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Columnista

El País, una escuela de 75 años

Ha sido un puente entre mis pasiones y mi vocación. Cada edición que leía en mi adolescencia fue moldeando mi forma de ver el mundo, de hacer preguntas, de buscarle el alma a los hechos.

Santiago Cruz Hoyos.
Santiago Cruz Hoyos. | Foto: El País.

Santiago Cruz Hoyos

27 de abr de 2025, 12:53 a. m.

Actualizado el 27 de abr de 2025, 12:53 a. m.

Crecí leyendo El País de Cali. En la infancia, lo primero que hacía cuando el periódico entraba por debajo de la puerta era tomar la sección de Deportes. Todavía recuerdo la edición del 17 de diciembre de 1992, cuando el periódico llegó a la casa con un afiche a color del campeón de Colombia, mi equipo, América, que en la noche anterior había derrotado 3 – 1 al Deportivo Cali.

En el afiche estaba la nómina completa, posando en la sede de entrenamiento, Cascajal: Julio Gómez era el arquero, Antonio Moreno el lateral, junto a Wilson Pérez, los centrales eran Néstor ‘Condorito’ Fabri y Alexis Mendoza, en el medio jugaban Leonel Álvarez y Néstor Villareal, después Freddy Rincón y Álex Escobar, y adelante ‘El Polilla’ Da Silva y el ‘Pipa’ Anthony de Ávila.

Yo salí a la tienda a comprar todos los ejemplares de El País que pude y el ritual se mantuvo. Cada que llegaba el periódico, lo empezaba a leer por la sección de Deportes.

El País estaba tan presente en mi casa, que hasta mi mamá alguna vez me regañó señalándome sus titulares. Recuerdo una pataleta que hice porque una noche no me dejó ir a ver un partido entre América y Millonarios. Era finales de los 80, la época de la guerra entre el cartel de Cali y el de Medellín. Al otro día del juego, mi mamá, orgullosa de su sexto sentido, me levantó mostrándome una noticia que decía: ‘Balacera en el estadio Pascual Guerrero’.

Sin darme cuenta, quizá influenciado por esas lecturas matutinas, siendo un niño empecé a escribir crónicas. Como el miércoles iba sagradamente al estadio, y el jueves en la mañana veía en el colegio una clase que me aburría, matemáticas, mientras la profesora hablaba de números yo escribía en el cuaderno el relato del partido.

Como algo me decía que lo que escribía tenía que ser verdad, dejaba en blanco los datos que no tenía precisos: el minuto del gol, o cuando expulsaron al jugador visitante, o el momento de los cambios. Cuando llegaba a la casa consultaba en El País los datos que me faltaban de mi texto. Fue así como me libré del aburrimiento de las matemáticas y de paso empecé a descubrir mi destino.

Más tarde, cuando ya estaba en la universidad, comenzaba a leer el periódico por una sección que aún se mantiene: Más allá de la Noticia. Allí se publicaba lo que yo quería publicar cuando grande: crónicas y reportajes; historias que perduraran en el tiempo.

En el primer intento fracasé. Fui hasta la sede del periódico siendo todavía un estudiante de primer semestre de periodismo y un reportero veterano se sonrío cuando le dije que quería publicar una crónica. Me dijo que pasarían años para que eso pasara.

Yo me devolví para la casa aburrido, pero como no tenía, no tengo, plan B, seguí escribiendo. Hasta que lo logré, gracias a la generosidad de varios editores: un perfil del poeta Gonzalo Arango y una crónica sobre escritores anónimos fueron mis primeros artículos. Aún los conservo como un tesoro de fe y perseverancia.

Esta semana, cuando El País cumplió 75 años, caí en la cuenta que no solo ha sido el lugar donde he trabajado durante más de una década, sino que desde siempre ha sido una presencia, compañía, en mi vida; una escuela que me permite hacer cada semana lo que amo, escribir, donde conocí a mi esposa, donde tengo grandes amigos.

A veces pienso que, más que un periódico, El País ha sido un puente entre mis pasiones y mi vocación. Cada edición que leía en mi adolescencia fue moldeando mi forma de ver el mundo, de hacer preguntas, de buscarle el alma a los hechos. Aprendí a escribir leyendo, y leí —casi sin darme cuenta— con la esperanza de algún día formar parte de sus páginas. El papel, la tinta, las fotos, los titulares… todo era parte de un ritual íntimo que me hablaba de posibilidades.

Por eso, en su festejo de siete décadas y media, no hay otra manera de agradecerle a El País que seguir intentando lograr lo que se propuso desde su fundación en una casa antigua de la Plaza de Cayzedo en el centro de Cali: hacer el mejor periodismo posible.

Santiago Cruz Hoyos

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