Se acaba el tiempo

Faltan catorce meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y desde ya los votantes de ambos lados enfrentan unas preocupaciones pavorosas: Para los republicanos lo que quita el sueño son los 91 cargos, desde corrupción hasta acoso sexual, pasando por insurrección, contra el candidato Trump. Para los demócratas, lo más inquietante es la edad y estado físico y mental del candidato Biden, que cada día se ve más decaído.

Cada día que pasa aumenta el pánico, y la sensación de haber esperado demasiado para tratar de lanzar otro aspirante. Cada bando es consciente de las vulnerabilidades enormes que enfrentan, a tal punto que el discurso electoral no es la economía, la inmigración, las relaciones internacionales, ni los temas ambientales. A esta hora, nada importa más que evitar la cárcel de uno y el deterioro irreversible del otro.

Respecto a Biden, la estrategia política hasta el momento se ha enfocado únicamente en evitar una presidencia de Trump. Envalentonados con las encuestas que indicaban que nadie, salvo Biden, podría ganarle, cerraron filas, descartaron el lanzamiento de otro, y se dedicaron a proteger a Biden por encima de todo. El plan estaba funcionando, pero en los últimos días se desplomó el castillo de naipes: los demócratas consideran que está muy mayor y quieren otro candidato.

Una reciente encuesta de CNN reveló el sentir nacional, y despejó el enorme riesgo de derrota al insistir en ese plan. La popularidad del Presidente, a pesar de una economía relativamente estable, es de 39%. Peor aún, tres de cuatro americanos muestran preocupación por su competencia física y mental. Dentro de su propio partido, el 69% piensan lo mismo. Frente a Trump, los números muestran un empate, ya no un triunfo.

Las tácticas de su círculo cercano, que consisten en publicar frases tontas como “yo trabajo todos los días con Biden y está muy bien”, no convencen a nadie. Ni su viaje relámpago a Ucrania, con gafas de sol, ni el viaje a Nueva Delhi para la Cumbre del G20 con escala en Hanoi borraron las dudas. Como si no fuera suficiente, los juicios que acercan a la cárcel a su hijo Hunter Biden no van a desaparecer.

El viento está en contra, especialmente cuando los votantes se plantean una eventual presidencia de Kamala Harris, la impopular vicepresidenta. A pesar de ser mujer, joven, preparada, representante de las minorías y muy inteligente, Harris ha sido víctima de una mezcla de pasos en falso mezclado con una campaña de desprestigio de su partido en sus dos primeros años. Después de asignarle causas imposibles como la situación en la frontera con México y otros retos infranqueables, Kamala está quemada. Ya es muy tarde para presentarla como el futuro del partido.

También es difícil a estas alturas encontrar un candidato apto y popular que pueda enfrentarse al pavoroso Trump. Los expertos en campañas creen que hay tiempo para lanzar una nueva cara, pero los políticos no quieren intentar.

Increíblemente, la suerte de Trump es mejor. En las mismas encuestas se demostró el apoyo entre su partido del 53%, seguido de lejos por el Gobernador Di Santis, con un 15%. Su popularidad perdura. Aunque caiga, y a pesar de esta brecha, lo cierto es que hay una docena de aspirantes republicanos, algunos de gran talla y reconocimiento como la exembajadora Nikky Haley y el vicepresidente Mike Pence, novatos con carisma como Vibek Ramaswamy, y populares como Chris Christie. Si llegara a caer en mayor desgracia el expresidente, el partido podría tener otras opciones. Los demócratas, en cambio, le apostaron a un solo candidato, a una sola estrategia, sin plan B, y sin calcular los riesgos y la realidad apabullante que para la edad no hay reversa.