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Francia Márquez y los negros

Somos útiles para ganar elecciones, pero no para gobernar. Se nos quiere en la foto, pero no en la toma de decisiones.

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María Elvira Bonilla.
María Elvira Bonilla. | Foto: El País.

8 de ago de 2025, 02:27 a. m.

Actualizado el 8 de ago de 2025, 02:28 a. m.

El camino que les abrió Francia Márquez a los negros en Colombia –solo en Cali hay más de 1 millón- es innegable. Con su voz firme, su mirada adusta y un talante retador ha hecho que su presencia incomode en muchos escenarios. Pero sobre todo por lo que representa: una mujer negra insumisa.

Y para qué negarlo. Su lugar, no solo en la política, sino en el alto gobierno, al que llegó no por concesión sino por la alta votación en la consulta del Pacto Histórico, que forzó a Gustavo Petro a convertirla, sin convicción, en su fórmula presidencial que se impuso hace tres años, no es fácil de asimilar.

Y paradójicamente donde más estorba Francia Márquez es en el corazón de la Casa Nariño donde brilla el poder unipersonal del Presidente quien borra con facilidad a aliados y colaboradores, y ha olvidado ya el significado no solo electoral de Francia Márquez y de la población marginada del suroccidente y Pacífico colombiano que vio en ella la posibilidad inédita de tener una voz con poder real, con peso en las decisiones de gobierno. Sin embargo, todo esto tiene hoy el amargo sabor de la frustración.

Y ella ya no lo disimula, las cartas parecen estar jugadas, como lo hizo saber en el descarnado discurso el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas Afrodescendientes que pronunció en la conmemoración de la fundación de Cali.

Cargaba además ese día con el peso de la exclusión que había sufrido de escenarios de poder -empezando con el más significativo, el Ministerio de la Igualdad- en respuesta a haberse atrevido a enfrentar al intocable, al Presidente, en el sonado Consejo de Ministros del cual por la misma razón cayeron varios mientras el rufián sobrevivía, enaltecido. Por esto tituló su discurso: ¿De la heroína a la traidora? Del cual vale la pena resaltar su contundencia por su sinceridad:

“Hoy no vengo a hablar solo de mí. Vengo a hablar desde un cuerpo afrodescendiente, un cuerpo de mujer negra que ha sido celebrado, instrumentalizado, desgastado y desechado. Porque sí, esta historia empezó con una celebración. El día que ganamos la segunda vuelta fue un día que se nos permitió la presencia, pero no se nos reconoció.

Hace algunos años fui la voz que recorrió el país, fui la cara de la esperanza. La mujer afrodescendiente que traía el eco de los ríos, de las casas humildes, de los saberes populares, de las manos callosas, de las mujeres que limpian las casas ajenas mientras sueñan con una vida digna. Pero pronto pasé de ser el fenómeno político, la heroína, a ser la ‘traidora’. Porque en este país, cuando una mujer negra asciende, la sospecha la persigue.

Desde la campaña hasta hoy, he vivido muchos episodios de deslegitimación, sabotaje y exclusión. Se promovió la idea de que, como soy negra, seguro robo. Sin haber tocado un peso, me trataron como criminal. Me exigieron ser sumisa.

Somos útiles para ganar elecciones, pero no para gobernar. Se nos quiere en la foto, pero no en la toma de decisiones. Disentir en el Gobierno que ayudé a elegir, y del que hago parte, no es traicionar. Ejercer la dignidad no es conspirar. Pedir respeto no es arrogancia. (…)”.

Escucharla en ese discurso me permitió entenderla mejor, con mayor empatía. Pero ahí sigue, arrinconada, blanco de una rabia silenciosa que alimenta un resentimiento poco útil para crear puentes y avanzar en el camino que conduzca a que la dignidad se vuelva costumbre y lo suyo no sea un paso efímero por el poder con sabor a derrota.

Profesional en Filosofía y letras en la U de los Andes. Periodista durante 25 años. Ha sido directora de noticias del Noticiero Nacional, Canal RCN y de las revista Cambio, Cromos y El Espectador. Ha ganado tres Premios de periodismo Simón Bolívar y el Premio Alfonso Bonilla Aragon. Escribe para El País desde el año 2005 con la cual ganó en el año 2008 el Premio Rodrigo Lloreda Caicedo a la mejor columna.

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