Columnistas
El guardián de los migrantes
Detrás de las políticas de Donald Trump hay soberbia e ignorancia: la mano de obra de los migrantes ha ayudado a país a ser cada vez más grande y rico.
El guardián de los migrantes está en México, en un pueblo de nombre largo: Jalostotitlán. Es un municipio del Estado de Jalisco, a dos horas en bus desde Guadalajara.
La foto del guardián está en todas partes: en la floristería del pueblo; en la recepción del hotel Posada del Rey; en la droguería; en las fachadas de casas e iglesias. El centro de salud se llama como el guardián, así como la agencia de viajes: Santo Toribio Romo.
En vida, cuentan los habitantes de Jalostotitlán, Toribio fue un sacerdote que se preocupó por los indocumentados. Incluso montó la obra de teatro ‘Vámonos al norte’, que trataba sobre los peligros que representa pasar la frontera hacia Estados Unidos y la pérdida de valores, de identidad, de quienes se ven obligados a dejar su tierra, muchas veces para siempre.
Eran tiempos difíciles, como hoy, con poderosos que se creían con el derecho de aplastar a los demás, como hoy. El presidente Plutarco Elías Calle decidió que la Iglesia Católica dependiera del gobierno, perdiera autonomía. Los jerarcas se revelaron y ordenaron cerrar los templos. Fue el inicio de la Guerra Cristera. Decenas de sacerdotes fueron asesinados, entre ellos, Toribio. Entonces comenzó su leyenda como guardián de los migrantes.
En Jalostotitlán no hay mexicano que no cuente haber sido testigo de algún milagro de Santo Toribio Romo, canonizado por el Papa y declarado patrono de los indocumentados. Dicen que los ha salvado de morir de sed o de picaduras de serpiente en el desierto. Que los lleva hasta Estados Unidos, y les consigue trabajo. Y que cura enfermos de cáncer.
Guillermo López, quien se fue sin papeles hacia Estados Unidos y no fue visto por las autoridades, le tiene tanta fe a Santo Toribio Romo y un agradecimiento eterno, que cada año, cuando regresa a México con sus documentos en regla, camina descalzo hasta Santa Ana de Guadalupe, la ranchería a 20 minutos de Jalostotitlán, donde nació Toribio, y en donde también, en el templo, reposan sus restos.
El milagro más famoso de Santo Toribio se puede leer en folletos que se venden en cada esquina, o se escucha en corridos mexicanos. Se trata de la historia de un joven campesino de Agua Prieta, Estado de Sonora, que intentó pasar la frontera como ilegal. En el desierto, los ‘coyotes’ (guías que por una tarifa ayudan a pasar la frontera) le robaron el dinero, lo dejaron a merced del sol sin comida y sin agua.
Cuando estaba a punto de morir, esquelético, se encontró con un hombre que se presentó como Toribio Romo que le dio de comer, de beber, y le entregó $5.000 dólares para que llegara a Estados Unidos. La plata, le dijo, se la podía pagar cuando estuviera bien, con trabajo. Que cuando eso pasara lo buscara en Santa Ana de Guadalupe. Y que preguntara por Toribio Romo, cualquiera le indicaría dónde era su residencia.
Pasaron los años y el joven campesino regresó de Estados Unidos y se fue para Santa Ana a buscar a Toribio Romo. En la ranchería, preguntó por ese nombre. Los habitantes le presentaron a niños que se llamaban así y uno que otro adulto. Pero no, no era un niño, y los adultos que le estrecharon la mano no coincidían con la cara de su salvador. Le dijeron que el último Toribio Romo que le faltaba por conocer estaba en el templo. El campesino entró y se encontró con la foto del santo y el ataúd en donde se conserva su cuerpo.
Cuando recorrí el pueblo para escribir una crónica, los mexicanos lo explicaban todo de manera sencilla: “No es que nos queramos ir de nuestra tierra. Nos tenemos que ir. Si no, ¿de qué vamos a vivir? La situación aquí siempre ha estado crítica, no hay trabajo. Por eso nos encomendamos a Santo Toribio”.
Parece que encomendarse al santo sigue siendo la única alternativa en estos tiempos en los que al nuevo presidente de Estados Unidos le dio por perseguir a los migrantes que no han regularizado su situación, acusándolos de lo que no son: delincuentes, narcotraficantes, asesinos.
Detrás de las políticas de Donald Trump hay soberbia e ignorancia: la mano de obra de los migrantes ha ayudado a país a ser cada vez más grande y rico. Y existe un consenso: los migrantes no son ilegales. Son personas que se vieron obligados a dejar su tierra por diferentes motivos. Ojalá en estos tiempos tan difíciles el guardián de los migrantes mexicanos también cuide de los colombianos y al resto de latinos perseguidos. Ojalá no solo sea una leyenda.
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