Columnista
La sagrada desidia
Cali no puede permitirse tener ahí en uno de los lugares más bellos de la ciudad, un monumento al abandono.

15 de may de 2025, 03:09 a. m.
Actualizado el 15 de may de 2025, 03:09 a. m.
Por varios años fui vecino del Parque del Peñón. Me duele ver el estado en que se encuentra hoy el proyecto de La Sagrada Familia, y me pregunto, ¿a quién le sirve esta desidia?
Apelando al sentido común, uno pensaría que el Alcalde de la ciudad debe intervenir en este proyecto inconcluso, subsanar o multar las intervenciones indebidas que hayan tenido lugar, y seguir adelante.
Cali no puede permitirse tener ahí en uno de los lugares más bellos de la ciudad, un monumento al abandono.
Cuando inició este proyecto, se habló de locales comerciales, alojamiento tipo Santa Clara (Cartagena) y hasta una sala de cine. Muchos caleños apostaron; unos más, otros menos, como Leonor Guevara, que puso parte de sus ahorros en este emprendimiento, y me envía esta carta:
“Cali ha cambiado, ha dejado de ser un lugar especial, en términos de convivencia respetuosa, limpieza generalizada y continuas manifestaciones de amor por ‘el terruño’, para ser ‘tierra de nadie’ donde el espacio público es tomado para convertirlo en parqueadero, lavadero de carros, taller de mecánica, hasta restaurante con mesas, sillas y pipetas de gas (cuando no hay toma directa de la energía, del cableado callejero) o donde a los parques se les resta área en favor de terceros, entre muchos hechos negativos, pero, ¿a quién le duele?
En el 2011, el edificio del antiguo colegio de la Sagrada Familia ya evidenciaba un grave deterioro y, frente a este hecho, surgió un proyecto que ofreció cambiar su uso como convento y colegio para convertirlo en un hotel acogedor, espacios comerciales y, lo mejor, en un centro de permanentes actividades culturales.
Además de impedir su desaparición, el proyecto ‘físico’ está basado en la recuperación de su aspecto original y en su fusión con un poco de arquitectura moderna (¡Cómo se ha hecho en el mundo entero!). En otra dimensión, proponía la recuperación de aspectos desconocidos para muchos y casi olvidados para otros como los uniformes utilizados por las estudiantes, a lo largo del tiempo, hasta la apariencia interna con los mosaicos de los pisos similares a los originales y la campana que tantos sentimientos podrían revivir quienes pasaron parte de sus vidas en esos espacios… ¡No entrañan mi pasado personal, pero con mucha ilusión consideré que valía la pena darle ese regalo a mi ciudad!
Sin embargo, el sueño se detuvo. Razones de diversa índole (entre las que se encuentran varias imprecisiones), han impuesto el proceso de deterioro del espacio al que los críticos ‘pretenden salvar’.
Mientras este se da, los promotores, el importante número de trabajadores vinculados a la construcción y a la administración del proyecto, así como los cientos de inversionistas, hemos quedado frente a una situación que parece un pulso sin definición del vencedor, con la certeza de que se pierde una importante opción para la ciudad. ¿Alguien gana con esta situación?
Las intenciones detrás de una inversión son tan diversas como los seres humanos y van desde la búsqueda de la mayor rentabilidad posible hasta la confianza en que el apoyo ‘salvará’ una edificación, un espacio, un recuerdo o una tradición, otros pretenden que la unión de varios hagan viable una idea que no es posible implementar en soledad...
Sea cual sea la intención, el hecho es que lo obtenido dista mucho de ella.
¿Quién se ha tomado el tiempo de pensar en lo que ha significado para los que, soñadores, quedamos sin nuestros ahorros y sin la posibilidad de sentir orgullo por aportar un ‘poquito’ a la ciudad que nos alberga? ¡Se trata de hacer posible esa recuperación, así como parte de la historia, la tradición, la cultura y el empleo en la ciudad!
Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.