regresan ebrios a Estados Unidos, al amanecer. Beben en México todo el licor que no pueden probar en los Estados Unidos, pues su edad no les permite entrar a bares. Vencer la prohibición está a mano; un coche prestado y el cruce rápido de la línea que divide a México de Estados Unidos. Al otro lado, reverberan las luces de los bares y cantan los mariachis.

Medardo Arias Satizábal

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.

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