NAVIDAD
Canciones de Gloria Estefan, Celine Dion y Lucía Gil que reparan corazones
La cantante Diana Serna recomienda tres canciones con mensajes esperanzadores para ponerle música a este fin de año.
Más allá (Gloria Estefan) -1995
“Más allá del rencor, de las lágrimas y el dolor, brilla la luz del amor dentro de cada corazón.
Ilusión, Navidad, pon tus sueños a volar. Siembra paz, brinda amor, que el mundo entero pide más”.
La Navidad es el perfecto escenario para transmitir valores. Tal vez ‘Más allá’, -aparte del valor sentimental que tiene para mí al haber sido la primera persona sobre el planeta tierra en cantarla y luego ser corista en su grabación-, sea una de las canciones en español que más me conmueve por su mensaje.
Pero Más Allá no es una canción navideña. Menciona la Navidad una vez. Y cuando estábamos grabando el demo, yo pensaba “¿Esta canción qué hace en un álbum de vallenatos?”.
Años después entendí que tenía que abrirse paso como fuera y hacer parte de algo grande, -un álbum latino premiado con un Grammy Anglo- para que el mundo la oyera. Es un compendio de instrucciones para la vida, un mensaje imperativo enviado por una inteligencia superior, a través del compositor Kike Santander. “Cuando das sin esperar, cuando quieres de verdad, cuando brindas perdón en lugar de rencor, hay paz en tu corazón”.
The Prayer (Celine Dion & Andrea Bocelli) – 1998
‘The Prayer’ (La oración), se lanzó en la banda sonora de ‘Quest for Camelot’ (La Espada Mágica), con una versión de Celine Dion en inglés y otra de Andrea Bocelli en italiano. El dueto vino después. Lo que me cautiva de este magno himno, es una anécdota que está hecha del material del que están hechos los sueños: Josh Groban –para mí, un dios del canto- tenía 16 años cuando se le presentó la oportunidad de su vida: el productor David Foster, lo escuchó y lo convocó como “cantante de emergencia” –uno que se aprende los temas por si una de las estrellas no llega al ensayo o incluso al show-, para la entrega de los Grammy Anglo en 1999. En mi experiencia la suerte no es otra cosa que la preparación y la disciplina, cuando se ponen cita con la oportunidad.
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Bocelli no podía llegar al evento y mientras Celine Dion estaba preocupada por ser la primera vez que The Prayer se cantaba en vivo, Foster le dijo que no se inquietara porque tenía a un chico muy talentoso listo para ensayar.
Foster llamó a Groban y le dijo que lo necesitaba para reemplazar a Andrea Bocelli que estaba atrapado en un aeropuerto en Alemania. Tenía que cantar con Celine Dion. Josh –barítono- entró en pánico. No se sintió capaz de llenar los zapatos del tenor Bocelli y respondió: “Creo que no soy la persona apropiada, pero muchas gracias por tenerme en cuenta”. Y colgó sin pensar en lo que estaba haciendo. (A mi modo de ver, sin entender la burrada que acababa de cometer).
Foster volvió a llamarlo y le dijo: “Creo que no me entiendes, Josh. No te lo estoy pidiendo. ¡Son los Grammy! Te necesito en el teatro a las tres de la tarde”. Esa tarde sobre el escenario comenzó una historia milagrosa.
La expresión de Celine cambió de escéptica a estupefacta cuando el niño abrió la boca y todos escucharon la voz de un ángel. Una voz que ahora es reconocida multi-premiada y amada por millones.
Para mí, ‘The Prayer’ es una oración rogando por una mano que nos guíe desde la nada hacia los sueños más grandes, aunque nos ataque el miedo en el camino y pensemos que somos indignos de lo bello que nos presenta la vida. Esa mano que nos saca de la confusión y la fatiga de todos los días y nos lleva de regreso a casa. “Rezo para que seas nuestros ojos y mires por dónde vamos. Ayúdanos a ser sabios en tiempos inciertos. Que esta sea nuestra oración cuando perdamos el camino. Guíanos con Tu gracia a un lugar en el que estemos a salvo, danos fe para sentirnos seguros”.
Volveremos a brindar (Lucía Gil) -2020
Diciembre de 2020. Transmito desde mi “casa por refugio”. Escogí el confinamiento voluntario desde el día en que el Covid-19 fue declarado pandemia, para no sumar a la estadística. Para ahorrar –en el peor caso- una cama de cuidados intensivos que pueda servirle a otro.
Ha sido un año difícil para todos. Al principio decían que estábamos en la misma barca, pero eso no se lo cree nadie. Estamos en el mismo mar, eso sí. Unos en su isla privada, no tienen que mover un dedo. Otros vamos en bote y la gran mayoría va en balsa.
También están los que flotan a la deriva aferrados a los retazos del naufragio, tratando de armar alguna estructura y cuando la tienen apuntalada, el mar se pone bravo y tienen que arrancar de cero.
“Volveremos a juntarnos, volveremos a brindar, un café queda pendiente en nuestro bar. Romperemos ese metro de distancia entre tú y yo; ya no habrá una pantalla entre los dos”.
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Apenas pienso en melodías de esperanza, esa canción es lo primero en mi cabeza. Cuando la pandemia fue declarada, todo pasó demasiado rápido.
El mundo, un hervidero de protestas, se convirtió en panorama post nuclear: calles desiertas, pobladas de miedo y silencio. A nosotros “reyes grandes y poderosos”, un virus nos derribó y nos robó la corona.
Un kraken microscópico nos condenó a escondernos tras las pantallas de todos los dispositivos posibles. Nuestra vida se volvió virtual; y lo que ayer era intrascendente, se convirtió en oro: Un abrazo. Un beso. La cotidiana cercanía de los seres amados. Como en una película de guerra, la voz de Lucía Gil rasgó la tristeza.
Su corazón cantó lo que mostraba su noticiero: miles de personas salían a la ventana a las ocho de la noche a aplaudir al personal de salud, que tras jornadas atroces caminaba con el rostro lacerado por los resortes de las mascarillas, los ojos llenos de lágrimas y la cabeza gacha: héroes sin canción.
Pero la de Lucía fue tan poderosa que se volvió tendencia mundial en tres días.
La idea de los aplausos también se hizo mundial, en una demostración contundente del poder de Uno.
“Días tristes, nos cuesta estar muy solos, buscamos mil maneras de vencer la estupidez. Meses grises, es tiempo de escondernos. Tal vez sea la forma de encontrarnos otra vez”.
Pero cuando las cifras bajaron, apareció ese regalo tan difícil de administrar: la libertad.
Al acabarse la cuarentena no se acabó la pandemia. La humanidad está en pañales y ni siquiera el primer año de un mal que no se sabe cuándo llegará a su fin, nos ha enseñado la lección.
Nos quedan la esperanza… y las canciones.
Mi invitación es a cuidarnos. A mantenernos lejos para poder estar cerca. Ya habrá tiempo para festejos y los abrazos y besos serán los premios más hermosos jamás otorgados.
Y como canta Lucía, “un día volveremos a brindar”.