Columnistas
Palomo, el héroe de la infancia
En el cementerio también estaba Yolanda, su hermana, quien me contó que el Palomo tenía un miedo recurrente: no podía dormir solo.
El pasado 11 de febrero de 2024 se cumplieron 20 años del asesinato de Albeiro el ‘Palomo’ Usurriaga. Fue, para mí, un héroe de la infancia. Aún recuerdo con nitidez una de sus hazañas. Sucedió en Barranquilla. Finalizaba la tarde de un domingo y América, faltando 15 minutos, perdía 2 – 1, con el Junior. Era de esos partidos que no se podían perder y yo estaba angustiado frente al televisor.
Entonces entró el Palomo, vestido como tanto le gustaba, de blanco. Lo cambió todo. El marcador final fue 3 - 2 a favor de América. Yo corría por los pasillos de la casa celebrando.
Desde las tribunas del estadio olímpico Pascual Guerrero bajaba un himno que era orden para que el técnico de turno metiera al Palomo en el partido: ¡Usu, Usu, Usu! A veces era el mismo Albeiro el que se paraba a calentar sin que el técnico se lo ordenara y el estadio enloquecía: ¡Usu, Usu, Usu! El entrenador no tenía otra alternativa que hacer el cambio. El Palomo, por lo regular, era suplente. Decían que rendía más cuando entraba en el segundo tiempo que de inicialista.
Alguna vez, en uno de sus aniversarios de muerte, visité su tumba, Lote 582, Jardín S – 53, del Cementerio Metropolitano del Sur, en la vía entre Cali y Jamundí. Ese día me encontré a su mamá, doña Esther, quien me hizo reír con una anécdota: ella fue la única colombiana que celebró el gol de Roger Milla, con el que Camerún eliminó a Colombia del Mundial de Italia 90. Esa noche en su casa hubo trago y comida hasta la madrugada.
Doña Esther me explicó que nunca entendió por qué el técnico de esa Selección, Francisco Maturana, no llevó al Palomo al Mundial. Fue Albeiro el que marcó el gol de la clasificación ante Israel.
En el cementerio también estaba Yolanda, su hermana, quien me contó que el Palomo tenía un miedo recurrente: no podía dormir solo. Cuando Albeiro jugó en Atlético Nacional, se llevó a su hermana para que lo acompañara.
William, su cuñado, en cambio, fue el que le salvó la vida a Albeiro. Fue William quien lo llevó al América de casualidad para que le cuidara un maletín, y el Palomo tomó un balón y se puso a jugar. El profesor Édgar Mallarino lo vio a lo lejos y enseguida le dijo: “Mañana te espero”. Fue así como el Palomo dejó de ser chatarrero y de armar bicicletas para dedicarse al fútbol.
En 1989 le dijeron a Albeiro en Nacional que iba a ser inscrito para jugar la Copa Libertadores de aquel año. El Palomo salió corriendo a la casa de una vecina, en el barrio Doce de Octubre, para llamar a su mamá. En su casa no había teléfono y necesitaba de urgencia el registro civil para la inscripción. Fue el año del Palomo.
El 17 de mayo le hizo cuatro goles al Danubio de Uruguay y llevó al Nacional a la final de la Copa Libertadores. El Colombiano, en su primera plana de la edición especial, tituló: ¡USURIAGAZO! “La vimos negra con Usurriaga”, escribió El País, de Montevideo. El comentarista Hernán Peláez Restrepo escribió un título memorable en su columna Cara y Sello de El Tiempo: “Sí se murió Gardel”. Y agregó: ¿Si en Medellín se murió Gardel, por qué no iba a morir Danubio?
Aunque el Palomo, me decía su mamá en el cementerio, no leía los periódicos. Ni siquiera en Argentina, donde también fue ídolo de Independiente. En 63 partidos, marcó 20 goles, levantó tres trofeos. Cuando mataron al Palomo, en la página web de Independiente escribieron: “Albeiro Usurriaga está en la sagrada galería de los intocables junto a Antonio Sastre, Ricardo Bochini, Elbio Pavóni, Ernesto Grillo, el Negro Rolan, Rubén Navarro, tantos… La diferencia es que el Negro nunca buscó ser un héroe deportivo, jamás se lo planteó. Era ídolo porque sí”. Y más atrás escribieron: “Apenas asomaba su esbelta figura de ébano por la tribuna el estadio estallaba en un grito: ¡U-Su-riaga… U-Su-riaga! Recibía ovaciones por caminar, por estar, por ser”…
A Albeiro lo mataron el 11 de febrero de 2004, a las 8:10 de la noche. Estaba jugando cartas con sus amigos del barrio Doce Octubre. Hasta allí llegó un pistolero con dos armas en cada mano, un joven imberbe de 16 años. Le decían ‘La Nana.’ En su tumba, el Palomo está con Eliana, el gran amor de su vida.
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