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El domingo, Francisco recorrió la Plaza de San Pedro. Era la despedida del Papa
Al término de la misa de Domingo de Ramos, el Santo Padre le alcanzó a impartir la bendición Urbi et orbi al mundo entero. Luego fue desplazado por los alrededores de la basílica, en medio de miles de feligreses.

Era como si el todo el mundo supiera que era su despedida. Los medios de comunicación del mundo repitieron la imagen una y otra vez. La imagen del Papa, el representante de Dios en la Tierra regalándole a Roma y a todos los habitantes de todo el planeta su Urbi et orbi, la bendición tradicional del Domingo de Resurrección.
Pero en realidad se trataba de un hombre, Jorge Mario Bergoglio, que se estaba esforzando al límite para poder acompañar en el día más importante del año para los católicos a los miles de feligreses que se agolparon desde temprano en la plaza de San Pedro con la esperanza de verlo, pese a que el Vaticano había anunciado que Su Santidad no participaría en los ceremonias propias de la Semana Santa que acaba de terminar.
Era el mismo esfuerzo que se pudo ver en cada una de las ‘escapadas’ que Francisco se dio en los últimos días, tras su salida del hospital Gemelli, de Roma, adonde había ingresado el viernes 14 de febrero y en donde estuvo internado por espacio de 38 días.

Por eso su aspecto y sus actitudes de su último momento público no sorprendieron a los feligreses, sino que, por el contrario, le anunciaban al mundo católico que su días, ahora se sabe que eran horas, estaban contadas.
Sobre el medio día, tras terminarse la misa del Domingo de Pascua, los encargados del protocolo del Vaticano anunciaron que el Santo Padre en persona entregaría la bendición Urbi et orbi, la misma que conmovió al mundo durante la época de la pandemia, cuando el Papa se presentó inmensamente solo ante una Plaza de San Pedro vaçía. Por eso, para los feligreses fue muy significativo que volviera a presidirla.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡Buena Pascua!”, alcanzó a exclamar el Santo Padre entonces, acompañado por su enfermero personal, Massimiliano Strappetti, despertando la euforía de los asistentes a la plaza y de los millones de católicos que seguían la transmisión alrededor del mundo.
Pero tan significativo como eso fue que casi todos los presentes se quedaron allí, inmóviles, esperando un milagro que se dio: unos minutos después, el papamovil empezó a rodar por los alrededores de la plaza, con un Francisco, de carita hinchada, a quien su enfermero se hacía constantes masajes en el cuello y se enforzaba por escucharlo su baja y entrecortada voz en medio de la multitud, pese a que estaba a centímetros de él.
Afuera del papamovil, los soldados de la Guardia Suiza cuidaba que nadie se le acercara y sus escoltas corrían adelante cómo buscando algo que Su Santidad hubiera pedido: pasados casi cinco minutos lo encontraron, un bebé le fue acercado al Pontífice, pero ya no lo pudo cargar como solía hacerlo... solo le alcanzó a tocar la manito, como hizo con otros cuatro pequeños durante el recorrido que duró unos diez minutos.
A su paso, el Santo Padre pudo ver la emoción de miles de personas que le gritaban ¡Papa, Papa¡ y que ondeaban banderas de países como México, Ecuador, Brasil y Colombia. Él los veía e intentaba levantar su mano en señal de saludo...

Al final del corto recorrido se lo veía agotado y, tras perderse en la puerta de la Basílica, muchos católicos sintieron lo que pocas horas después se sabría, que era la despedida de uno de los sucesores de San Pedro más queridos por la Iglesia y respetados por el mundo.
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