COLOMBIA
¿Piropo o acoso callejero? Ley que penaliza esta conducta en Reino Unido aviva el debate en Colombia
Reino Unido acaba de aprobar proyecto de ley que penalizaría el acoso callejero. En Colombia es un problema estructural. Expertas opinan.
Una de cada cuatro mujeres en Cali, ha llegado a ser víctima de acoso en espacio público, siendo tocada o besada. A una de cada diez le han hecho insinuaciones o comentarios sexuales contra su voluntad. Y, a una de cada once la han vigilado o seguido al salir de la escuela, su casa o el trabajo. Estas cifras, arrojadas por el Observatorio para la Equidad de las Mujeres, OEM, de la Universidad Icesi, demarcan el día a día de las mujeres en una ciudad con altos índices de violencia de género.
Sin embargo, y pese a que son muchos los casos que se han documentado sobre este problema en Colombia, tipificar el acoso sexual como delito sigue siendo una ilusión.
Contrario a lo que ocurre en lugares como Reino Unido, donde acaban de aprobar un proyecto de ley que penaliza, con hasta dos años de cárcel, el acoso sexual callejero, que incluye silbar, bloquear el paso, hacer comentarios degradantes o seguir a una persona por razón de su sexo.
Fue el exministro conservador Greg Clark, quien puso sobre la mesa el tema en su país, aludiendo lo asombroso que le resulta “que este no haya sido tipificado como delito hasta ahora”, como en cambio sí lo están hacer comentarios denigrantes y abusivos por razón de raza u orientación sexual.
“Por primera vez en nuestra historia, acosar deliberadamente, seguir, gritar palabras denigrantes, hacer gestos obscenos a mujeres y niñas en lugares públicos, —y sí, en ocasiones a hombres y niños— por su sexo, con la intención deliberada de causarles alarma o angustia, será una falta específica y grave”, afirmó el diputado conservador, luego de que la Cámara de los Comunes británica aprobara la propuesta legislativa.
No obstante, otros países como México, Perú, Bélgica, Holanda y Costa Rica, también han legislado contra este modo de violencia de género.
Pero ¿qué ocurre en Colombia frente al acoso callejero? Sofía Carvajal, docente y autora del libro ‘Piropo callejero: acción política y ciudadana’, explica que naturalizar formas de agresión, principalmente hacia las mujeres, ha sido un común denominador en el país, entendiendo que hacer o decir un piropo callejero tiene que ver con identidad.
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“La tipificación de acoso callejero reúne distintos tipos de acciones que van desde la masturbación en espacio público, hasta la persecución de alguien, el tocamiento no consentido, incluso las miradas agresivas o lascivas, o el cortar el paso intencionalmente a alguien para incomodarlo, y todo esto se ha asumido bajo el título de piropo. Pero si miramos más allá, hay toda una construcción de un discurso alrededor de las prácticas que hacen parte de la identidad de países como Colombia, donde se ha normalizado este tipo de actos”, explica Carvajal.
Un componente social que, considera, demanda cada vez más un arduo trabajo en educación en cultura, pues esta es y seguirá siendo una forma de violencia contra la mujer.
“Es muy importante que haya una postura clara y concreta respecto a lo que llamamos piropo, que regularmente es una forma de agresión hacia las mujeres. Un concepto que debería dejar de estimularse, de ser visto como algo positivo, pues no lo es. Y no lo es, porque estamos exigiéndole a las mujeres formas de cohibirse en el ejercicio de la ciudadanía. Cómo vestirnos para ir a determinado sitio, por dónde transitar, etc., nos obliga a tener estrategias extra para poder sentirnos a salvo de comentarios indebidos o de sentir que estos pueden conllevar a otra acción”.
Por su parte, Lina Buchely, politóloga, docente y directora del Observatorio para la Equidad de las Mujeres, OEM, de la Universidad Icesi, advierte lo grave que es tener una cifra tan alta de acoso callejero.
“Cuando miramos los datos, nos damos cuenta que esto afecta justo a las mujeres más vulnerables y que genera una suerte de inmovilidad. Lo que ocurre entonces, es que las mujeres no salen y si salen lo tienen que hacer acompañadas, incluso gastan más dinero en el espacio público, es decir, esto ha hecho que las mujeres inviertan la tercera parte de sus ingresos en acceso a los medios de transporte que les permitan, de alguna manera, sentirse más seguras”.
Ahora bien, Buchely concuerda en que si bien la cárcel, la función punitiva, puede ayudar, esto no cambia los comportamientos culturales que están en la base del acoso callejero. “Si todos seguimos recibiendo el mensaje de que podemos tocar a las mujeres porque nos pertenecen, porque son más débiles, tienen menos posiciones de poder, porque no llegan a los escenarios de participación pública... no hay legislación penal, ni cárcel que aguante. Lo que se necesita entonces es un cambio cultural“, concluye.
Entre tanto, Caroline Hung, licenciada en historia y miembro de la organización La Manada Feminista por los Derechos Humanos de la ciudad de Cali, hace especial énfasis en que hay que reflexionar en torno a la violencia estructural, instaurada por el patriarcado y adaptada con el tiempo a todos los escenarios.
"La base de las relaciones patriarcales han permeado las formas de sociabilizar y entre ellas ha utilizado diversos dispositivos de opresión que se instauran de manera diferencial y que logra hoy generar unas relaciones jerarquizadas, es decir, donde hay una dominación masculina que se evidencia en exclusión social, cultural y política, de las feminidades", destaca Hung.
Para ella, el acoso callejero entonces, no es solo un problema social, de una cultura cimentada sobre las prácticas machistas, sino que debe también su frecuencia, en la omisión de las políticas estatales, dentro de una lógica de silencio.
Acoso es igual a violencia
Antonia Ovalle Antonio, feminista, considera que el hecho de que legislativamente no se penalice en Colombia una violencia sexual como lo es el acoso, ya es algo violento en sí mismo. Situación por la que asegura, peligra la autonomía de una mujer.
“El acoso no muere en la frase morbosa que te dijeron la vez que te tocaron las nalgas sin tu consentimiento, o en las miradas penetrantes que casi que te gritan ‘tengo poder sobre ti’. El acoso es violencia, no es cortejo, no es piropo. Experimentar el acoso es sentir miedo, asco, angustia. Y por eso creo que un país que avanza en temas de género es un país que no minimiza ninguna violencia por encima de otras”.