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Ser colombiano
La peculiaridad que nos identifica, si es que tal cosa existe, sería una forma particular de mirar nuestro país y de mirarnos a nosotros mismos.

21 de jun de 2025, 01:36 a. m.
Actualizado el 21 de jun de 2025, 01:36 a. m.
Compartir un territorio, con más de un millón de kilómetros cuadrados, y un acuerdo nominal, para designar dicho territorio como Colombia, son elementos comunes que compartimos la mayoría de los colombianos.
Sin embargo, a pesar de las vastas tierras que componen la nación y la denominación con la cual se le conoce, tiendo a creer que los colombianos tenemos algo más que una tierra común, con su extensión marítima, que nos identifica y que nos hermana.
Las singularidades de los pueblos, el carácter peculiar que identifica a las naciones, ha sido tema de filósofos y escritores.
Apelando a los climas y a variables topográficas, Aristóteles, por ejemplo, creyó que había un vínculo entre factores climáticos y el carácter de sus habitantes.
El frío, según las disertaciones del filósofo griego, producía valentía. El calor, inteligencia.
Michel de Montaigne, siglos más tarde, vinculó lo que el pensador denominó el espíritu general con las leyes, la religión y las costumbres. A modo de ejemplo, identificó el carácter de los lacedemonios como seco, grave, taciturno.
En tiempos más recientes, Octavio Paz, el Premio Nobel de Literatura, se preguntó por lo que los mexicanos eran y por las singularidades que los identificaban. Según él, es la soledad, o cierto tipo de soledad, lo que al mexicano constituye y lo que al mexicano identifica.
La tarea de buscar una característica común a todos los colombianos resulta casi inviable, debido a las diferencias que nos constituyen, a las distancias que nos separan, a las costumbres que no compartimos.
Esto que nos hermana, que nos identifica y que compartimos no es un idioma, pues no todos hablamos las mismas lenguas. Pero tampoco es una misma fe, porque no todos creemos en los mismos dioses. Ni nuestros hábitos nutricionales, porque tampoco comemos los mismos platos. No es, tampoco, el color de la piel.
Creo que lo que nos une se halla en un lugar menos evidente y más oculto; menos papable y más reservado. La peculiaridad que nos identifica, si es que tal cosa existe, sería una forma particular de mirar nuestro país y de mirarnos a nosotros mismos.
Ambivalente y ambigua, nuestra mirada es un engranaje del orgullo por el país en el que nacimos y la decepción de un país que nunca ha estado bien.
Es muy probable que otros pueblos, seguro, sientan una pasión parecida por su país y una desilusión similar por su situación.
Sin embargo, tan profundas son las heridas de nuestro país y, paralelamente, tan grande es la devoción que por este país sentimos, que es allí, en los altos grados de nuestro afecto y en los altos grados de nuestro desencanto, que se halla nuestra propia identidad.
Sospecho que ser colombiano es estar atravesado por una mirada radical y antagónica sobre nuestro país: palpamos la estructura de unos problemas que no hallan solución, moldeando un pesimismo infranqueable y, simultáneamente y a pesar de ello, sentimos un gran amor por Colombia, un país que tanto dolor ha causado en el pasado y tanto dolor sigue causando en el presente.