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León XIV, un Papa que incomoda al poder. Análisis
Mientras desde el sur su elección fue celebrada, en el norte podrían sentirla como una perturbación.

10 de may de 2025, 03:57 a. m.
Actualizado el 10 de may de 2025, 03:57 a. m.
Por Álvaro Benedetti, consultor internacional.
La elección de León XIV como nuevo jefe de Estado del Vaticano ha sido recibida con particular atención por la comunidad política internacional. No se trata únicamente de un cambio en el liderazgo de una institución religiosa, sino de la irrupción de un actor global que, sin necesidad de ejercer poder duro, introduce nuevos vectores simbólicos y éticos en el discurso mundial.
El perfil de Robert Prevost —estadounidense de nacimiento, formado y enraizado en América Latina— representa una desviación significativa del modelo tradicional del liderazgo vaticano, y su elección reconfigura silenciosamente algunas claves de lectura en la política internacional.
Desde el punto de vista geopolítico, el ascenso de Prevost ha sido interpretado como una señal del desplazamiento del centro de gravedad moral hacia el sur global. Si bien mantiene vínculos con las instituciones del norte, su trayectoria personal lo sitúa como un actor híbrido, que puede hablar desde la experiencia de los márgenes.
Esto le otorga una capacidad de interlocución distinta, especialmente relevante en un contexto donde la polarización, la desigualdad y la exclusión generan cada vez más tensiones entre el norte y el sur.

En este marco, el mundo político no recibe a León XIV como un líder eclesial más, sino como un jefe de Estado con potencial para alterar —aunque sea desde lo simbólico— el lenguaje dominante en temas globales.
Su elección del nombre, evocando a León XIII y su intervención frente a la cuestión obrera en la era industrial, sugiere una disposición a intervenir en las nuevas batallas del siglo XXI, aquellas que se libran en torno a la inteligencia artificial, la automatización del trabajo y la creciente desconexión entre producción y dignidad humana.
Conviene subrayar, sin embargo, que a menos de 48 horas de su elección, aún nos movemos en el terreno del pronóstico. Esta es una interpretación precoz —y en cierto modo predecible— a la luz de sus primeros pronunciamientos como Papa, pero sobre todo de su trayectoria. Es esa biografía la que permite anticipar ciertas tensiones y alineamientos en el plano político, incluso antes de que se materialicen en gestos concretos.
En ese sentido, su figura genera tanto expectativa como cautela en sectores del poder político. Para los gobiernos del sur, su elección puede representar una validación simbólica de demandas históricas de justicia global y reconocimiento. Para actores del norte, especialmente aquellos alineados con una visión tecnocrática y utilitarista del desarrollo, la irrupción de un liderazgo con sensibilidad comunitaria puede percibirse como una perturbación incómoda.

Esto adquiere particular relevancia ante el actual gobierno de Estados Unidos. Si bien León XIV no ha hecho declaraciones directas sobre el presidente, sus antecedentes y postura pública permiten anticipar posibles fricciones.
No obstante, el Vaticano no suele involucrarse en confrontaciones políticas abiertas, al menos no en la era moderna. Y es probable que Trump, por su parte, actúe con cautela antes de tensionar la relación con una figura como León XIV, considerando que una porción significativa de su base electoral se identifica con el catolicismo.
A diferencia de otros actores políticos, el Vaticano no necesita confrontar directamente para ejercer influencia. Su fuerza está en su capacidad para desplazar el foco del debate. En este caso, la insistencia en el valor del trabajo humano, en el rol del sur global y en la legitimidad de los excluidos puede funcionar como un contrapeso simbólico al retorno de discursos autoritarios o deshumanizantes.
En definitiva, la elección de León XIV introduce un nuevo tipo de interlocutor en la escena internacional. En un mundo saturado de pragmatismo, la sola presencia de un jefe de Estado dispuesto a introducir preguntas incómodas puede representar un desafío inesperado, incluso para figuras tan polarizantes como Donald Trump.