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El conductor de órganos... y de la esperanza

La vida tiene maneras extrañas de sensibilizarnos, de ponernos en el lugar que nos corresponde.

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Santiago Cruz Hoyos.
Santiago Cruz Hoyos. | Foto: El País.

26 de oct de 2025, 12:14 a. m.

Actualizado el 26 de oct de 2025, 12:14 a. m.

Julio César Vergara jamás pensó que terminaría dedicando su vida a transportar órganos. Pero la vida tiene maneras extrañas de sensibilizarnos, de ponernos en el lugar que nos corresponde.

Hace una década, con su empresa Comfort Car Service, Julio se ganaba la vida trasladando médicos y ejecutivos de una reconocida clínica de Cali. Lo hacía en una van blanca, sin sirenas ni distintivos, que con el tiempo comenzó a llevar algo más valioso que cualquier pasajero: la posibilidad de que alguien siguiera viviendo.

Un día, la gerencia del hospital le pidió un favor inusual: transportar al equipo médico encargado de rescatar órganos cuando hay un donante, y llevarlos de regreso —junto con la vida contenida en una nevera blanca— hasta el paciente receptor.

Era un trabajo que debía hacerse, después de tramitar los respectivos permisos, en un vehículo como el suyo, de transporte especial, con placa blanca. No podía ser una ambulancia ni un carro de servicio público.

Si la clínica confiaba tanto en él se debía a su profesionalismo, a su puntualidad, a que el oficio de manejar un vehículo lo heredó de su padre, un reconocido transportador de Cali.

Julio no lo pensó dos veces. En su mente estaban sus dos hijos, ambos diagnosticados con fibrosis quística, una enfermedad huérfana, genética y progresiva, que afecta los pulmones y el sistema digestivo, y que, en algunos casos, solo un trasplante puede aliviar.

“En algún momento ellos van a necesitar uno. Me sensibilicé con la donación de órganos”, recuerda Julio.

Desde entonces, su trabajo se convirtió en un acto de fe. Su van quedó disponible las 24 horas para atender las llamadas del hospital. Casi siempre sonaban a la madrugada. Las misiones exigían precisión quirúrgica: si debía recoger al equipo de rescate de órganos a la 1:16 a.m. y regresar a las 3:04 a.m., no podía llegar ni un minuto tarde. Cinco minutos podían significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Aunque Julio jamás vio un órgano —solo las neveras donde viajaban—, era testigo de la urgencia y la esperanza. “Mientras regresábamos, los doctores avisaban por radio: ‘Ya tenemos la extracción, preparen al receptor’. Y yo pensaba que allá, en la clínica, alguien debía estar rezando para que llegáramos a tiempo”.

A pesar de la premura, nunca se pasó un semáforo en rojo ni condujo en contravía. Tenía que ser tan veloz y preciso como un piloto de Fórmula 1, pero sin romper las reglas. Las multas por infracciones de tránsito debía pagarlas su empresa, pero nunca le impusieron un comparendo. En promedio realizaba catorce viajes al mes.

Con el tiempo aprendió que de un solo cuerpo pueden nacer muchas vidas: más de cien tejidos, órganos, córneas, fragmentos de existencia que se donan para seguir latiendo en otros. “Uno aprende que cuando alguien muere, no todo termina”, dice. “Que hay familias que, en medio del dolor, dicen sí. Que un órgano de su ser querido seguirá viviendo en otro cuerpo. Eso es hermoso”.

Hoy, Julio sigue al frente de su empresa. Sus hijos, gracias a los avances de la ciencia, llevan una vida como la de cualquier adolescente. Y él dedica parte de su tiempo a la Fundación Colombiana de Fibrosis Quística, una organización que apoya a pacientes y familias para que accedan a los tratamientos que necesitan.

“Hemos luchado para que la enfermedad se conozca, para que muchos niños puedan tener una expectativa de vida. Sus medicamentos son muy costosos, y en la fundación ayudamos a que, a través de tutelas, las EPS y el Estado cumplan. Somos como embajadores de la esperanza”.

A veces, cuando ve a sus hijos correr, reír, respirar sin dificultad, Julio recuerda aquellas madrugadas en las que en su empresa se transportaban órganos dentro de una nevera. Y piensa que, quizá sin saberlo, también estaba transportando la vida hacia su propia casa.

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