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La paz de las palabras

Quienes legitiman a los insultadores y a los intolerantes tienen una enorme responsabilidad en la degradación del debate público.

4 de septiembre de 2023 Por: Fernando Posada
Fernando Posada
Fernando Posada | Foto: El País

Pocos espacios de la vida cotidiana en Colombia se han vuelto tan hostiles y llenos de ofensas como las redes sociales en los debates políticos de los años recientes, lo cual, lejos de fortalecer el debate, lo ha degradado y le ha restado uno de los valores esenciales de la democracia: la tolerancia hacia quien piensa distinto.

Por eso, tiene razón la Primera Dama en su campaña a favor del desescalamiento del lenguaje de ofensas e insultos en las discusiones políticas en las redes sociales. La arena democrática debería ser enaltecida por la riqueza argumentativa y el respeto por las ideas contrarias, pero, en cambio, vemos lo contrario a diario, en medio de constantes ofensas y descalificaciones.

Un paso esencial para construir espacios más seguros para todos los usuarios sería que los dirigentes por fin rechazaran el comportamiento de algunos de sus defensores que son agresores en las redes sociales. Ojalá también su esposo, el presidente Petro, se atreva a pedir un juego limpio y respetuoso a tantos insultadores de oficio que lo defienden a capa y espada, a los cuales hasta la fecha sigue retuiteando y legitimando en sus acciones.

El lenguaje de la democracia no puede aceptar los lenguajes de odio y de insultos como parte del debate, y menos cuando se trata del presidente de toda una nación ¿En dónde quedan los discursos de la unidad y del ‘gran acuerdo nacional’ cuando el presidente es el primero en aceptar en vez de cuestionar a los más radicales odiadores? Sin importar partidos o afiliaciones, cuando un político acepta las agresiones de sus defensores cae en un grave ‘todo vale’ que degrada enormemente el debate público y sacrifica el respeto a quien piensa diferente, incumpliendo ese principio esencial de cualquier democracia.

La política puede –y debe– ser una arena más respetuosa y el debate de las ideas puede fortalecerse. De los líderes depende que saquemos el mejor provecho de las redes: que sean escenarios de debate, de creatividad y de respeto. Es lamentable encontrar tantos dirigentes de todos los sectores políticos que siguen apostándole a promover las narrativas más odiosas e intolerantes, además porque usualmente las voces que más se apresuran a insultar y ofender a nivel personal son quienes más carecen de ideas en su contenido y en sus premisas suele faltar cualquier argumento sólido. Quienes legitiman a los insultadores y a los intolerantes tienen una enorme responsabilidad en la degradación del debate público.

La deliberación democrática no tiene por qué estar definida por las bajezas, las injurias y los odios. Muchas de las dinámicas que las redes sociales nos han llevado a normalizar están lejos de ser lo deseable y, en cambio, son la degradación de un sistema de discusión política que algunos confundieron con una competencia de boxeo. La forma en que las redes han sacado lo peor de tantas personas está lejos de ser lo ideal, y debemos preguntar hasta qué punto algunos líderes políticos han sido cómplices de esa forma de degradación.

Mientras algunos líderes políticos en Colombia y el mundo han fomentado los discursos odiosos y beligerantes de algunos de sus defensores, otros –así sean pocos– han insistido en la necesidad de apostarle a lenguajes de respeto en los debates democráticos. Muchas veces sus contendores que más ofenden, más golpean y más gritan son quienes han salido victoriosos. Y eso debe decirnos suficiente de lo que somos como sociedad y de lo mucho que debemos cambiar.

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