CALI
Monseñor Darío de Jesús Monsalve habla de lo que será su papel en diálogos entre Gobierno y ELN
Monseñor Darío de Jesús Monsalve, que ahora apoyará los diálogos entre el Gobierno y el ELN, cree que que el nuevo Arzobispo “es un regalo de Dios para Cali”.
Mi modo de ser y de expresar los valores del Evangelio a muchas personas les parece que no es lo indicado y siento que mucha gente puede estar defraudada de mí. Por eso, al hacer el cierre del episcopado, he dicho que pido, de corazón, el perdón a quien se ha sentido tratado mal de palabra, de obra o de omisión por parte mía”.
Así se confesó con El País monseñor Darío de Jesús Monsalve, quien, tras doce años y cuatro meses como arzobispo de Cali, le acaba de entregar el bastón pastoral a monseñor Luis Fernando Rodríguez.
“He ido aprendiendo a articular procesos elementales de paz en donde el protagonismo lo tienen las comunidades, que vuelvan a sentirse libres en su movilidad y dueñas de sus territorios y no a sentir que su territorio tiene dueños armados de aquí o de allá”, dice quien ahora participará de las negociaciones entre el Gobierno Nacional y el ELN.
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Tras doce años de Arzobispado, ¿qué legado le deja a la ciudad?
No es cuestión de decirlo yo, sino de que lo digan quienes me han acompañado y pueden mirar lo que se ha vivido en estos doce años y cuatro meses que he estado en Cali. Siento que la Iglesia de Cali es muy vivaz, muy entusiasta y que las parroquias tienen una feligresía muy significativa; la gente participa más en la vida eclesial y los sacerdotes y diáconos son más abiertos a animar a la gente en sus sectores, sus familias y sobre todo a las parejas sacramentales.
Usted ha sido un trabajador incansable por la paz. ¿No le causa frustración que en el país persistan altos niveles de violencia?
Preocupa mucho la agudización de las violencias y agresiones y sobre todo el aumento de asesinatos y masacres. También ese caos que proviene de las armas, cada vez más numerosas en manos de los civiles.
Hay una tendencia a imponer reglas de vida en los territorios para mantener poderes económicos, negocios de extorsión, plazas de vicio o para defender rutas de narcotráfico. Es lo más doloroso que podemos estar viviendo en estos tiempos... Creo que se ha exagerado el papel del dinero en la vida de la gente y construir entre todos una fiscalización a las cuentas y a la dinámica del dinero no es fácil en ninguna sociedad.
Tenemos una sociedad en la que se moviliza mucho el dinero y hay una voracidad consumista. La pregunta fuerte es: ¿cuáles son las vías por las que el dinero llega a las manos de mucha gente?
El temor es que al final esa mezcla de dinero, armas y producción de cocaína le va dando un rostro muy negativo a una sociedad en la que se va perdiendo el sentido de la convivencia, el respeto por la vida, el cuidado de la vida, el sentido de institucionalidad y la ley y se van perdiendo los valores, los principios y la espiritualidad misma.
Es una situación que nos preocupa mucho, porque la violencia significa que el deterioro es muy profundo y si es violencia, dinero y narcotráfico juntos, pues las sociedades tienen un grave riesgo de degradación, si no saben controlar esos fenómenos.
Hay mucha gente escéptica frente a los diálogos con el ELN. ¿Por qué apostarle a esas negociaciones?
Tenemos que ayudar a que este anhelo de Paz Total genere diálogos coherentes con las poblaciones y con las transformaciones culturales de fondo que hay que alcanzar, más que las transformaciones a través de leyes y reformas. Hay transformaciones de fondo, como digo, de la cultura del dinero y del autoabastecimiento alimentario; hay que recuperar la capacidad del trabajo digno y la capacidad de forjar alianzas entre hombres y mujeres y de construir hogares, puede que con diversidad de modelos, donde la convivencia y el amor sean los cultivos más importantes a los que la gente se dedica. Eso significa que hay que deslindar la cultura cotidiana del narcotráfico...
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Me parece delicado que se hable de legalizar la cocaína como un camino para quitarle fuerza a la guerra del narcotráfico y a los conflictos que genera. Creo que el camino es que a los pueblos se les facilite deslindarse de ese cultivo y esos procesos, y que haya una voluntad social en los territorios, acompañada por un compromiso del Estado, para que esas poblaciones puedan reiniciar economías lícitas, incluso sustituyendo no los cultivos, sino los mismos territorios, es decir, que la población tenga capacidad de entender que se podría reubicar para que esos cultivos sean controlados por el Estado, y esos cultivos, laboratorios de coca y toda la red de tráfico de cocaína pueda sentirse controlada por la gente, la sociedad, el Estado y la comunidad internacional.
Es mirar que el tema no se resuelve tanto por un convenio internacional, sino por un acuerdo ético territorial con los habitantes de esos territorios que deciden volver a la economía lícita con todos los aspectos que conlleva. No será fácil eso, Colombia tendrá que hacer un esfuerzo muy grande, pero tocar el tema de la economía ilícita es indispensable, porque están muy unidos con armas, violencias, grupos armados y crecimiento de mano de obra armada y de hechos violentos.
Algunos sectores lo acusaron de participar en política. Incluso, se dijo que renunciaba porque iba a ser candidato a la Alcaldía de Cali...
Esas son especulaciones que poca atención merecen. Yo no dejo de ser obispo, aunque no tenga una sede propia o una iglesia particular que atender. Soy un pastor de la iglesia, que entra en tiempo de pensión o emérito, y seguiré mirando con una mirada más de Iglesia universal, más amplia y prestando servicios sencillos, que estén al alcance de mis posibilidades y de mi edad. Después de los 75 años también comienza a sentirse el límite de las propias fuerzas, pero me siento muy bien.
Creo que mi vida sacerdotal continúa al servicio del Señor y de las feligresías católicas, pero también del pueblo colombiano, con el que he ido aprendiendo durante casi 30 años de episcopado y de 36 como sacerdote. He ido aprendiendo a construir, a tejer, a articular procesos elementales de paz en donde el protagonismo lo tienen las comunidades, que vuelvan a sentirse libres en su movilidad y dueñas de sus territorios y no a sentir que su territorio tiene dueños armados de aquí o de allá.
¿Cuál fue el momento más difícil de su arzobispado en Cali?
Estos doce años y medio tuvieron una primera etapa fuerte, pero creo que mi modo de ser y de expresar los valores del Evangelio a muchas personas les parece que no es lo indicado y siento que mucha gente puede estar defraudada de mí. Por eso, al hacer el cierre del episcopado, he dicho que pido, de corazón, el perdón a quien se ha sentido tratado mal de palabra, de obra o de omisión por parte mía. Y también quiero decirles a todos los que están en esa inconformidad conmigo que, aunque no me pidan el perdón, yo hoy, delante de Dios, perdono cualquier ofensa posible.
Una de las críticas era por su supuesto apoyo al alcalde Jorge Iván Ospina. ¿Se arrepiente de haberlo respaldado?
Por principio no participo en la polémica que mantienen en orden a las elecciones y mucho menos en el ejercicio del Gobierno de turno, pero la asociación que pueden hacer tiene algunos momentos que pudieron dar lugar a pensarlo así, porque siempre he apoyado la construcción de paz en la ciudad. De hecho, procesos como Rosario al Sitio fueron con los que comencé para protestar por los asesinatos; los procesos de movilización social para repudiar el asesinato y el armamentismo social fueron desembocando en una Vicaria de Reconciliación y Paz y en esta última etapa, después del estallido social, han llegado al Centro de Paz Urbana, que abre un espacio para que se vaya articulando la construcción de paz en Cali. Entonces, creo que los momentos difíciles fueron el sentir tan negativo de algunos sectores, que no deja de ser una preocupación para un pastor, y procuré que no afectaran mi capacidad de servicio, de trabajo, de mantener ese ideal de la paz urbana y la paz nacional, y creo que los hechos se encargan de darle la razón a la paz.
¿Qué implica entregarle el báculo arzobispal a monseñor Luis Fernando Rodríguez?
Él y yo hemos hablado mucho; llevamos ocho años y medio trabajando juntos, pues él era auxiliar y cuando se habló de que se necesitaba un arzobispo coadjutor, la grata sorpresa fue su nombramiento, que no es una praxis ordinaria en la Iglesia: son pocos los obispos auxiliares que pasan a ser arzobispos en la misma sede. Además, hay arzobispos de sedes más pequeñas que podrían estar pensando en ser promovidos a la sede arzobispal de Cali... Pero en la carta de petición de un arzobispo coadjutor que le envié al Papa Francisco le exponía la necesidad de que esta sede tuviera un arzobispo coadjutor con derecho a sucesión, y en diálogos con la Santa Sede también expresé mi deseo de que fuera uno de los auxiliares. Yo tenía dos, uno lo enviaron a Pasto y el otro siguió conmigo, y finalmente la decisión fue dejarlo.
Estoy muy contento, creo que monseñor es un regalo de Dios para Cali, porque no llega en paracaídas; es un hombre que viene construyendo y construyéndose a sí mismo y su pastoreo, desde el caminar juntos que hemos tenido. Sé que hay un gran espíritu de continuidad en las líneas fundamentales que lleva la Arquidiócesis, en el plan pastoral, que se resume en palabras muy sencillas en términos como Iglesia servidora, Iglesia discipular, Iglesia samaritana, Iglesia de alianza esponsal, Iglesia territorial y finalmente Iglesia sinodal. Veníamos con el tema de la sinodalidad desde años atrás, en la pastoral, y ahora encontramos una coincidencia muy grande con el magisterio del Papa Francisco.
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¿Se va con alguna frustración?
Siempre se desearía concluir todo lo que se inicia. Hubo muchas iniciativas que se quedaron planteadas o apenas motivadas, pero la inmensa mayoría se lograron poner en marcha. Creo que este acompañamiento a la sociedad y a los más sufridos de la población le dio mucho vigor a la obra social del Evangelio, y a la Pastoral Social y de Reconciliación y Paz. Creo que también nos hemos sostenido con firmeza en el servicio educativo, con más de 30 colegios, incluso con la Unicatólica, a pesar de que las universidades son las más golpeadas por la pandemia y la crisis económica y social, y en el campo de la formación sacerdotal, los seminarios. He ordenado alrededor de 100 sacerdotes en estos años. Creo que casi una tercera parte del presbiterio de Cali ha pasado por mis manos de obispo. Se ha rejuvenecido mucho el presbiterio de la Arquidiócesis y se ha generado una dinámica muy fuerte, porque los jóvenes han planteado mucho liderazgo. De las 150 parroquias que estaban planteadas en 2010, podemos hablar ahora de 190 o 192 constituidas o con proyectos en curso. En la parte administrativa y de sostenimiento de la Iglesia, incluso en pandemia nos dimos el lujo, si se puede decir así, de no quitar ni un solo empleo en la Arquidiócesis de Cali. Estamos hablando de varios miles de empleos en toda la Arquidiócesis y no nos atrasamos un solo día en el pago de los salarios y las prestaciones. Eso es todo bondad de Dios, esfuerzo de los fieles y generosidad de mucha gente y de la cooperación internacional, que ha sido un apoyo muy grande para la Arquidiócesis de Cali.
¿Qué labor específica van a cumplir usted y el Obispo de Popayán en los diálogos entre el Gobierno y el ELN?
Apenas vamos a tratar de darle un perfil a esa labor, porque estaban siendo consultadas las partes de la mesa. Ya el Gobierno había aceptado esta Comisión de Acompañamiento de la Iglesia, pero había que esperar que el ELN también se manifestara. Vamos a reunirnos en la Conferencia Episcopal, en Bogotá, con representantes de la Iglesia Católica en este diálogo, para acordar los derroteros a seguir e informarnos sobre este inicio, qué planteamientos se han hecho, para dónde se orientan las cosas y cómo podemos ayudar.