Columnistas
Quince años de muerto y nadie lo sabía
Prefiero reflexionar sobre la responsabilidad de los mayores de construir lazos que mantengan viva la relación y opaquen el riesgo del olvido.
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26 de oct de 2025, 12:10 a. m.
Actualizado el 26 de oct de 2025, 12:10 a. m.
Los periodistas valencianos estaban estupefactos con la noticia: encontraron en un apartamento a un hombre que había fallecido hacía quince años y nadie se enteró.
En el sexto y último piso de un edificio, en un barrio humilde de la bella ciudad española, vivía Antonio Famoso, jubilado que hoy tendría 86 años. A raíz de su separación matrimonial hace 30 años, se volvió solitario y retraído. Su vida transcurría entre su apartamento, el supermercado, el bar y una avenida con árboles, también al borde de la jubilación. El alejamiento de su pareja conllevó también la distancia con sus dos hijos.
Organizó sus cuentas para que, a través de débito automático, los servicios públicos y la administración del edificio se pagaran desde la cuenta de su pensión. En 2010 sus vecinos dejaron de verlo y simplemente supusieron que estaría en un geriátrico. A nadie le dolió su ausencia.
La semana pasada, y a raíz de las fuertes lluvias en Valencia, el agua entró al sexto piso y se filtró al quinto. Los vecinos llamaron a los bomberos para ingresar al apartamento por las vidrieras abiertas de par en par. En medio de la suciedad y el abandono, de cientos de palomas muertas y de insectos, en la habitación encontraron el cuerpo momificado de Antonio, aquel vecino solitario. Las ventanas abiertas habían dispersado en su momento el hedor de la descomposición; algunos vecinos recordaron un olor extraño hace mucho tiempo, pero fue pasajero, como el recuerdo del morador.
La soledad de muchos adultos mayores es conmovedora, en muchos casos, acompañada del abandono. Hace un tiempo estuvimos trabajando en el proyecto de un club residencial para la tercera edad y en el análisis de los riesgos, nos encontramos que es más frecuente de lo que nos imaginamos que los familiares lleven al abuelo a los geriátricos, paguen una o dos mensualidades y jamás regresen ni a pagar el hogar ni a abrazar a su viejo.
Esta columna podría girar alrededor de la gratitud y el reconocimiento que los hijos y los nietos deben a sus padres y abuelos, pero de eso se ha escrito hasta la saciedad. Prefiero reflexionar sobre la responsabilidad de los mayores de construir lazos que mantengan viva la relación y opaquen el riesgo del olvido.
La salud física y económica no es fortuita. La primera es el producto de la constancia en cuidarse a sí mismo, con ejercicio, buena alimentación y una mente abierta a los afectos, la alegría disfrutando a cada persona y cada evento. La familia debe trascender el rol del deber y la responsabilidad; hay que trabajarla para que esa relación sea agradable y no lastimera. No pretendamos ser los maestros de la vida, pues los jóvenes creen que saben mucho más que nosotros y en parte tienen razón, así que a disfrutarlos y a sembrar huellas inspiradoras con el ejemplo silencioso.
Los amigos son el fruto de la solidaridad y el aprecio permanente. No temamos a demostrar afecto ni el placer del encuentro, a tal punto que es conveniente institucionalizar esas reuniones con los diferentes grupos: los del colegio, la universidad, los trabajos, los deportes, las afinidades. Que cada encuentro sea un motivo de felicidad y cada ausencia fuente de preocupación. La solidaridad no debe ser un sentimiento tácito. Creo firmemente en aquella máxima “amigo es aquel que está contigo en tus momentos difíciles sin ser llamado, y en los momentos gratos, solo cuando los convocas”. La madurez es la mejor época para practicar esas virtudes que hacen grandes a las personas: la gratitud, el reconocimiento, la compañía, la ayuda oportuna.
Seguramente Antonio Famoso no cayó en cuenta de estas posibilidades; de haberlo hecho, habría tenido un final diferente o, por lo menos, su ausencia habría sido lamentada por un familiar o un buen amigo, de esos que existen si los cultivas.
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