ÉXITO
El deportista y el padre controlador
Algunos padres pretenden convertir a sus hijos en prolongaciones de sus propios egos.
André Agassi es un ejemplo de un padre controlador y un deportista de alto rendimiento que llegó a ser el número uno del mundo en el tenis profesional. En su autobiografía, “Agassi”, describe la tortura a la cual fue sometido desde niño por un padre que tenía como meta convertirlo en el mejor tenista del mundo. Y lo logró. Éste es un ejemplo de un padre controlador que logró grandes éxitos muy a pesar del sufrimiento del hijo. Pero por cada hijo exitoso con un padre controlador, existen muchísimos más hijos fracasados que nunca llegaron a satisfacer las expectativas de unos padres controladores.
No soy psiquiatra deportivo. Pero en mi experiencia clínica y como tenista de muchos años y más recientemente mirando de reojo el golf, observo el sufrimiento de algunos jóvenes a manos de unos padres que han fincado las esperanzas de su propia gratificación en la excelencia de sus retoños a través del deporte competitivo. Estos padres han convertido a sus hijos en una prolongación de su propio ego, lo cual lleva a una dinámica familiar muy destructiva tanto para la autoestima del joven como para la relación entre padres e hijos y por supuesto para el desempeño deportivo del joven.
Cuando los éxitos deportivos de los hijos se convierten en la fuente fundamental de gratificación para el padre, se ha iniciado un círculo vicioso y un deterioro tanto para la relación entre ellos, como para el desempeño natural y espontáneo de las habilidades del deportista.
Estos padres crían hijos frustrados porque inconscientemente han concebido los éxitos deportivos de sus hijos como una fuente de satisfacción para ellos. La frustración se manifiesta en una multitud de síntomas tales como depresión, ansiedad, inseguridad y sentimientos de culpa. Así como una rabia, tan inconfesable como impotente, con sus padres.
Para el joven talentoso que practica un deporte de forma competitiva, el tener un padre controlador representa un conflicto porque siente que el amor del padre está condicionado a su desempeño.
En esas circunstancias, el deporte se convierte en un sufrimiento sin resultados visibles. Si hay altibajos, el padre controlador los considera un fracaso y redobla su exigencia. Como respuesta, el joven se tensiona, piensa que tiene que rendir más, entrena más, pero cada vez está más frustrado. Y los resultados son cada vez peores.
En el otro extremo están los hijos satisfechos con padres que los ayudan generosamente a que practiquen el deporte que ellos han elegido y los apoyan sin tratar de controlar el proceso de aprendizaje que corre de cuenta de entrenadores calificados. Estos padres transmiten confianza, seguridad y tranquilidad. Como observadores no participantes, miran de lejos sin entrometerse.
Lo recomendable es empoderar al joven para que se vaya autoafirmando frente a las actitudes parentales dominantes. Pero hay que entender que el independizarse no será tarea fácil porque la naturaleza controladora y la terquedad (del progenitor) suelen ir de la mano, lo cual dificulta enormemente el romper el círculo vicioso.