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Luces asediadas

“El horror inspira reflexión; la memoria enciende la luz que el odio intenta apagar.” — Elie Wiesel.

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David Rosenthal
David Rosenthal. Columnista | Foto: El País

25 de dic de 2025, 01:40 a. m.

Actualizado el 25 de dic de 2025, 01:40 a. m.

La primera noche de Jánuca en Australia debía ser un acto sereno de afirmación moral: una pequeña llama proclamando su derecho a existir frente a la noche. El atentado antisemita ocurrido en Bondi Beach convirtió esa celebración en tragedia. Quince personas fueron asesinadas y más de cuarenta resultaron heridas. No fue solo un crimen contra individuos; fue un intento deliberado de profanar el tiempo, de convertir la luz en miedo y la convivencia en sospecha. El terrorismo contemporáneo entiende que atacar una festividad no es un daño colateral, sino el objetivo mismo: herir la memoria colectiva allí donde una comunidad se reconoce y se afirma.

Las autoridades australianas identificaron a los responsables como Sajid Akram, de 50 años, y su hijo Naveed Akram, de 24. Sajid fue abatido por la policía en el lugar de los hechos; Naveed resultó herido, sobrevivió y enfrenta cargos por múltiples asesinatos y acto terrorista. Ambos actuaron inspirados por la ideología de la yihad islámica, insertos en circuitos de radicalización salafista de alcance transnacional. Aunque no se ha probado un patrocinio estatal directo, la investigación apunta a canales informales de financiación y apoyo ideológico, característicos de este terrorismo de bajo costo y alto impacto simbólico, diseñado no para conquistar territorio, sino para sembrar miedo y humillación moral.

La historia reciente ofrece un espejo inquietante. En diciembre de 2016, el ataque contra el mercado navideño de Breitscheidplatz, en Berlín, transformó un espacio de villancicos y encuentro cívico en un escenario de muerte. Navidad y Jánuca, distintas en teología pero hermanadas en simbolismo, celebran la luz en el corazón del invierno. Precisamente por eso son blanco del fanatismo. El terrorismo no actúa al azar: elige fechas sagradas para fracturar la confianza social e instalar la idea de que no existe lugar seguro para la convivencia.

Frente a esa lógica del odio, emergen gestos que sostienen la civilización. En Sídney, la imagen del rabino Levi Wolff junto al arzobispo Anthony Fisher, destacada por The Australian, condensó una verdad esencial: cuando el terror busca dividir, la ética responde uniendo. No fue un gesto ornamental, sino una afirmación moral arraigada en la tradición judeocristiana de Occidente: la dignidad de la persona, la sacralidad de la vida y la responsabilidad hacia el prójimo.

En medio del caos, un acto individual encarnó esa ética con claridad ejemplar. Ahmed al-Ahmed, comerciante de frutas, nacido en Siria y musulmán, se lanzó contra uno de los atacantes, lo desarmó y evitó una matanza aún mayor, resultando gravemente herido. Un GoFundMe creado exclusivamente para él reunió 2,5 millones de dólares australianos, expresión de gratitud transversal que desarma la narrativa tribal del extremismo. La valentía, quedó demostrado, no tiene confesión.

Este episodio obliga a recordar una verdad histórica hoy distorsionada por el antisemitismo militante: Jesús era judío. Judío de nacimiento, de ley y de cultura; israelita de su tiempo. Presentarlo como ‘palestino’ en sentido nacional moderno es una falsificación anacrónica. El propio magisterio católico lo reafirma: el cristianismo nace en el seno del judaísmo y no puede comprenderse sin él. Negarlo no es disidencia teológica; es negacionismo histórico.

‘Luces asediadas’ no es una metáfora complaciente, sino una advertencia. Berlín lo aprendió en Navidad; Australia lo aprende en Jánuca. La defensa más sólida no se construye solo con policías y leyes, sino con memoria activa, alianzas morales y una luz obstinada que, incluso temblando, se niega a apagarse.

X: @rosenthaaldavid

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