Columnistas
La palabra del año
Una palabra que hizo mover las emociones de, prácticamente, todo el orbe, desde los altos círculos del poder hasta la vida cotidiana de todos los ciudadanos sujetos al gran juego global.
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22 de dic de 2025, 01:18 a. m.
Actualizado el 22 de dic de 2025, 01:18 a. m.
Como pasa cada 365 días, diversas instituciones dedicadas al lenguaje eligen la palabra del año. Para la muestra, la Fundación para el Español Urgente y la noticiosa Agencia EFE eligieron la palabra ‘Arancel’ como la que mejor resume el clima de tensión política, económica y social de 2025.
Una palabra que hizo mover las emociones de, prácticamente, todo el orbe, desde los altos círculos del poder hasta la vida cotidiana de todos los ciudadanos sujetos al gran juego global. Si la pandemia del Covid 19 nos recordó que el destino de todos está irremediablemente entrelazado, la amenaza de una sacudida arancelaria nos lo recordó.
Por su parte Oxford, tras tres días de votaciones y más de 30.000 personas que opinaron, eligió ‘Rage Bait’ como la palabra o expresión del año, que en español se conoce como “el anzuelo de la ira” y se refiere al malestar digital de nuestros tiempos. Se define como “contenido en línea diseñado deliberadamente para provocar la ira y la indignación, al ser frustrante, provocador y ofensivo, generalmente usado para elevar la interacción y el tráfico en redes sociales”.
Picar este ‘anzuelo de la ira’ fue muy pero muy sencillo en 2025, para quienes leemos noticias o seguimos el acontecer político con suma atención. En especial los gobernantes más narcisos y sociópatas, y sus voceros predilectos, se han caracterizado por un creciente y deliberado uso de la ofensa, de la bajeza, la ruindad, del asesinato moral, del descaro, como si al meternos palabras-agujas debajo de las uñas nos gobernaran desde adentro.
Me refiero a que quienes gobiernan nuestra ira, nuestra rabia, nuestras bajas pasiones, nuestro odio y nuestro asco, tienen un poder muy fuerte sobre nosotros. Tienen el poder de causarnos pánico, incertidumbre, angustia, dolor, humillación, aislamiento, desesperanza, ganas de no luchar, miedo a la sanción social por opinar contra el nuevo relato oficial y, por tanto, expanden -a fuerza de costumbre- nuestros linderos.
Ellos corren la línea ética hacia lugares impensables, nos vuelven comunes la chabacanería y la incompetencia para que no nos sorprenda lo lejos que pueden llegar; normalizan los más bajos estándares hasta que la indignidad se nos vuelvan costumbre, nos demuestran a diario el asco que sienten por la técnica, por la carrera, por la profesionalización, por la experiencia, por el mérito, por los datos, por los hechos, porque para ellos son criterios neoliberales y, por tanto, excluyentes.
En lugar de elevar la vara, bajan el rasero a límites oprobiosos, para que no quede lugar de referencia contra el cual pueda medirse su imperio de la mediocridad. Con descaro se empeñan en defender falsedades para demostrarnos que los hechos y los datos no son los que importan, sino solo las interpretaciones, los relatos, la retórica y la ideología. Empobrecen no solo el debate público, lo cual es muy grave, sino que dan un terrible ejemplo social que rompe los delicados filamentos de la convivencia.
Desde la visibilidad de su altísima responsabilidad institucional, enseñan que se vale negar cualquier evidencia, que se vale llamar nazi y esclavista y “hp” al que se les oponga, que se vale romper todo principio y consenso social porque el único principio son ellos mismos y su pequeña ficción neomonárquica. Son más dictatoriales que los dictadores que criticaban porque no les interesan los pobres, sino ser ellos los nuevos ricos de pobres cada vez más inermes y dependientes de la limosna que cae de su mano.
Como dijo sabiamente Hanna Arendt, la mentira sistemática no busca solo mentir, sino que ya nadie crea en nada, y así la capacidad de evaluar, de juzgar, de distinguir entre verdad y mentira, entre el bien y el mal, se destruya por completo. Porque sin territorios comunes, como los datos o los hechos, no somos más que torres aisladas incapaces de unirse en torno a ideas unificadoras y, dispersos, desunidos, confundidos, aislados en nuestros propios sesgos y convencidos de que la única forma de ver el mundo es la nuestra, puedan imponernos por mayoría lo que sea: el hambre, la destrucción de las instituciones.
Burlarse de lo grave y ridiculizar y ofender todo lo que representa un consenso social no es, entonces, un rasgo de personalidad ni un efecto de la drogadicción ni un caso de locura, sino resultado de la más consciente y exitosa política de destrucción del pacto social. Por eso aunque los aranceles hayan sido una palabra noticiosa, me quedo con la palabra de Oxford, ese ‘Rage Bait’ que tiene tanto para decirnos. Ponerle nombre es ya un primer paso.

Paola Guevara (Cali, Colombia). Escritora, periodista, editora y columnista de Opinión. Sus novelas 'Mi Padre y Otros Accidentes' (autobiográfica) y 'Horóscopo' (ficción), publicadas en español por Editorial Planeta y traducidas al italiano por Cento Autori, están en proceso de llegar al cine. Tras 21 años de destacada trayectoria en importantes medios de comunicación escritos nacionales y regionales, como Revista Cambio, Cromos, Casa Editorial El Tiempo o El País Cali, entre otros, desde el año 2022 es Directora de la Feria Internacional del Libro de Cali. Asesora en Protocolos de Familia, conferencista, gestora de proyectos editoriales y coach de escritura creativa, en la actualidad vive en Cali y escribe su tercera novela.
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