Judicial
Se cumplen 40 años: Esta es la historia, que muy pocos conocen, sobre la toma del M-19 a Yumbo, Valle, que acabó con muchas vidas
Hoy se cumplen cuatro décadas de un acontecimiento que increíblemente perdió detalles con el paso de los años y los protagonistas de esa noche parece que lo quieren olvidar. Tres voces nos llevan a ese sábado 11 de agosto de 1984.
Por: Luis Fernando Riascos, especial para El País
Pensar en una incursión guerrillera de unos 200 hombres en un casco urbano, cerca de una ciudad capital, sería difícil en la actualidad. Pero así sucedió en el ya lejano 1984 en Yumbo, a 15 minutos de Cali.
Un año antes de la toma del Palacio de Justicia, el M-19 llegó hasta Yumbo con su plana mayor de comandantes: Carlos Pizarro, tercero en la línea de mando y posteriormente candidato presidencial; Rosemberg Pabón, conocido como Comandante Uno, quien se tomó la Embajada de República Dominicana en 1980; y Javier Delgado, comandante del grupo guerrillero Ricardo Franco, autor de uno de los actos más bárbaros de la historia de Colombia: La Masacre de Tacueyó.
Los medios de la época registraron esa cifra de insurgentes y la Tercera Brigada en un comunicado oficial hizo un balance de 37 muertos.
La semana siguiente a ese sábado de agosto, se tenía programado que el gobierno del presidente Belisario Betancur y el Estado Mayor de esa agrupación firmaran un cese al fuego en la población de Corinto, Cauca, pero el día anterior, viernes, al médico Carlos Toledo Plata lo asesinaron a quema ropa mientras conducía un Renault en Bucaramanga.
Era un exintegrante del grupo guerrillero que se había reintegrado a la vida civil acogiéndose a una ley de amnistía. Esos once balazos no solo terminaron con la vida de uno de los fundadores de esa agrupación, también hirieron de muerte al proceso de paz, así que la firma quedó aplazada por seis años.
Así fue el ataque en Yumbo, Valle
El M-19, acostumbrado a sus acciones disruptivas (anunció su nacimiento en clasificados de prensa y robó la espada de Bolívar en sus inicios), esta vez dio inicio a la toma con una señal en el cielo: sobre las 6:30 de la tarde volaron bengalas y al mismo tiempo en los radios de los subversivos se escuchó “comenzó la fiesta”. En ese momento interrumpieron la eucaristía de la parroquia Señor del Buen Consuelo, ubicada en el parque Belalcázar. El sacerdote que la oficiaba era Hernán Betancur, para ese momento un joven de 26 años:
“Me asomé al balcón antes de la eucaristía, el cielo estaba como nublado, de un color como rojizo oscuro. El ambiente enrarecido realmente. Salí para la celebración eucarística. Ya iba a empezar a predicar, no se me olvida nunca porque la predicación mía empezó con estas palabras: ‘Hay que saber hacer las buenas preguntas’, cuando empezó la balacera. Por el centro de la iglesia fue entrando Pizarro, y me dijo ‘padre, récele a su Dios para que esto no sea mucho más grave’”.
“Las puertas del templo estaban abiertas todas y por ende se veía perfectamente la balacera de puertas para allá. Cuando yo salí del templo, el Colegio Parroquial (al lado de la parroquia) estaba lleno de gente del M-19 armada. Ellos se tomaron todo lo que fue el parque, la iglesia y la torre de la iglesia”, recordó el sacerdote.
Las entradas norte y sur de Yumbo quedaron bloqueadas con retenes de los guerrilleros. Por la empresa Cementos del Valle (entrada sur), Hernán Romero, un ingeniero ecuatoriano que conducía un Renault 4, murió cuando quedó atrapado entre el fuego de francotiradores que se enfrentaban a la Fuerza Pública. Daniel Manrique* (nombre cambiado por petición de la fuente), exintegrante del M-19, así lo recuerda:
“Sabíamos los puntos donde nos tocaba accionar, donde nos tocaba controlar los vehículos, controlar la gente, controlar todo. Nosotros íbamos con armas cortas porque éramos urbanos, el fusil era poco común, inclusive llegaron guerrilleros rurales también sin fusiles”.
“La gente llegó a la iglesia en los camiones de La Cuidadosa (empresa de trasteos). Estaban ahí en plena misa, eso fue de una, los camiones venían cronometrados, pero casi se descontrola todo porque al que le estaba cogiendo la tarde era a mí, y yo era el de la logística, estaba bajando todo, a todos los guerrilleros. Días antes estuvimos en zonas estratégicas mirando las salidas, las entradas, detectando infiltrados, mirando el lugar donde vivía la Policía. Era un plan bien elaborado”, recordó Manrique.
Además de la toma de la iglesia, se presentaba simultáneamente un ataque a la estación de Policía, un incendio en la Alcaldía y la liberación de algunos presos de la cárcel municipal. El testimonio de un exM-19 dice que en el tejado de una casa vecina al cuartel recibió un disparo el guerrillero uruguayo Antonio Cossimo Vulcano, quien terminó muriendo en una de las habitaciones de esa vivienda.
El agente Nelson Pulgarín, un policía que no estaba de servicio esa noche, curioso por los rumores de toma que llegaban desde la plaza central, decidió moverse hacia los alrededores de la iglesia. Su hija Francia Pulgarín así lo relata:
“Por ahí por esos bares de la galería había un jueguito de sapo, un quiosquito que quedaba al lado del puente. Ahí se mantenía jugando parqués con mi tío. La gente lo vio por última vez ahí”.
“Resulta que le contaron que había alguien en la toma, no sé por qué mi papá subió hasta el parque, no sé si fue de curioso, porque a él le daba miedo cuando hacían marchas, en ese tiempo se hacían muchas marchas de protestas, por eso mi papá todo el tiempo se mantenía en el cuartel, no hacía más nada. Trabajaba en el día, él en la noche no trabajaba, le daba mucho miedo y cuando empezaban las marchas ahí mismo se iba para la casa”, aseguró Francia Pulgarín.
Esas movilizaciones eran en su mayoría realizadas por docentes, sindicatos y especialmente por estudiantes de secundaria, del Colegio Mayor. Al no haber en esos años ni siquiera una universidad en Yumbo, y los universitarios que podían pagar educación superior en Cali eran pocos, toda la carga del M-19 recayó sobre los colegios públicos, infiltrándolos. Y la incursión en la iglesia Señor del Buen Consuelo estaba motivada según el sacerdote de aquel día, Hernán Betancur:
“Esos muchachos eran patrocinados por muchas familias, las armas las tenían en las mismas casas y ellos rapidito las guardaban y salían y no pasaba absolutamente nada. Había simpatía de la gente. Hubo todo un trabajo de Rosemberg Pabón que fue profesor del Mayor, incluso apoyado por los sacerdotes españoles que estaban antes de que yo llegara”.
“Nosotros ya habíamos organizado unos grupos de trabajo con más de 200 muchachos en la parroquia, alfabetizando en los barrios de la loma, mejorando viviendas. Lo que nosotros buscábamos fundamentalmente fue recuperar el evangelio, puesto que el evangelio tiene su propio lenguaje, su propia dinámica: cómo hacer presencia entre los más menesterosos de la población. Eso nos trajo como consecuencia cierta animadversión, porque sacamos muchos muchachos del M-19 que se vinieron a trabajar con nosotros”, afirmó el párroco.
Muchos de estos jóvenes se distribuyeron en varios puntos para apoyar la toma, pero al reconstruir los relatos a cuatro décadas de distancia, no se han recogido testimonios que den cuenta de combates o confrontación militar directa, por lo menos prolongada. Todo indica que a la mañana siguiente y por dos días hubo una cruenta arremetida militar en cacería de estos colaboradores, y queda en el aire la duda de si ellos sabían a qué estaban citados esa noche. A la pregunta de si los jóvenes concentrados en el parque tenían información, el exguerrillero, Daniel Manrique, respondió:
-No, donde se tomaban las decisiones era en Sintravajillas (sede sindical a dos cuadras del parque).
-Entonces esa misma noche ellos se enteraron de la magnitud del hecho.
-Exacto.
-¿Por qué tantos pelados murieron esa noche?
-No, eso es mentira, los muertos son al otro día.
El contrataque
Se declaró toque de queda. La toma se seguía por radio. Periodistas que habían sido citados para una entrevista con un comandante en una cafetería del parque, cayeron en un engaño y terminaron cubriendo la toma. Durante la transmisión, un reportero dijo que en el barrio Las Américas unos camiones estaban subiendo a un grupo de jóvenes, uno de ellos era Jorge Hurtado, estudiante del Colegio Mayor, de 17 años. Su cuerpo apareció al otro día acribillado en el corregimiento Dapa. También los de Humberto Lenis Bejarano y Diego Cardona.
Y es que en la huida por el corregimiento de Dapa, la zona rural de los municipios La Cumbre, Vijes y Dagua, así como por los barrios de ladera, muchos integrantes del M-19 fueron alcanzados por los soldados del Batallón Vencedores de Cartago y hubo detenciones y bajas, por lo que cobraría fuerza la idea de que los militantes de base no sabían a qué se enfrentarían ese día, ni estaban entrenados para combatir.
Además, este grupo actuaba como una agrupación compartimentada, solo conocían el integrante con el que actuarían, ignorando a sus demás integrantes.
Y así estaba penetrado el ambiente en Yumbo, sin saber quién era quién, se sospechaba del vecino, del amigo y a los yumbeños los tildaron de guerrilleros, tanto que para emplearse les tocó a muchos expedir su cédula de ciudadanía en Cali. Pero regresando a la noche del 11 de agosto, en las casas se seguía la toma por radio y Francia Pulgarín quería saber de su padre:
“Empezaron a transmitir, me acuerdo que fue Radio Súper que transmitió. Yo grababa todo, no cambié la emisora. Fuimos al hospital y no veía a nadie, pero entraba gente, empezaron a entrar heridos. Cuando regresé a la casa ya eran como las once de la noche, dieron la noticia. Dijeron que en el parque había un policía muerto. Y yo ¡ay mi papá!”.
“Resulta que investigando y devolviendo el casete, después de que uno comienza a oír las noticias, mi papá fue el primero que mataron, porque ese alboroto comenzó a las seis, y yo sé que a mi papá lo mataron a las seis y media”, admitió.
“Mi papá subió por la galería, cruzó la Calle Sexta, ahí estaba la señora que les lavaba los uniformes, se la encontró y la subió al carro para llevarla a la casa. Ella nos contó que le dijeron que parara y no paró. Mi papá era muy cobarde, mi papá le tenía mucho miedo a eso. ‘Insurgentes’, no recuerdo cómo era que les decía. El hecho es que él no paró y por eso le dispararon desde la estatua del parque”, finalizó Francia.
El día después
En la mañana, en medio de las calles desoladas, un padre de familia que sabía de las andanzas de sus hijos, encaró a un par de policías (a los que llamó Peñuela y Puntilla) y les dijo “mis hijos estudian en el Mayor, pero no estaban acá en Yumbo, si les pasa algo ¡es culpa de ustedes! Ustedes se salvaron anoche, por eso madrugaron a dar rondas y a coger gente, para ver a quien torturan”.
Ese parecía ser el balance. Una parte de la población complacida con el accionar ilegal de familiares y amigos que militaban en el M-19, y una fuerza pública desbordada, creando una tensión que perduró por años y que esa noche reventó.
A Yumbo le costó mucho recuperarse de la toma. La vida religiosa se desajustó, no se celebró misa por unas semanas en el templo (en una población mayoritariamente católica), el estigma hacia el yumbeño se consagró y los esporádicos turistas se espantaron.
Hernán Betancur dice que le “parece que ese fue un error táctico del M-19, esa toma de Yumbo, porque de ahí para allá ellos empezaron a decaer mucho. La gente le perdió simpatía después de eso”.
Pero no perderá razón quien contradiga al exsacerdote, porque curiosamente Rosemberg Pabón resultó electo alcalde de Yumbo en los años noventa y el actual presidente de la República Gustavo Petro (exmilitante del M-19) barrió en las elecciones de 2022 en este municipio. Sin contar que Yumbo fue epicentro nacional del estallido social de 2021.
Cuarenta años después ha crecido el olvido y los interrogantes: ¿Hay un listado oficial de los muertos de esa noche? ¿Por qué se citaron jóvenes del M-19 sin saber a qué se enfrentarían? ¿Por qué las fuerzas militares realizaron esa cacería indiscriminada? ¿Por qué se le disparó a un policía que no estaba en servicio?
Construir las memorias de esa noche y generar espacios para el perdón, es una tarea pendiente que podría ayudar a construir la verdad y a que el olvido y la indiferencia no sigan siendo un mal antídoto contra la violencia.