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¿Dónde está la felicidad?
La cultura vendió la idea de que con éxito, dinero y trabajo, se podía ser feliz. Entonces el mito de que la felicidad se conseguía siguiendo un determinado plan (paso 1, paso 2…) y al final estaba el premio.
Resulta que se volvió prioritario ‘encontrarla’. Resulta que dejó de ser tema de ‘espirituales’, coach, psicólogos, o loquitos desocupados. Resulta que se incluye en propuestas gubernamentales como plan de bienestar para las comunidades. Ahora no solamente se trabaja el tema en consultorios de psicología o psiquiatría. Cada vez es más claro que la ‘sola’ economía no provee bienestar a los individuos.
El clamor universal de insatisfacción es tan angustiante que obligó a mirar a temas ‘esotéricos’, espirituales, no tangibles, donde la razón pasa a segundo plano. Hasta la lógica es cuestionada por aquella reflexión que alguna vez pudo escuchar o decir: “Pero si lo tengo todo para ser feliz, ¿por qué no lo soy?”. ¿Por qué la felicidad se volvió un tabú? ¿Por qué no la venden en algún supermercado? ¿Por qué tantos genios, emprendedores, científicos, no la han fabricado para satisfacción de todos? ¿Dónde está entonces la felicidad?
La cultura vendió la idea de que con éxito, dinero y trabajo, se podía ser feliz. Entonces el mito de que la felicidad se conseguía siguiendo un determinado plan (paso 1, paso 2…) y al final estaba el premio. “Casa, carro y beca”, trabajo exitoso, formación universitaria, pareja amorosa, país de oportunidades, cuerpo bello, reconocimiento, poder político, social o familiar, cuentas bancarias… Pero resulta que puedes cumplir todo lo anterior y seguir con esa sensación de vacío e intranquilidad.
Se puede llegar al extremo, como lo dice Andrés Oppenheimer en su extraordinario libro ‘Cómo salir del pozo’, que mucha gente responda “estoy satisfecha, pero no soy feliz”, lo que marca una división profunda entre tener y ser. O más angustiante aún, entre afuera y adentro. Entre lo material y lo intangible, temas verdaderamente desconocidos para esta cultura que, al estilo Santo Tomás, “ver para creer”, solo cree en lo que puede comprobar en un laboratorio. ¿Este acaso no es el principio básico de la ciencia? Lo demás no existe.
Por ello, vale la pena citar esta bellísima leyenda que cuenta cómo los dioses reunidos en el Olimpo decidieron, después de crear a los humanos a su imagen y semejanza, que debían de ‘quitarles’ algo para que no se creyeran dioses. “Les quitaremos la felicidad. ¿Dónde esconderla? ¿En la cima de una montaña, en el fondo del mar, en otro planeta? No, allí la encontrarán. La esconderemos dentro de ellos mismos porque estarán tan ocupados buscándola fuera que nunca la hallarán”. Y pareciera como una ‘maldición divina’ que se cumple al pie de la letra. En busca de la felicidad externa, los humanos nos estamos enloqueciendo sin saber que buscamos dónde no es.
Por eso, la búsqueda se convirtió en pandemia, en calamidad pública. Los gobiernos tienen que, sí o sí, pensar en salud mental. Porque esa ansiedad desbordada, el malestar colectivo, no es más que un grito angustioso en busca de felicidad. Hay que ‘enseñar’ donde está lo prioritario, hay que preparar para ‘adentrarse’ en el mundo interior, hay que preparar para convivir con el inquilino personal. La felicidad no está ni siquiera en otro país, ni en una chequera abultada, ni en el poder político. Los seres humanos no son felices y continuar buscando la felicidad en espejismos exteriores, cada vez nos hundirá más en la desesperanza. ¡Es urgente hallarla!