Columnistas
Martín Caparrós
“Un lector que no lee es una paradoja lógica pero no una persona”.

En su podcast, la periodista Yolanda Ruiz le pregunta al cronista Martín Caparrós si escribir sobre la enfermedad con la que fue diagnosticado, ELA, es acaso hacer el duelo de la propia muerte. Entonces vuelve a suceder. Ese argentino que tanto admiro por su pluma me regala una nueva lección con su respuesta.
“Imaginé que iba a estar mucho más tocado, llorando por los rincones. Estoy sorprendido gratamente de que no me pase. Me pregunto si es que me estoy engañando, pero me digo las cosas muy claras, así que no, no me estoy engañando. Simplemente estoy tratando de no andar llorando por los rincones y no desperdiciar lo poco que tengo. Es el intento de sacar todo el jugo posible”.
A Martín lo conocí en Cartagena, donde tuve el privilegio de ser su alumno durante un taller de crónica. También he tenido la suerte de encontrármelo varias veces por ahí, y nunca desaprovecho para bombardearlo con preguntas sobre el oficio y sobre la vida. Las siguientes, algunas de las lecciones que me ha brindado don Martín Caparrós.
“A mí me sorprende esta idea que tienen muchos editores latinoamericanos que trabajan para una raza inexistente, el lector que no lee. Y un lector que no lee, no existe, porque lo que define al lector es el hecho de leer. Un lector que no lee es una paradoja lógica pero no una persona. Como los editores trabajan para ese monstruo inexistente, porque en realidad a las personas a las que está destinado su trabajo las subestiman, piensan que son idiotas y que si no les das todo molidito, con gráficos, en ocho líneas, van a salir corriendo, como trasladan su propia ignorancia al público, la mayoría de los editores crean productos que no interesan”.
“Soy muy ordenado a la hora de escribir, eso sí, cuando estoy en casa. En la mañana leo y después en la tarde me prendo un buen cigarro y escribo hasta las 6 o 7. Descubrí para mi gran sorpresa hace tres o cuatro años que si trabajo cuatro horas por día produzco mucho. No trabajo en la noche”.
“Cuando yo creo que escribo algo que está bien, por más que miles de personas me digan lo contrario, yo no les creo. Cuando yo creo que escribí algo que no me parece tan bueno, y me dicen que sí, tampoco les creo”.
“La palabra investigación no me gusta, la asocio con policías, jueces. Reportear es una palabra lationamericana, que poco se utiliza en Argentina. Prefiero utilizar otros términos a la hora de recoger datos para una crónica: buscar, charlar, mirar, escuchar, leer. Lo que hago no tiene misterio. Trato de enterarme de cosas y las cuento. Nada más”.
“No trabajo con fotógrafo. Necesito estar solo cuando estoy trabajando. Es un momento de mucha concentración y actividad, que si estoy con otro me distraigo. Eso empezó cuando comencé a hacer crónicas de viajes y me imaginaba estando diez horas en un avión con una especie de desconocido y me parecía aterrador. Entonces dije, no, no quiero, y empecé a hacer mis propias fotos”.
“¿Tres cronistas? Truman Capote, Manuel Vincent y Tomás Eloy Martínez”.
“No tengo hobbies, esa palabra es una crueldad. Que alguien trabaje todo el día de forma aburrida para tener que llegar a casa a hacer algo que le agrade, es una crueldad. Yo he procurado no hacer eso. Mi hobby es escribir, mi trabajo es lo que me gusta. Por supuesto que me gusta hacer otras cosas: soy buen cocinero y lo hago todos los días. Soy socio de Boca Juniors. Me gusta el cine. Pero las cosas que más me gustan las hago trabajando. Viajar, escribir, entender”.
“Fui un mal saxofonista, por suerte para mis vecinos lo abandoné a tiempo”.
“¿Un sueño? Era ser un gran saxofonista, pero no se dio. No sé, el sueño sería escribir un libro bueno alguna vez. Creí que ya había escrito uno, una novela que se llama ‘La Historia’, creo que es un libro bueno, pero nadie lo leyó”.
“Yo quería ser escritor, pero tardé años en llamarme escritor. En las migraciones de los aeropuertos, donde te piden el dato de tu profesión, empecé a escribir escritor hace tres, cuatro años, cuando dije ya después de 20 libros, basta, lo soy. Para mí, escritor no es una profesión, es un título de nobleza”.
“Mi bigote ya cumple 30 años de ser retorcido. Quería encontrar una forma más entretenida que la cara que tenía y bueno... Una vez me lo quité para actuar en una película y nadie me reconoció, ni mis amigos. Y el hecho de poder cogérselo es mejor que rascarse los huevos, está mejor visto”.
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