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Regresa Tinián
Einstein y Oppenheimer argumentaron que la disuasiva razón última de la bomba atómica, era que nunca más los hombres se atreverían a tratar de aniquilarse mutuamente con ella por el riesgo de desaparecer del planeta...
El 6 de agosto de 1945, desde el entonces más congestionado aeropuerto del mundo: Tinián, con su diseño en forma de peineta, despegó el B-29 de Estados Unidos Enola Gay, bautizado así en honor de la mamá de su piloto, que entregó sobre Hiroshima la primera bomba nuclear de uranio con fines militares, la Little Boy. El 9 sería el turno de Nagasaki, con la Fat Man de plutonio. Fueron doscientos mil los muertos por ambas.
Tinián hace parte de las Marianas, nombre heredado del Imperio Español que las perdió, junto con medio mundo, después de perder Filipinas a manos de unos Estados Unidos en plena expansión. Las islas, vendidas a los alemanes, pasaron a Japón con la Gran Guerra y a jurisdicción norteamericana en 1944.
El despliegue de Estados Unidos desde Tinián después de ganar la batalla de Saipán, marcó el desquite contra el Imperio del Sol por el ataque a Pearl Harbor en 1941, el cual cambió el rumbo y el tamaño de la II Guerra Mundial. Saipán supuso cincuenta mil bajas totales, entre muertos y heridos. De las treinta mil bajas sufridas en sus toldas, los japoneses que se suicidaron al advertir el final en su contra fueron casi diez mil. Se recuerda con admiración al soldado Gabaldón, de origen mexicano, quien logró convencer a un millar de japoneses que no se suicidaran, en contra de la propaganda que lo ordenaba al describir las fuerzas de EE. UU. como de bárbaros violadores y dacapitadores de niños. Aunque la lucha terminó oficialmente en julio del 44, solo en diciembre se entregó el último pelotón japonés, lo que muestra la ferocidad de una batalla adelantada con lanzallamas en cuevas, selva y playas.
Al caer Saipán, Nimitz tomó las Marianas. Los nuevos B29 de EE. UU. adquirían la capacidad para atacar a Tokio, a 2.300 kilómetros. Japón montó su línea defensiva en las islas del Pacífico más alejadas y contaba con su blindaje. Al final falló por el factor sorpresa que la marina norteamericana usó para romperlo. Tinián se convirtió en el más poderoso portaviones de EE. UU., con infraestructura física y de comunicaciones de última generación, hasta el punto de ser base de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki que sellaron la Guerra del Pacífico con la derrota japonesa. Tinián está invadida por jungla y pájaros. El hecho de ser norteamericana, no la ha librado del aislamiento. Es promocionada como un escape ideal para el turista que no quiera ser encontrado durante su descanso.
China ha seguido una campaña marítima militar para construir verdaderos archipiélagos artificiales en el Pacífico, por ejemplo en las Islas Spratly entre Vietnam y Filipinas, con la misma idea de Japón hace setenta y ocho años: ampliar y hacer más robusta su línea de defensa y ataque en el Pacífico donde tantos pleitos tiene con Taiwán, Filipinas, Reino Unido, EE. UU. y el propio Japón, entre otros.
En vista del despliegue chino, aparatoso y provocador, “el más importante en esta región del mundo desde la II Guerra” según EE. UU., este país volverá a comisionar, es decir, reabrir para sus fuerzas militares, a Tinián. Se dotarán otra vez sus 100 kilómetros cuadrados con la mejor infraestructura aeronaval, espacial y de comunicaciones, se recuperará su área poblable con barracas y será atracadero de submarinos, portaviones, acorazados, buques cisterna y espías. Tendrá capacidad nuclear, como la tuvo hace casi ocho décadas. Su reactivación, a 3.000 km de China, traerá nuevas tensiones al área, ya bajo patrullaje intenso, frecuentes ejercicios combinados e incidentes. Rusia no quita el ojo de estos acontecimientos.
Einstein y Oppenheimer argumentaron que la disuasiva razón última de la bomba atómica, era que nunca más los hombres se atreverían a tratar de aniquilarse mutuamente con ella por el riesgo de desaparecer del planeta en el intento. Ojalá prevalezca ese sentimiento en este nuevo capítulo del escalamiento bélico que vemos por todas partes sin que produzca siquiera una fracción del interés que generan, por ejemplo, las bacanales de Epstein.