Columnista
Desde Estocolmo
Ciudad multirracial, acogedora al inmigrante. Una mayoría de clase media y alta trabajadora...

13 de may de 2025, 02:27 a. m.
Actualizado el 13 de may de 2025, 02:27 a. m.
Primera visita hace muchos años. Invierno profundo. 23 grados bajo cero, noche, día y noche. Tres o cuatro horas de luz y luego sálvese el que pueda. Solamente la pasión por Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel de Literatura, y su deseo de no estar solo, originó el vértigo. Ideas aparentemente locas y ‘lobas’, según titulares de la prensa bogotana, se hicieron realidad y logramos lo imposible. Aterrizar en un jumbo cedido por Avianca (cuando la aerolínea era un orgullo colombiano). Los mejores y más auténticos grupos folclóricos de cada región. Muestras del Museo del Oro, artesanías, obras de los pintores más importantes, etc. Estocolmo vibró al son de cumbias, mapales, acordeones y tambores. Todavía lo recuerdan.
Regreso en plena primavera. Ciudad única en el mundo, compuesta de islas que se comunican, jardines, parques, zonas peatonales, orden, respeto, una arquitectura imponente. Ciudad utopía. Sin aglomeraciones, todo en su sitio. Educación y salud gratis para toda su población. Ciudad europea que va en contra vía y tiene un índice de natalidad que crece año tras año. Nunca imaginé ver tantos bebes rosaditos, rubiecitos, envueltos en sus cobijas dentro de sus coches o niños jugando en los parques. Me envolvió una sensación cálida.
Una ciudad con un índice bajísimo de desempleo, cero tugurios, cero colillas en la calle, ni papeles ni nada, todo limpio (sí se puede salir del mugre y la suciedad endémica en la que vivimos en la sucursal del cielo).
Estocolmo en primavera parece un cuento de hadas. Cúpulas doradas, palacetes… si no tuviera esos largos meses de oscuridad y helaje polar, creo que sería un hormiguero de gente apelotonada para ‘vivir sabroso’.
No sé si sus ciudadanos viven felices o no, el ser humano es insaciable, pero tienen todo para serlo, o a lo mejor, la soledad de los adultos es dramática, pocas son las familias tribales como las nuestras.
‘Independencia y libertad’. Pueden transformarse en indiferencia y abandono emocional. La cortesía general puede significar una forma sutil de alejamiento.
Ciudad multirracial, acogedora al inmigrante. Una mayoría de clase media y alta trabajadora, y algunos muy supermillonarios, pero también llena de creadores, científicos, inventores, sabios, investigadores. La cultura tiene una importancia enorme. Artes plásticas, actores de primer orden, músicos célebres, cantantes.
Da grima pensar en Colombia desde aquí. Semejante país tan privilegiado por la naturaleza, sus dos océanos, su diversidad de aves y plantas, sus climas a partir de playas, altiplanos y nevados. Subdesarrollados y violentos porque nos dio la gana de vivir así, odiándonos, divididos en ‘castas’ absurdas e inventadas. Criollos, españoles, indios, blancos y la inequidad y la pobreza como parte del paisaje. Asolado por la droga y bañado en sangre. Gobernantes corruptos, politiqueros, sin formación académica. Para llegar a senador no hay que ser siquiera bachiller, sino tener “buen hígado, buen pipí y plata para repartir”, esta frase me la dijo hace muchos años un famoso político antioqueño. No me la inventé, lamentablemente es así.
Me pregunto: ¿Jamás lograremos salir de la miseria en que estamos atascados desde que Colón desembarcó? ¿Por lo menos dejar de ser tan sucios? Atascar los caños de basuras, tener andenes, respetar los semáforos, ceder el paso, dejar de insultar. Sí, da grima y una tristeza profunda. No aspiremos a la cultura de los suecos, pero hagamos un esfuercito para dejar codicia, pereza, desorden y ordinariez, tampoco es mucho pedir.
Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.