Columnista
Invertir en visión -no en deuda-
La diferencia está en atraer recursos con sentido público, capaces de generar rentabilidad económica y bienestar colectivo.
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20 de oct de 2025, 12:40 a. m.
Actualizado el 20 de oct de 2025, 12:40 a. m.
En América Latina aún celebramos cuando una ciudad se endeuda, como si el crédito fuera sinónimo de progreso. Es una vieja confusión entre solvencia y dependencia, alimentada por los afanes del cemento que suelen relatar el éxito de los gobiernos. Cali y el Valle del Cauca están en ese punto donde el futuro exige más criterio que dinero. El desafío no es acceder a nuevos préstamos, sino aprender a diseñar desarrollo con propósito. Pedir más ha sido siempre la salida fácil; pensar distinto, la verdadera transformación.
El progreso contemporáneo no se sostiene en cheques, sino en dirección. Las urbes que cambiaron su destino —Medellín, Curitiba, Monterrey, Bilbao— entendieron que ejecutar presupuestos no basta. La diferencia está en atraer recursos con sentido público, capaces de generar rentabilidad económica y bienestar colectivo. Ese equilibrio entre lo privado, lo estatal y lo social define hoy el éxito urbano.
Un peso bien invertido no se mide por el tamaño de la obra, sino por la magnitud del cambio que produce. Y eso demanda gobiernos con mentalidad estratégica, de inversionistas, que comprendan el riesgo, calculen el retorno y construyan credibilidad. Una administración inteligente no gasta, multiplica; no solicita dinero, sino que lo genera.
No partimos de cero, lo hemos dicho más de una vez. Tenemos universidades que generan conocimiento, sectores productivos con vocación global, ecosistemas de innovación en expansión y un tejido social que resiste incluso en las crisis. Lo que falta no es talento, sino una institucionalidad que hable el lenguaje del capital de impacto y goce de horizonte. Ya hubo ensayos con ‘bonos de impacto social’; cumplieron metas, pero quedaron en piloto. El obstáculo no fue financiero, sino estructural, cómo sostener y amplificar el modelo.
Estamos en mora de crear un fondo regional de inversión, uno nuestro, con el nombre que queramos. No es otro engranaje burocrático, sino una herramienta ágil que atraiga recursos hacia la atención de emergencias, la movilidad sostenible, la agroindustria verde, la energía limpia o la educación digital, entre otras agendas. Bien diseñado, un instrumento así no se limita a ejecutar gasto, lo convierte en prosperidad compartida.
Avanzar requiere equilibrar la solvencia técnica con una visión política capaz de orientar el cambio. No basta con querer transformar, hay que saber cómo, diseñar proyectos viables, crear mecanismos que vinculen propósito y rentabilidad, medir con rigor y sostener la confianza. La inteligencia financiera es eso, pensar en diseño antes que en deuda. Y, entre tanto cálculo, convendría no olvidar la ética, que también genera valor.
Entonces dejemos de pensar en préstamos y subámonos al otro bus. A propósito de nuestro nuevo POT, la aplazada discusión distrital y la necesidad de avanzar hacia la metropolización, si la región logra pasar del gasto al apalancamiento, del endeudamiento al impacto, puede convertirse en un laboratorio nacional de inversión territorial. Un espacio donde el sector público, la empresa y la academia dejen de competir por las migajas para crearlas.
Claridades: A propósito de la modesta tajada que el Valle recibió en el presupuesto nacional, se ratifica nuestra dependencia del centro, y también de quienes allá dicen representarnos. Es hora de levantar la cabeza y pensar como aquellos que, hace más de un siglo, soñaron con una Colombia de regiones autónomas, capaces de financiar su destino con criterio propio, no con súplicas.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.
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