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La persistencia de los rasgos del carácter
En el fondo, y a través de los años, la estructura básica de la personalidad permanece intacta.

Los rasgos caracterológicos, los cuales conforman la personalidad, se hacen presentes desde los primeros años de vida. Se pueden mimetizar o disimular, pero permanecen durante toda la vida, y lejos de disminuir, se acentúan a medida que la persona se hace mayor. Son los aspectos que definen al pesimista, terco, rígido, obsesivo, tímido, insensible, dependiente, miedoso, introvertido, conflictivo, suspicaz, y al ingenuo. También definen a sus contrapartes: al optimista, dúctil, divertido, audaz, impulsivo, sociable, abierto, y al franco, entre muchos otros. Si alguien duda cuan inmodificables son estas condiciones humanas, podría estar atento en la próxima reunión de grupo, con quienes fueran sus compañeros, colegas, o condiscípulos décadas atrás. Allí podría confirmar la constancia de estas características.
Dos ejemplos que ilustran cuan inmodificable es la condición humana, son la generosidad y la tacañería. Así como no es posible doblegar la despreciable catadura humana de la mezquindad, tampoco es posible convertir a un generoso en un avaro. No importa cuántos esfuerzos se hagan para modificar esas peculiaridades. Los cambios que ocurren son más cosméticos que reales.
No se sabe a ciencia cierta cómo se forman los elementos representativos del carácter, pero se sabe incluso menos sobre cómo se pueden modificar. La experiencia indica que su esencia no cambia. Probablemente de origen genético, el carácter básico se mantiene a lo largo de toda la vida y se constituye en una limitación o una fortuna.
Un frecuente error que surge al momento de elegir pareja, es concluir: “Me decidí por este hombre pues si bien es un poco irresponsable (o mujeriego, vicioso, aburrido, o lo que sea), yo lo voy a cambiar” o “Me voy a casar con ella, pues si bien es superficial (o inexpresiva, interesada, materialista, o lo que sea), tiene otras cosas buenas”.
Las conclusiones basadas en los raciocinios anteriores ignoran la gran persistencia de las características de las personas y conllevan a decisiones emocionales basadas en la necesidad o en la ceguera, tan frecuente en la etapa del enamoramiento. La vida puede dar desagradables sorpresas, en la forma de relaciones poco gratificantes, cuando se aceptan condiciones desatinadas.
Si el asunto es de encantamiento transitorio, como ocurre con los enamorados, el problema es la tendencia a la idealización y a la fantasía que no les permite ver la realidad. Estos sólo ven lo que quieren ver, minimizan las dificultades, y niegan la condición inmodificable de su pareja.
Nadie es perfecto. Todos tenemos algunas características buenas y otras no tanto. Pero quien se asocie con alguien que tenga uno o más rasgos negativos de la personalidad, debe prepararse para una lucha larga. En esta lucha, es importante que la persona sana sea la que pone las condiciones y la que determina qué tanta patología va a tolerar. Bajo esa premisa, si la elección ha sido la de un buen ser humano con capacidad para amar, es posible, a pesar de las limitaciones, lograr una grata convivencia.
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