La diseñadora española Ágatha Ruiz de la Prada, invitada a Distrito Moda, dejó su huella creativa en su paso por Cali

“Quien diga que no ha visto algo de Ágatha Ruiz de la Prada, miente”, lo dice ella misma con la confianza que la caracteriza. Y es que sí, el mundo ha visto cómo más de un millar de artículos han tomado color durante cuatro décadas, cuando Ágatha llevó su inconfundible estilo irreverente a las pasarelas y luego lo transformó en arte.

Formas volumétricas, colores intensos y diseños conceptuales, han sido insumo para apostarle a la moda, pero también a la decoración, a los accesorios, a la perfumería y hasta a los productos de aseo. Tal ha sido su éxito, y su influencia, que delimitarla creativamente, no sería justo.

Por eso, cuando la diseñadora española llegó esta semana, por primera vez, a Cali para abrir Distrito Moda, la feria en su tipo, en Latinoamérica, que supera a otras en número de diseñadores, una suerte de curiosidad surgió por aquella enigmática mujer que revoluciona las formas tradicionales de concebir el estilo.

El País habló con ella, sobre su historia noble, su gusto por el color, y su innegable amor por la moda.

¿De dónde nace su pasión por el color y ese deseo de ser tan disruptiva?

Yo vengo de una familia muy creativa. Mi padre, mi abuelo y mi tatarabuelo eran arquitectos, y mi padre fue uno de los mejores de su generación. También era un gran

coleccionista de arte moderno. Entonces, desde pequeña, quería ser pintora. Recuerdo que pensaba que mi casa en Madrid era la más bonita y moderna de todas. Así nació mi sensibilidad estética.

Por el lado de mi madre, ella viene de una familia muy aristocrática de Barcelona. Así que crecí con una mezcla muy interesante de estilos. Todo eso me influenció muchísimo.

¿Cómo fue su inicio en la industria de la moda?

Empecé en plena movida madrileña, esa época maravillosa. Hice mi primer desfile en 1981. Desde entonces no he parado. Llevo casi 45 años trabajando en esto. ¡Una animalada!

¿Cómo ve ese recorrido hoy, después de tantos años?

No paro. Acabo de cerrar una exposición muy importante en la Usina del Arte en Buenos Aires, que estuvo llena durante meses. Además, he lanzado una cantidad de productos: chocolates, carritos de compra, collares para perros, productos de limpieza ecológicos...

¿Y cómo hace para mantener esa creatividad tan constante?

Es que yo soy así. No es que un día dijera “voy a hacer algo con color”. A mí me gusta el color, me sale natural. Nunca me he vestido de negro. Desde niña viví en una casa tan distinta que eso me marcó para siempre. Hay gente que me copia un tiempo, pero luego se aburren. Yo, en cambio, siempre he sido así.

¿Qué significa el color para usted?

Es fundamental. El color es energía positiva. Es como la luz. Si llegas a una casa oscura, aunque tengas el mismo novio, el mismo trabajo, el mismo dinero, eres más triste. En cambio, en un lugar luminoso, con todo igual de luminoso, eres más feliz. La luz y el color te cambian el ánimo, te transforman.

Después de todo lo que conseguido hacer —exposiciones, productos, premios, hay hasta una figura de cera suya— ¿cómo describe su vida hoy?

Intensa, plena. He trabajado muchísimo en estos dos meses: en Argentina, en Marruecos, en Miami, en México, con desfiles, exposiciones, presentaciones de libros, fiestas, colaboraciones, hasta una boda con vestidos míos justo antes de viajar a Colombia. Pero me encanta. Hacer todo esto me mantiene viva.

¿Cuál es ese motor que la impulsa a seguir creando?

El amor y la alegría. Me gusta rodearme de cosas bellas, de gente luminosa. Lo mío es el color, y eso nunca se apaga.