Columnista
Sortijas y misterios
Por los anillos se han desatado guerras y se han sellado también millones de amores.
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9 de oct de 2025, 01:43 a. m.
Actualizado el 9 de oct de 2025, 01:43 a. m.
El Papa Francisco I se rehusó a llevar en oro el Anillo del Pescador, para lucirlo en plata. Luce una imagen de San Pedro, en un bote, con el nombre del Papa alrededor.
Como es bien sabido, Pedro salió a buscar a los primeros doce evangelistas, entre pescadores, gente de mar, del Tiberíades, capaces de abandonar la red y salir a la tarea más dura, la faena de almas.
Como este anillo debe ser destruido cuando muere el pontífice, con un martillo de plata y marfil, el de Benedicto XVI fue solo rallado para significar el fin de su vigencia. Los rituales de la iglesia en lo referente a la elección y anunciación de Papa tienen marcados elementos esotéricos y numerológicos. Al ungir a Francisco, se tuvo en cuenta no solo la fecha y el mes, sino también la hora en concordancia con el año. Día 13 del mes 3, del 2013.
En otra época el anillo se empleaba para sellar las bulas papales; el propio Papa hacía presión sobre el lacre. La mención más antigua de esta sortija vaticana, aparece en una carta escrita por Clemente IV a su sobrino Pedro Grossi en 1265.
El anillo que llevó el primer Papa americano tuvo un diseño especial, ya realizado por el orfebre Enrico Manfrini, para el Papa Paulo VI (1973-1978), en el que aparece San Pedro ‘con las llaves del reino de Dios’. Manfrini, conocido como ‘el escultor de los Papas’, tuvo un homólogo en Colombia: el joyero barbacoano Gustavo Arias Salcedo, primo de mi padre, a quien la ciudad de Pasto encargó un anillo para Paulo VI en su visita a Colombia.
Este regalo de la ciudad de Pasto al Pontífice, exhibió en su montura una réplica de la Plaza de Nariño. Arias, como otros orfebres de Barbacoas, guardaron en sus joyas los secretos del bordado de oro o filigrana, técnica conocida ahí y en Mompox.
Por los anillos se han desatado guerras y se han sellado también millones de amores. En Irlanda es famoso el ‘Anillo de Claddah’, el cual hace homenaje a una aldea pesquera, y se entrega todavía como símbolo de amor eterno. Cuenta la historia de un tal Richard Joyce –nada que ver con el autor del Ulysses-, el cual emigró a las Indias Orientales, con la esperanza de hacer alguna fortuna y contraer nupcias al regreso. Iba de viaje, cuando fue hecho preso por un orfebre musulmán de Argelia, quien lo esclavizó. Joyce aprendió el arte de la joyería, y cuando el Rey Guillermo III pidió a los musulmanes la liberación de todos los prisioneros británicos, este regresó con un regalo especial para su novia, después de doce años: Dos manos que rodean un corazón, y una corona como símbolo del amor verdadero y eterno, sobre la inscripción ‘Let love and friendship reign…’ (Que reinen la amistad y el amor).
Claddagh está en las afueras de la ciudad de Galway, y mucha gente va hasta ahí a buscar esta alianza, por hacer honor a la historia que la precede.
Cundo este anillo se lleva en la mano derecha, con el corazón hacia fuera, indica que nadie ha ganado tu corazón; si la sortija mira hacia quien la lleva, indica que ‘su corazón está ocupado’. La leyenda refiere también que la chica que lo recibe, aunque sea luego divorciada o viuda, jamás será olvidada por quien la amó.
El anillo de Claddagh, tan famoso como el del Pescador, tiene un poema escrito por A. Agnew, el cual dice:
“Mis pensamientos son tan felices como la mañana. Mi corazón es tan ligero como el rocío. Con este anillo, recuerdo tu pasión y puedo pensar solamente en ti. Tu obsequio de esas horas brillantes y felices. Quédate conmigo cada noche y cada día. Con las manos siempre unidas. Más de lo que las palabras puedan decir. Siempre juntos. Unidos por el lazo de nuestro amor…”.
Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.