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La Sonora Matancera
Cuando lo que se escuchaba en el barrio San Nicolás era la música de la Sonora Matancera. Por lo que puedo decir que su música me amantó...
La Sonora Matancera cumple cien años y el hecho de que este cumpleaños la consagre como la orquesta más antigua del mundo, habría sido motivo más que suficiente para dedicarle esta columna. Pero con todo y lo importante que es, este récord histórico no es el que me mueve a escribirla. Lo he hecho en realidad porque si la “infancia es como un país”, como escribió el poeta, el paisaje sonoro del país de mi infancia está copado por la Sonora Matancera.
Todos los historiadores, los críticos musicales y los escritores, como mi siempre admirado Umberto Valverde, coinciden en señalar que la edad dorada de esta orquesta sin par es la que va desde 1948 - cuando se hace cargo de su dirección Rogelio Martínez Díaz – hasta 1959, cuando se va de Cuba. Esos años son también los primeros de mi vida, cuando lo que se escuchaba en el barrio San Nicolás era la música de la Sonora Matancera. Por lo que puedo decir que su música me amantó, antes incluso de que fuera enteramente consciente de que era música de la Sonora.
Antes, incluso, de que pusiera nombre a los cantantes de aquella época gloriosa: Celia Cruz, Bobby Capó, Bienvenido Granda, Alberto Beltrán, Celio González, Leo Marini, Nelson Pinedo, Toña la Negra, Vicentico Valdés o el inconmensurable Daniel Santos, ‘el inquieto anacabero’. Todos ellos iluminaron mis días antes, incluso, de que la cabal comprensión de las letras de sus canciones, me permitirá darme cuenta de que evocaban de la mejor manera posible los entusiasmos y los deseo, las esperanzas y las frustraciones, los amores, las decepciones y las tragedias que trae consigo inevitablemente la vida cuando se hace adulta. Porque, aunque quería, ‘como todos los jóvenes’, llevarme ‘la vida por delante’, terminé comprendiendo “que la vida iba en serio”. Como en el desolador poema homónimo de Jaime Gil de Biedma.
Cierto: yo seguí y aún sigo fiel a la Sonora, bailando su música cuando se tercia y escuchando a sus cantantes, no solo en las cantinas de antes y en los bares de ahora, sino incluso en la soledad de mi estudio. Cuando la nostalgia reaparece de repente, se apodera de mi alma y me empuja a rebujar en el baúl de los recuerdos en busca de aquellos boleros de Leo Marini, de Nelson Pineda, de Vicentico Valdés o de Tona la Negra que la complacen y satisfacen hasta finalmente agotarla. Y a aceptar que ya no hay marcha atrás, que todo paraíso es siempre un paraíso perdido.