Editorial
TLC: ¿A revisión?
Una renegociación de los TLC no derivará necesariamente en el impulso al campo colombiano que pretende el actual Gobierno Nacional, ni encarecer las importaciones beneficiará la producción agrícola del país. Lo que sí puede es poner en riesgo los acuerdos y llevar a un deterioro de las relaciones comerciales bilaterales.
El aumento de la producción de bienes y servicios como motor del desarrollo nacional, incluido el fortalecimiento del sector rural, es el camino en el que se ha empeñado el actual Gobierno Nacional. Su propósito es reducir en los próximos tres años la dependencia económica del sector minero energético, que representa el renglón más importante de las exportaciones colombianas y para ello se hace obligatorio la revisión de los Tratados de Libre Comercio vigentes, TLC.
La cuestión es qué tan viable será renegociar esos acuerdos y cómo evitar que tal pretensión afecte las relaciones comerciales, se traslade al ámbito de la política externa con los países firmantes o signifique reveses costosos para el Estado colombiano.
Si bien es cierto que a la fecha el país no ha conseguido un equilibrio en la balanza de sus exportaciones e importaciones, lo que lleva al menos a pedir una revisión de los tratados actuales que significan más de la mitad de su comercio exterior, no se pueden negar los beneficios obtenidos. En la última década, por ejemplo, la relación comercial con los Estados Unidos ha permitido exportar cerca de $120.000 millones a través de un TLC que sin duda sirve para asegurar un mercado estable y creciente. En este 2023, con corte a mayo, la cifra llegaba a $5.310 millones.
La discusión sobre el desbalance de los Tratados de Libre Comercio no es nueva, en especial en lo que tiene relación con las importaciones de productos e insumos agropecuarios. Los subsidios otorgados a los agricultores en los Estados Unidos y la Unión Europea, principales socios comerciales de Colombia, pueden tener efecto sobre ciertos renglones de la producción agrícola nacional o desestimularla en ciertos casos como el de la siembra de cereales, pero sería irresponsable decir que por ello el sector rural no alcanza el desarrollo esperado.
Una renegociación de los TLC no derivará necesariamente en el impulso al campo colombiano que pretende el actual Gobierno Nacional, ni encarecer las importaciones beneficiará la producción agrícola del país. Lo que sí puede es poner en riesgo los acuerdos y llevar a un deterioro de las relaciones comerciales bilaterales.
En lo que se debe concentrar el Estado, en lugar de pensar que los países con los existen los acuerdos cambien sus políticas agrícolas para ajustarlas a lo que requiere Colombia, es en crear un esquema de fomento a la agricultura y concentrarse en aquellos renglones en los que la nación es competitiva como la producción de frutas o de cacao. Y tener claro que mientras el renglón minero energética sea el que más pesa sobre la canasta comercial de exportaciones, será difícil, por no decir imposible, dejarlo a un lado.
Bienvenida la propuesta de revisar los Tratados de Libre Comercio, necesaria por los cambios implícitos de los mercados con el pasar de los años. Pero como lo dijo hace poco el embajador de Colombia en Washington, que sea para que “haya mayores oportunidades para ambos países, para que sea más efectivo y para que se modernice”.