Columnistas
Pienso, luego elijo
¡Racismo! Gritan ante las críticas por derroche de funcionarios que no son “blanquitos (pero van para) riquitos”.
Son varios los errores que cometen los ciudadanos en las democracias, contribuyendo a su desprestigio.
El primero es la generalización. Como un buen número de políticos han logrado desprestigiarse poniendo los recursos públicos a su servicio, se ha vuelto muy popular la aseveración que los mete a todos en un mismo saco. “Todos son una porquería” es la salida simplista de quien no hace un esfuerzo por conocer las opciones, analizar las ideas y seguir las ejecuciones.
Siempre hemos tenido un buen número de políticos honrados, que entienden su misión y dedican su vida al servicio de los demás. Pero a los pocos decentes les tienden trampas legales y son vilipendiados con falsedades, logrando la convicción generalizada de la inexistencia de excepciones.
En ninguna elección anterior me había involucrado en un trabajo tan juicioso de estudiar hojas de vida, programas y realizaciones de los candidatos. He asistido a debates y presentaciones y los he conocido personalmente y he tenido el privilegio de hacerles preguntas difíciles. Estoy seguro de que quien haga el mismo ejercicio, y logre desprenderse de prejuicios ideológicos, concluye que Alejandro Eder, Diana Rojas y Wilson Ruiz no pertenecen a la categoría de políticos abominables. Son personas honestas, transparentes, conocedoras de la ciudad con planes concretos y realistas para mejorar. Creo que nunca habían tenido los caleños la opción de un equipo tan preparado.
Otra variante, producto de la ignorancia, es la que asume que “el mundo fue y será una porquería…”, como dice el popular tango. Todo es un desastre, somos cada vez más violentos y desordenados, la policía no sirve, la pobreza es cada vez peor, los narcos nos dominan… la lista de infortunios es larga. Afecta a quienes ven noticieros, reenvían todas las desgracias reales y falsas que les llegan, por lo que han perdido la esperanza en las instituciones y la democracia. No creen en nada y se abstienen de opinar, participar y mucho menos votar. Quien se ha dejado contaminar por el fatalismo facilita la elección de los corruptos con votos amarrados.
Una tercera argumentación resulta muy paradójica. ¡Racismo! Gritan ante las críticas por derroche de funcionarios que no son “blanquitos (pero van para) riquitos”. Sin embargo, son capaces de condenar un candidato solo por su apellido. Ese segregacionismo no les incomoda. No importan sus ideas, su historia, su experiencia. Es la misma ideología que luego respalda dinastías y nepotismo socialista, sin sentir bochorno alguno. El solo hecho de escoger el servicio a su ciudad, perdiendo la tranquilidad y arriesgando su vida, cuando podría vivir ‘sabroso’ y tranquilo en otros lados, es prueba de compromiso, dedicación y honestidad.
El cuarto y más perturbador es la facilidad para dejarse engañar con promesas incumplibles. Quienes, sin pensar, votaron por Ospina, no pueden olvidar el sitio y semidestrucción de Cali. Les queda acompañar en el llanto a Palestinos e Israelíes por haber escogido el liderazgo equivocado. Recuperar 20 años de retroceso no va a ser tarea fácil, pero no se debe dudar que Alejando Eder ha logrado integrar el equipo que le da las mejores posibilidades a Cali.