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La escritura en la pared

Ante la misteriosa aparición de una mano con forma humana y aún más misteriosa escritura en arameo, en una corte babilónica, nadie se percató de aquel acertijo que no pertenecía a su mundo...

25 de julio de 2024 Por: David Rosenthal
David Rosenthal
David Rosenthal. Columnista | Foto: El País

Sir Winston Churchill, que había participado en la Primera Gran Guerra, como Primer Lord del Almirantazgo y luego como canciller del Ducado de Lancaster, en su libro de historia de la Primera Guerra Mundial ‘La crisis mundial’, se refirió así a la bíblica referencia de la escritura en la pared: “Hubo un momento en que las curvas de hundimientos y de entradas en servicio que revelan nuestros gráficos parecieron un Mane, tecel, fares escrito en la pared”. Churchill se refirió de esta manera a la vulnerabilidad de Gran Bretaña ante la guerra submarina (Campaña de los U-Boote) emprendida por el Imperio alemán.

Así mismo, el cuadro del increíble pintor neerlandés Rembrandt, titulado, ‘El festín de Baltasar’ de 1635, revive la mítica escena que tuvo lugar en la corte babilónica de Baltasar, cuando surge una misteriosa mano que escribe un enigmático mensaje en la pared: “mene, tekel, ufarsin” (?). Esa mano, no es otra más, que la mano de Dios. Las palabras escritas en arameo significan “una mina, un siclo y dos medias minas”.

La mano de Dios apareció de forma inesperada y como tan contadas veces en la historia, pues Baltasar de Babilonia se dispuso a utilizar los vasos del sagrado templo de Jerusalén, que había sido saqueado por Nabucodonosor II, cuando Babilonia invadió y desterró al pueblo de Israel. La transgresión de emplear los vasos de oro y plata de los sumos sacerdotes del Eterno no tardó mucho en tener su respectivo castigo.

Ante la misteriosa aparición de una mano con forma humana y aún más misteriosa escritura en arameo, en una corte babilónica, nadie se percató de aquel acertijo que no pertenecía a su mundo, pero que recaía en su devenir. Solo había un hombre capaz de interpretar aquel mensaje, y ese era el piadoso noble de Judá; y figura más importante del pueblo hebreo en el exilio babilónico, Daniel. Su nombre significaba “Dios es mi juez”, aunque los caldeos lo habían llamado Beltsasar, que significa: “protege la vida del rey”.

Daniel le dijo a Baltasar y a su corte que aquella escritura en la pared significaba: Mene, “ha contado Dios tu reino y le ha puesto fin”; Tequel, “pesado has sido en balanza y fuiste hallado falto”; Ufarsin, “tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas”. El sabio y recto Daniel no se equivocó, y esa misma noche, babilonia fue invadida por Ciro II “el Grande” en el año 539 a. e. c. Y, con Ciro II, Israel regresaría de su destierro a la tierra prometida a su patriarca Abraham.

Del mismo modo, la expresión de “la escritura en la pared” se refiere a toda situación que advierta una desgracia inexorable, aunque en la lengua española es casi que inexistente, lo que significa no es ajeno a nuestra realidad.

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