Ni para Gaza ni para Ucrania, Trump tiene una solución

Hace poco el diario norteamericano The Hill tituló ‘En la transición, Trump baja el tono a la exagerada retórica de la campaña’; decía que Donald Trump ha moderado su famosa verbosidad que le atrajo tantos votos, para proponer acciones más moderadas. En lo internacional, se creó el mito que Trump será el ‘reflief pitcher’, para los gravísimos desarrollos de la seguridad global en el Medio Oriente, Europa y el estrecho de Taiwán. Pronto veremos que es solo otro eslogan de campaña.

En el Medio Oriente, la autonomía palestina en Gaza llevó a la elección de un gobierno liderado por Hamás, responsable del ataque de octubre de 2023 que desató la ira de Israel para quien quedó fuera de discusión que una Palestina autónoma signifique un gobierno de una organización que tiene como fin destruirlo. Como van las cosas, la campaña de aniquilación de Hamás continuará hasta desaparecerla como entidad político militar, sin que a Israel le importen los enormes costos humanitarios, ni el tiempo que tome lograr el objetivo.

Con grados de magnitud diferentes, la guerra en Ucrania no podrá resolverse sin integrar las necesidades de seguridad de Rusia, Ucrania y la Otan. Las propuestas de cese al fuego solo funcionarán de manera limitada, para objetivos tácticos operativos como el intercambio de prisioneros, hecho lo cual las hostilidades seguirán. A Rusia no la quebraron las sanciones, ni Europa está decidida a involucrarse más, ni Ucrania tiene cómo ganar, pero su territorio es lo suficientemente grande para garantizar una guerra larga y cruenta.

La victoria no vendrá en drones, ni en misiles hipersónicos, ni en los Atacms, pues las guerras al final siguen consistiendo en un triunfo político-militar: la conquista del territorio y el apoyo de la gente, algo tanto más difícil cuanto más grande el terreno y mayor la población; la tecnología sigue siendo solo una herramienta de combate. Hay y ha habido guerras prolongadas y sangrientas en espacios diminutos como Palestina o El Salvador, treinta veces más pequeños que Ucrania. En Afganistán, que es casi igual en territorio y cantidad de gente que Ucrania, fueron derrotadas en momentos diferentes las dos superpotencias del Siglo XX: la Unión Soviética y Estados Unidos. Trump no tiene un plan creíble para satisfacer las necesidades de seguridad de todas las partes, que incluya garantías confiables para neutralizar a largo plazo las amenazas existenciales recíprocas de Rusia, Ucrania y la Otan.

En el estrecho de Taiwán las cosas son además diferentes porque China tiene tanto la determinación de la reunificación como un plan a largo plazo cuyo énfasis es político, sin renunciar a la opción militar. Como Estados Unidos reconoce que Taiwán es parte de China, una intervención directa necesariamente implica un ataque norteamericano en territorio chino. El reconocimiento internacional preponderante y abrumador de una sola China hacen de este conflicto, un asunto interno de China, nada parecido desde el punto del derecho internacional a lo que sucede en Ucrania. No hay ninguna posibilidad de soluciones que impliquen el desconocimiento de la soberanía china, tales como dos chinas o una China y un Taiwán, mucho menos la independencia de la isla.

Durante su primer mandato Trump se reunió con Kim Jong Un en Singapur, creando el hito de ser la primera vez que encontraban los líderes de los dos países declarados enemigos desde hace 70 años. Luego hubo otra reunión en Hanoi. Nada pasó, pues Corea del Norte pedía garantías de no ser atacado por Estados Unidos ni aún con armas convencionales, mientras los norteamericanos exigían la desnuclearización total.